DOCUMENTO HISTÓRICO. La minería hispana bajo los romanos.

04.01.2015 12:30

                

                “Luego ya, cuando los romanos se adueñaron de Iberia, itálicos en gran número atestaron las minas y obtenían inmensas riquezas por su afán de lucro. Pues, comprando gran cantidad de esclavos, los ponen en manos de los capataces de los trabajos de la mina. Y éstos, abriendo bocas en muchos puntos y excavando la tierra en profundidad, rastrean los filones ricos en plata y oro. Y bajo tierra, no sólo extienden las excavaciones a lo largo, sino también en profundidad, estadios y estadios, trabajando en galerías trazadas al sesgo y formando recodos en forma muy variada, desde las entrañas de la tierra hacen aflorar a la superficie la mena, que les proporciona la ganancia.

                “Gran diferencia ofrecen estas minas comparadas con las del Ática. Pues los que trabajan las de allá invierten considerables dispendios en su explotación y de vez en cuando no obtuvieron lo que esperaban obtener y lo que tenían lo perdieron, de modo que parece que son desafortunados como por enigma. Mientras que los que explotan las de Hispania obtienen de sus trabajos montones de riqueza a la medida de sus esperanzas. Porque las primeras labores resultan productivas por la excelencia de la tierra para este tipo de explotación, y luego se van encontrando vetas cada vez más brillantes, henchidas de plata y oro, y es que toda la tierra de los alrededores es un trenzado de vetas dispuestas en circunvalaciones de diferentes formas. Algunas veces los mineros se topan en lo profundo con ríos que corren bajo tierra, cuyo ímpetu dominan rompiendo las embestidas de sus corrientes, para lo que se valen de las galerías transversales. Pues, aguijoneados por sus bien fundadas esperanzas de lucro, llevan a fin sus empresas particulares, y –lo más chocante de todo- hacen los drenajes valiéndose de los llamados caracoles egipcios, que inventó Arquímedes de Siracusa cuando pasó por Egipto. A través de éstos hacen pasar el agua, de uno en uno sucesivamente, hasta la boca de la mina, y así desecan el emplazamiento de esto y lo acondicionan debidamente para el desempeño de las actividades de la explotación. Como este artefacto es enormemente ingenioso, mediante un trabajo normal, se hace brotar fuera de la mina gran cantidad de agua, cosa que llama mucho la atención, y toda la corriente del río subterráneo aflora a la superficie con facilidad. Con razón sería de admirar el ingenio del inventor, no sólo en este punto concreto, sino también por otros muchos y más importantes inventos, que de boca en boca han corrido por el mundo entero (…).

                “Los que pasan su vida dedicados a los trabajos de minas hacen a sus dueños tremendamente ricos, porque la cantidad de aportaciones gananciosas rebasa el límite de lo creíble; pero ellos, bajo tierra, en las galerías día y noche, van dejando la piel y muchos mueren por la excesiva dureza de tal labor. Pues no tienen cese ni respiro en sus trabajos, sino que los capataces, a fuerza de golpes, los obligan a aguantar el rigor de sus males, y así echan a barato su vida en condiciones tan miserables; pero los hay que, por vigor corporal y fortaleza de ánimo, soportan sus padecimientos largo tiempo.”

                DIODORO SÍCULO, Biblioteca histórica, Libro V, 35 y 38. Edición de Juan José Torres Esbarranch, Madrid, Editorial Gredos, 2004.

                                    

                “Ocupan un área (en el territorio de Cartagena) de 400 estadios (unos 75 kilómetros), que en ellas trabajan unos 40.000 obreros, y que en su tiempo (el de Polibio) rentaban al pueblo romano 25.000 dracmas diarias. Y omito todo lo que cuenta (Polibio) del proceso de laboreo, porque es largo de contar, pero no lo que se refiere a la ganga argentífera arrastrada por una corriente de la que se dice, se machaca y por medio de tamices se separa del agua; los sedimentos son triturados de nuevo y nuevamente filtrados, y separadas así las aguas, machacados aún otra vez. Entonces, este quinto sedimento se funde, y separado del plomo, queda la plata pura.”

                ESTRABÓN, Geografía, Libro III, 2 y 10. Edición de Antonio García Bellido en España y los españoles hace dos mil años, Madrid, Espasa-Calpe, 1978.

                Selección de José Hernández Zúñiga.