DOCUMENTO HISTÓRICO. La brutal toma de Beziers por los cruzados en 1209.
En 1209 se inició una terrible cruzada contra los albigenses del Sur de las Galias, la Occitania. Muchos historiadores han considerado que se trató del pretexto del que se sirvieron los reyes de Francia para consolidar su autoridad en el territorio frente a otros poderes. Al Pontificado también le convenía reafirmar su poder temporal.
En el mes de julio los cruzados tomaron brutalmente la ciudad de Beziers. El sacerdote Guillermo de Tudela nos ofreció en la primera parte de la Canción de la cruzada contra los albigenses un vivo relato del suceso. Pese a simpatizar con la causa de los cruzados, no silencia sus atrocidades. No respetaron ni a los débiles ni la santidad de los templos. Los caballeros cruzados iban acompañados de importantes grupos de rufianes o bribones, con su propia organización encabezada por un rey, que no tuvieron ningún empacho en sumarse al saqueo y a la destrucción. El carácter acusatorio del texto es evidente.
Ofrecemos los fragmentos 18-22 de la Canción traducidos al castellano y puestos en prosa al perderse en la adaptación la métrica original. Nos hemos basado en la traducción catalana de Vicent Martines (introducida por él mismo y Gabriel Ensenyat) Cançó de la croada contra els albigesos, editada por Proa/Clàssics Universals, Barcelona, 2003 (pp. 115-119). Veamos que nos cuenta Guillermo de Tudela:
“Ello aconteció en la fiesta de la Magdalena, cuando el abad del Cister su gran hueste despliega; toda alrededor de Beziers acampada en la llanura. Y creo que aquellos de dentro aumentaron los tormentos y la pena, que nunca el ejército de Menelao, a quien Paris tomó Elena, no dispuso tantas tiendas en los umbrales de Micenas, ni tan ricos pabellones, en la noche, bajo el cielo, como aquel de los franceses, que excepto el conde de Brienne, no había barón de Francia que no tuviera las cuarenta. Para los barones de la villa ofreció perverso obsequio, que les dio tal consejo, de tener escaramuzas toda la semana. Ahora oíd que hacía esta gente villana que fue más loca y necia que la ballena: con sus estandartes blancos, hechos de vil tela, van corriendo hacia la hueste gritando con todas sus fuerzas; pensaban espantarlos, como se hace con las aves en la avena, cuando se les vocifera y se agita las telas, en la mañana, cuando claro es el día.
“El rey de los rufianes los vio escaramuzar contra la hueste de los franceses, y rugir y vociferar, y los vio a un cruzado francés matar y destrozar, cuando le hicieron de un puente, por la fuerza, arrojarse, a todos sus bribones convoca y los hace unidos justar. En alta voz gritan: “¡Vamos a acometerlos!” Tan pronto como se había dicho, se proveyó cada uno con una pequeña maza, que nada más tienen, creo. Son más de quince mil, que no tienen qué calzarse. En camisas y bragas comienzan a marchar alrededor de la villa, para los muros derribar; dentro de los fosos entran y comienzan a golpear, y los otros las puertas romper y despedazar. Los burgueses, cuando lo vieron, se espantaron y los de la hueste exclamaron: “Vayamos todos a armarnos”. Ahora veréis tal turba en la villa entrar: por la fuerza los muros hacen a los dentro desamparar; y mujeres y niños se llevan y acuden a la iglesia y hacen las campanas tocar; no hay nada que los libre.
“Los burgueses de la villa contemplaron a los cruzados venir, y al rey de los rufianes que les viene a invadir, y los bribones de los fosos de todos los lugares salir y los muros golpear y las puertas abrir, y los franceses de la hueste aprisa revestir. Bien sabían en su corazón que no podían resistir: hacia la catedral ellos precipitadamente fueron a huir. Los capellanes y los clérigos se fueron a revestir e hicieron tocar las campanas, como si quisieran decir misa de mortuorum, para un cuerpo presente sumergir. Al final, no lo pudieron impedir que los bribones no irrumpieran, que de las casas señores se pudieron convertir, así como quisieron, que bien podían elegir cada uno diez, si a placer lo tenían. Los rufianes se amontonaron, no tenían miedo de morir: todo lo que pudieron encontrar, lo hicieron matar o herir, tomaron los bienes todos. Para siempre serán ricos, si lo pueden retener; pero en breve se les obligará a entregar, porque los barones de Francia de todo ello se quisieren revestir, aunque ellos lo habían hecho conseguir.
“Los barones de Francia y de los alrededores de París, y los clérigos y los laicos, los príncipes y los marqueses, los unos y los otros acordaron entre ellos que en cada castillo que la hueste llegara y que no quisiera rendirse hasta que la hueste lo tomara, que los pasaran por la espada y que los mataran. Y después no encontrarían quien contra ellos resistiera por el miedo de lo que visto hubieran. Así tomaron Montreal y Fanjaus y el resto del país. Y si no hubiese sido así, por mi fe os lo digo, no hubiera podido ser que por fuerza los conquistaran. Por ello Beziers han destruido y asolado, que a todos los mataron: no lo pudieron hacer peor. Y mataron a todos aquellos que en la iglesia se acogieron, que no los pudo salvar cruz, altar ni crucifijo; y a los clérigos herían los enloquecidos rufianes pordioseros y las mujeres y los niños, que creo que ninguno escapó. ¡Dios reciba sus almas, si le place, en el Paraíso! Creo que nunca tan fiera muerte, desde el tiempo de los sarracenos, no creo que se hiciera, ni que ninguno la consintiera. Las gentes groseras por las casas que han tomado se han instalado, que encuentran todas de muchos bienes repletos. Pero los franceses, cuando lo contemplaron, los miraron llenos de rabia: los expulsan a bastonazos, como si perros fueran, e introducen sus caballos y rocines, porque la fuerza en el prado pace.
“El rey y los rufianes creyeron poder disfrutar el botín que tomaron y que serían ricos para siempre jamás. Cuando aquéllos se lo tomaron, todos gritaron a una: “¡Al fuego! ¡Al fuego!, vociferaron aquellos perversos bribones. Entonces encendieron llamas, tan grandes como hogueras. La ciudad se incendió y el espanto cundió. La villa se quema a lo largo y a lo ancho. Así incendia y arruina, Raúl, el de Cambrai, una rica ciudad después de Douai, por lo que lo maldijo su madre, doña Alazais, creyendo él herirla en la cara. Cuando aquéllos vieron el fuego, marcharon todos, quemándose las casas y todos los palacios, muchos jubones se quemaron, muchos yelmos y muchos correajes, elaborados en Chartres, Blaye y Roais, y mucha buena ropa, que conviene más desechar. Y se quema toda la catedral, que hiciera el maestro Gervais: por la mitad se hundió per el calor y las llamas, cayéndose dos plementos.”
Selección y adaptación de Víctor Manuel Galán Tendero.