DOCUMENTO HISTÓRICO. Alejandro Magno somete la región del Caspio.
“Alejandro, enterado de la traición de los tránsfugas, ordena a Cráter que vaya a sitiar Cirópolis. El mismo toma por bloqueo otra ciudad de la región; a una señal dada, fueron muertos todos los jóvenes y los restantes fueron el botín del vencedor. La ciudad fue arrasada para amedrentar a los otros con aquel desastre. Los memacenos, nación pujante, habían resuelto sostener el sitio, por honor y por creerlo más seguro. El rey, para reducir su obstinación, les mandó por delante cincuenta jinetes para que les informasen de su clemencia para con los que se sometían y de su inexorable rigor para con los vencidos. Les responden que no dudan de la sinceridad ni del poder del rey y ordenan a los jinetes que acampen fuera de las fortificaciones de la ciudad. Cuando después les encuentran fatigados por las comidas y el sueño, a altas horas de la noche, atacan y asesinan a los que habían dado hospitalidad. Alejandro, indignado muy justamente, bloqueó la ciudad, demasiado bien fortificada para que pudiese ser tomada al primer asalto. Así es que dejó a Perdicas y a Meleagro ocupados en el sitio y él se fue en busca de Cráter que, como hemos dicho, sitiaba Cirópolis. Había resuelto perdonar a esta ciudad, fundada por Ciro, pues de todos los reyes de aquellos pueblos era a éste y a Semíramis a los que más admiraba y los que creía que habían sobresalido por la grandeza de su alma y preclaras acciones.
“Por otra parte, la obstinación de los sitiados encendió su ira, y cuando fue tomada ordenó el saqueo. Una vez arrasada ésta, cruel con los memacenos, no sin justo motivo, volvió con al lado de Meleagro y de Perdicas. Pero ninguna ciudad resistió el sitio con más entereza: cayeron los soldados más valientes y el propio rey corrió el último peligro. En efecto, una piedra le dio en la cabeza tan violentamente, que se le nublaron los ojos y cayó sin sentido. Lo cierto es que el ejército le lloró como si le hubiese perdido. Pero, invencible, ante el espanto de los otros, estrechó más rigurosamente el sitio, sin que la herida fuese curada aún, porque la ira espoleaba su natural impaciencia. Practicada una mina debajo de las murallas, abrió un amplio espacio a través del cual irrumpió en la ciudad y, vencedor, mandó arrasarla.”
QUINTO CURCIO RUFO, Historia de Alejandro Magno. Traducción de Flor Robles Villafranca, Madrid, 1985, pp. 168-169.
Selección de Víctor Manuel Galán Tendero.