DIOCLECIANO INTENTA CONTENER LOS PRECIOS (301).

06.09.2022 15:32

               

                “La Fortuna de nuestro Imperio –para quien van nuestros agradecimientos, lo mismo que a los dioses inmortales, en recuerdo de las guerras que con éxito hemos conducido- merece ser felicitada por la tranquilidad presente del mundo, reposando en el seno de una paz muy profunda adquirida al precio de tantos trabajos; ella debe, en consecuencia, ser administrada honestamente y arreglada convenientemente, como lo exige el bien público, la dignidad y la majestad de Roma. Nosotros que, por el favor generoso de las divinidades, conseguimos en el pasado hacer cesar los pillajes vergonzosos de las naciones bárbaras por la destrucción de sus pueblos mismos, queremos, pues, que un tal reposo, asegurado para la eternidad, sea protegido con justos y legítimos medios de defensa. Si, en efecto, alguna regla de moderación podía atemperar los excesos incendiarios de esta avidez desencadenada e ilimitada que, sin la menor consideración de humanidad, no solo cada año o cada mes sino casi cada hora y cada momento no busca más que crecer y aumentar, o, más todavía, si la fortuna común podía soportar sin sufrir demasiado este derroche de licencia que, por el contrario, la desgarra de día en día más lamentablemente, quizá juzgaríamos posible ocultar el mal y callarnos, porque la paciencia de todos los hombres atenuaría la abominable crueldad de esta penosa situación.

                “Pero, puesto que domina exclusivamente esa pasión furiosa e incontrolada de no tomar en consideración alguna el interés general, puesto que en el fuego devorador de su avidez desbordante y efervescente, gentes de una desvergüenza desenfrenada consideran como una especie de religión no pararse en su obra de depredación de la fortuna común si no es por la fuerza y desde luego no por su propia voluntad; y, como, en fin, aquellos que han tomado conciencia de su lamentable condición no pueden soportar más su extremada miseria, es a Nosotros –que somos los padres del género humano- a los que corresponde poner nuestra solicitud al servicio de la justicia.

                (…)

                “Casi demasiado tarde nos ocupamos, en verdad, de esta situación, como lo reconoce la conciencia popular y como lo prueban los hechos; Nosotros habíamos, en efecto, elaborado proyectos y reservado los remedios que habíamos encontrado, en la esperanza de que, según lo que podía esperarse de las leyes de la naturaleza, las gentes convictas de los más graves delitos se enmendarían por sí mismas.

                (…)

                “Nos apresuramos, pues, a aplicar estos remedios que desde hace tiempo requiere la situación sin temer que su aplicación sea juzgada inoportuna, inútil, mezquina o vulgar.

                (…)

                “Hemos decidido (…) fijar no los precios de las mercancías –porque esto podría parecer injusto desde el momento en que un número muy grande de provincias disfrutan a veces de la dicha de conocer los precios bajos que han deseado y de una especie de privilegio de prosperidad-, sino un máximo, a fin de que, si alguna alza de los precios se manifiesta, ¡que no pluga a Dios!, la avaricia que, como los campos extendidos en el infinito, no puede contenerse, sea frenada por los límites de nuestro decreto o por los límites de una ley moderadora.”

                AA. VV., Textos y documentos de Historia Antigua, Media y Moderna hasta el siglo XVII, vol. XI de la Historia de España dirigida por Manuel Tuñón de Lara, Barcelona, 1993, pp. 135-138.

                Selección de Víctor Manuel Galán Tendero.