DINERO Y AUTORIDAD REAL EN EL IMPERIO ESPAÑOL. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

04.08.2021 09:16

                El imperio de los españoles fue visto como una amenaza por más de un reino, como Francia, y se acusó a los Austrias de querer el dominio sobre los demás. Por el contrario, aquéllos contestaron que solamente deseaban preservar su herencia, casi un colosal mayorazgo. Nada nuevo bajo el sol, aunque lo cierto es que siempre se terminó gastando mucho dinero.

                La guerra era una actividad tan lucrativa como cara, y durante la Baja Edad Media distintos reinos fueron estableciendo diferentes impuestos para alimentarla: las tallas en Francia, las sisas en Aragón o las alcabalas en Castilla. Aniquilar la Granada nazarí distó de ser barato, pues poner en pie un ejército más permanente con medios artilleros entrañó el pago de grandes cantidades de dinero por distintas fuerzas sociales, como los eclesiásticos. El modelo de la Santa Hermandad, que recurrió inevitablemente a los municipios, fue de gran ayuda para coronar la empresa granadina con éxito.

                Mientras en los reinos de la Corona de Aragón, las instituciones parlamentarias y sus respectivas diputaciones del general, con fuerza variable, mantuvieron a raya el autoritarismo real, en la de Castilla las Cortes no lograron imponer a Carlos V la discusión previa de un asunto antes de la aprobación del servicio.

                Los servicios ordinarios y extraordinarios fueron el verdadero tesoro de las Indias, pues los caudales americanos ayudaron a negociar préstamos con casas extranjeras, que más tarde pagarían los contribuyentes castellanos. Se atendió al pago de estas cargas, muchas veces, con arbitrios municipales, repartidos por los regidores de turno entre los pecheros del vecindario. La carga fue tan onerosa que las haciendas municipales terminaron endeudándose en exceso, lo que obligó de paso a enajenar considerables baldíos, que terminaron en manos de los poderosos de turno. El círculo vicioso se cerraba así.

                Con las sucesivas bancarrotas de la Monarquía, que terminaron llevándose por delante el sistema de las ferias castellanas, la tendencia se acentuó en lugar de enmendarse. Los millones, establecidos por la Gran Armada, llegaron para quedarse hasta el final del Antiguo Régimen. Las sucesivas depreciaciones de la moneda añadieron mayores dificultades si cabe.

                No resulta extraño que en los reinos no castellanos no se quisiera seguir tales pasos, algo que a su vez provocó una airada reacción de una Castilla que se consideraba agraviada al cargar con todo el peso. Como otros también sintieron el agravio al no compartir sus honores en los cargos de responsabilidad, el conflicto estuvo servido. Las tormentas del siglo XVII desembocaron en la abolición de los fueros de la Corona de Aragón. Los Borbones no lograron reforzar su posición fiscal en Castilla, donde pervivieron sus rentas provinciales, y sus reformas serían contestadas duramente en América. Conseguir dinero siempre fue una tarea de la más alta autoridad, que a menudo fracasó.