DELICIAS TURCAS. Por Gabriel Peris Fernández.
La noche del 15 al 16 de julio han contenido la respiración muchos, todavía consternados por el brutal atentado de Niza. El golpe de Estado contra el gobierno amenazaba con poner todavía más patas arriba una Turquía encaramada al cabo de las tormentas, entre la ambiciosa Rusia y el sedicente Estado Islámico.
Está claro que las fuerzas armadas turcas se encuentran divididas por ideario, intereses y gremialismos. De esta división ha brotado el fallido golpe de Estado. Los insurrectos han carecido de la fuerza de los leales al presidente Erdogan, que se ha visto lo suficientemente fuerte para lanzar a la calle a los civiles partidarios de él. De haber fracasado, los golpistas lo hubieran depuesto con más o menos infamia, pero no se hubieran atrevido ni de lejos a romper con la OTAN. El islamismo radical se hubiera visto justificado para emprender una campaña más violenta.
En el fondo esta situación no es nueva para Turquía, la heredera histórica del imperio otomano, en el que las fuerzas de los jenízaros se entrometieron en la vida palaciega hasta su disolución en 1826 por el sultán Mahmut II. Aquella Turquía imperial también se encontró encaramada a la roca de las tempestades internacionales que caldearon su temperatura interior. Nada nuevo bajo el sol, al menos esta vez.