DEL EBRO A ARGELÈS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
“Le spectacle lamentable des femmes et enfants affamés”. Así caracterizó Théo Duret, el corresponsal de L´indépendant de Perpiñán, el drama humano vivido en el invierno de 1939, el de la Retirada, uno de los más tristes capítulos de la Guerra Civil.
Militarmente, las fuerzas republicanas habían acusado un duro golpe al ser derrotadas en la batalla del Ebro. El 23 de diciembre de 1938, Franco ordenó finalmente emprender la ofensiva sobre tierras catalanas. Se rompió la línea de frente por Seròs y Tremp. El Grupo de Ejércitos de la Región Oriental (GERO) se encontró ante un durísimo compromiso, y el gobierno de la República movilizó las quintas de 1915 a 1922.
Todo parecía en vano. Ante el hecho de la caída de Tarragona, el gobierno francés abrió el 20 de enero de 1939 los pasos fronterizos para permitir la entrada de equipamiento militar con destino a las fuerzas republicanas. Las tomas de Manresa y Sitges determinaron al gobierno republicano a retirarse a Gerona y Figueras. Desde el 23 de aquel mes, muchos huyeron de Barcelona hacia el Norte, junto a sus familias. Al día siguiente, el propio gobierno de la República era el que huía de Gerona, mientras el flujo de personas crecía.
Las carreteras catalanas se saturaron de toda clase de vehículos en medio del frío invernal, mientras los aviones franquistas ametrallaban a las columnas de refugiados. Franco rechazó la propuesta francesa de establecer una zona neutral, con supervisión internacional, para acoger a los refugiados, y la noche del 27 de enero el gobierno de Édouard Daladier abrió la frontera de Francia a los refugiados españoles. Solo al siguiente día pasaron unas 15.000 personas, a pesar de las prevenciones de las autoridades francesas hacia los militares republicanos. Muchos españoles cruzaron en deplorables condiciones por Le Perthus, Cerbère, Bourg-Madame o Prats de Molló. “Une pauvre femme passe avec deux enfants sur les bras. Trois autres se suspendent á ses jupes. Sur la tête oscille une énorme ballot que surmonte une marmite de fer battu”: así expresó muchas angustias humanas Théo Duret.
Los que escapaban temían la represión de los vencedores, pero en Francia muchos fueron recluidos en campos de concentración como el de la playa de Argelès-sur-Mer, extendido por un kilómetro y medio del bosc del Pi a la Ribereta, dividido en dos por el brazo fluvial de El Tamariguer. Cercados por alambres de espino y vigilados por tropas coloniales francesas, los internados padecieron unas durísimas condiciones. Carentes al inicio de barracones y de letrinas, enfermedades como el tifus les hicieron mella. En marzo de 1939, el afamado fotógrafo Robert Capa dio testimonio del horror de las ochenta mil personas allí recluidas. En el sector septentrional del campo, el del hospital, se internaron a los civiles y a los brigadistas internacionales; a los artilleros y aviadores, en el meridional.
A partir de aquel mes de marzo, los barracones se fueron construyendo de forma precipitada con la interesada colaboración del comerciante de maderas Pierre Izard, el primer teniente de alcalde de Argelès-sur-Mer. Se asignaron veinte personas por cada barracón, y se separaron a los varones de las mujeres y de los niños. Muchas familias solo pudieron tener fugaces reencuentros semanales durante la misa dominical. En aquellas dramáticas circunstancias, la labor de los maestros fue ejemplar a la hora de preservar la formación educativa y mantener la moral. Por otra parte, los cuáqueros sobresalieron en la atención humanitaria.
El colapso humano del campo de Argelès-sur-Mer determinó la apertura de los de Saint-Cyprien y Barcarès. Sin embargo, las desgracias no cejaron. En octubre de 1940, una temible inundación mató a muchas personas, destruyéndose parte del cementerio anexo. Para entonces, otra inundación no menos pavorosa había anegado Francia, la de la conquista nazi.
Desde la primavera del 39, algunos de los internados pudieron ser albergados por familiares ya establecidos en Francia. Otros fueron contratados por propietarios locales. Sin embargo, hubo quien retornó a España bajo presión, con consecuencias funestas. Con parte de los recluidos se formaron las Compañías de Trabajadores Extranjeros, cuya incorporación llegó a ser obligatoria con la declaración de la guerra mundial, si se quería salir del campo. Asimismo, hubo quien se alistó a los Regimientos de Marcha de Voluntarios Extranjeros o en la Legión Extranjera.
El campo fue reutilizado por las autoridades colaboracionistas de Vichy, y la experiencia vital de los que fueron recluidos allí fue desde las zozobras de la vida civil del momento a la muerte en Mauthausen y Gusen. El calvario de muchos españoles fue más que notorio.
Para saber más.
Juan Carrasco, La odisea de los republicanos españoles en Francia, Barcelona, 1980.
Adrián Blas Mínguez, Los campos de Argelés, St. Cyprien y Barcarés, 1939-1942, Madrid, 2012.