DEFENDER LA FRONTERA DE PERPIÑÁN BAJO LOS REYES CATÓLICOS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
En 1493, don Fernando y doña Isabel lograron recuperar por la vía diplomática la posesión de los condados del Rosellón y la Cerdaña del rey francés Carlos VIII, deseoso de poder actuar con libertad en Italia. Don Fernando no estaba dispuesto a sacrificar los intereses aragoneses allí, y en 1495 terminó enfrentándose al monarca de Francia. Los condados volvieron a estar en disputa, y Perpiñán se convirtió en una valiosa plaza de armas.
Su alta capitanía fue ejercida por don Enrique Enríquez de Guzmán. A fines de junio de 1495, la situación era grave, y las capitanías del condestable, al frente de hombres como Fernando de Valencia, debieron acudir con rapidez desde la frontera de Navarra, todavía independiente.
Tras las treguas estivales de 1496, los franceses tomaron y arrasaron el castillo de Salses, que los españoles reconstruyeron con nuevas pautas defensivas. Servir en este frente de guerra no fue fácil ni económico. Se ofreció el perdón de la justicia a los que allí acudían a luchar, como el pontevedrés Fernando Rodríguez en 1497, así como no mover pleitos en los lugares de origen de aquéllos.
Los recursos de la Corona de Aragón no bastaron, y se recurrió a los castellanos. Los fondos de las guardas reales aportaron 8.800.000 maravedíes, los de la santa hermandad 24.400.000, los eclesiásticos 30.200.000 y los tributos de los conquistados musulmanes granadinos 14.400.000.
Aunque hubo un periodo de paz en 1498-99, las cautelas no se ignoraron y se prosiguió gastando en aquella frontera antes de la arremetida francesa de 1503. Desde Vizcaya y Guipúzcoa se enviaron armas, pertrechos y herramientas en 1501 a la fortaleza de Salses, reedificada con fondos como los del puerto seco de Requena, entonces en el límite con el reino de Valencia.
Desde Jerez de la Frontera, Málaga o Murcia se transportaron por mar importantes cantidades de cereal, calculándose solamente hasta 1499 en 30.402 las fanegas de trigo y en 203.506 las de cebada, muy necesarias para el abastecimiento de la caballería.
El traslado de dinero para la retribución de la gente de guerra resultó ser de igual importancia en el atribulado verano de 1503. El repostero Jerónimo de Agüero y su oficial se encargaron de ello. Las sumas les fueron libradas por el pagador de las guardas reales Juan de la Torre. Una vez más, las operaciones militares pusieron a prueba las capacidades de la monarquía autoritaria hispana.
Fuentes y bibliografía.
ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS.
Cámara de Castilla, CED, 2, 2-1, 90, 3; y 6, 126, 2.
Aurora Ladero, “La frontera de Perpiñán. Nuevos datos sobre la primera guerra del Rosellón (1495-99)”, En la España Medieval, 27, 2004, pp. 225-283.