DE LOS PODERES VIKINGOS A LOS REINOS ESCANDINAVOS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Los vikingos remodelaron la geografía política de la Europa medieval, desde las islas atlánticas a las llanuras orientales. Acumularon grandes riquezas y notales enseñanzas, que impulsaron que su sociedad y su forma de gobernarse cambiaran.
La sociedad de guerreros libres, con esclavos, dirigida por monarcas belicosos y emprendedores fue dando paso a otra más similar a la de los Estados nacidos tras la disolución del imperio carolingio, la del feudalismo. En Normandía, los descendientes de los conquistadores vikingos terminaron perfilando una de sus variantes más conocidas, que impusieron en el siglo XI por la fuerza en Inglaterra.
Las tierras escandinavas no permanecieron al margen de los cambios del mundo vikingo, aunque se acusaran más tarde que en sus áreas de conquista. La exaltación del poder del rey ha sido considerada una clave de singular importancia, pues desde la más alta autoridad se impulsaron las novedades.
Los monarcas de Dinamarca, Noruega y Suecia contaron con tropas selectas a su servicio, siguiendo la estela de los pueblos germánicos. Sus llamamientos a la movilización naval eran de vital importancia e imponían una autoridad nada menospreciable. Con semejantes campañas, habían logrado una fuerza mayor.
La guerra, por áreas como el codiciado fiordo de Oslo, afirmó el poder de los reyes, que progresivamente fueron acumulando en su patrimonio cada vez más tierras. A semejanza de otros rincones de la Europa medieval, sus campesinos terminaron pagándoles contribuciones señoriales de distintas maneras.
Los aristócratas miraron con atención el aumento del patrimonio real y también se dedicaron a enriquecerse con mayores extensiones de terrazgo, particularmente en las apreciadas tierras llanas. Mientras las tradicionales asambleas de hombres libres fueron perdiendo protagonismo en la Escandinavia de la Plena Edad Media, la nobleza la acrecentó y puso en jaque en más de una ocasión a sus reyes. En el reino de Dinamarca, los nobles díscolos buscaron el apoyo del emperador.
La monarquía encontró de gran utilidad apoyarse en la aprobación de la Iglesia, lo que fomentó la cristianización de aquellos territorios. En 1163-64 se estableció en Noruega la coronación eclesiástica, en 1170 en Dinamarca y en 1210 en Noruega. A la par, se desarrolló la cancillería regia y las leyes fueron puestas por escrito, aunque cada territorio conservó sus propias normas, según los usos de su tiempo.
Las nuevas monarquías escandinavas se insertaron con naturalidad en los círculos mercantiles del mar del Norte y del Báltico, en los que la Liga Hanseática llegaría a tener un destacado protagonismo. Las ciudades se vieron enormemente favorecidas por el comercio, pero los reyes escandinavos tuvieron que enfrentarse a la larga con un adversario formidable. Entre 1368-70, la Liga combatió con éxito al rey de Dinamarca y le obligó a concederle el 15% de sus beneficios comerciales.
Las monarquías escandinavas, con todo, distaron de ser endebles y monarcas como Haakon IV de Noruega descollaron con fuerza. Domeñó este rey el estado de guerra civil de sus dominios, los vikingos de Groenlandia aceptaron su autoridad en 1261, los de Islandia en 1262 y plantó cara en las Hébridas al rey de Escocia Alejandro III en 1263.
Su hija Cristina contrajo matrimonio en 1258 con el infante don Felipe de Castilla, hermano de Alfonso X el Sabio, cuando noruegos y castellanos se entendieron con vistas a la sucesión del Sacro Imperio. Los reinos del Norte y del Sur de Europa, con sus peculiaridades y problemas comunes, ya se dieron la mano en tiempos medievales.
Para saber más.
Thomas K. Derry, A History of Scandinavia: Norway, Sweden, Denmark, Finland and Iceland, Universidad de Minnesota, 2000.