DE LA AMPLIACIÓN DEL REINO DE TOLEDO A LA CREACIÓN DEL CASTELLANO DE MURCIA.
Los castellanos medievales, del Norte del Duero a las Canarias.
En 1212 las fuerzas de Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra lograron una resonante victoria en la batalla de Úbeda, la de las Navas de Tolosa. El imperio almohade encajó un durísimo golpe, pero todavía no estaba abatido. Tanto en la Península como en el Norte de África conservaba el dominio de importantes ciudades. A la batalla, además, siguió una importante epidemia que afectó a Castilla. De todos modos, el monarca castellano logró tomar en 1213 Calatrava la Nueva, Castillar de Santiago, Alcaraz y Riópar.
Conquistadas tales posiciones, retornó hacia Guadalajara Alfonso VIII, que se vio obligado a firmar treguas con el poder almohade. Según la Crónica latina de los reyes de Castilla, el hambre azotaba las tierras castellanas. Sus gentes tuvieron que comerse bestias, perros e incluso mozos, al decir de los Anales toledanos. Mientras tanto, las tierras musulmanas disponían de suficientes caballos, trigo, cebada, aceite y otros alimentos.
Tras fallecer don Alfonso en 1214, Castilla no dispondría de un monarca guerrero hasta años más tarde, con su nieto Fernando III. Hombres como el arzobispo de Toledo don Rodrigo Jiménez de Rada intentaron entonces ampliar sus dominios, pero en 1219 sus fuerzas fracasaron ante Requena.
Los concejos de la Trasierra castellana no permanecieron inactivos, y en 1223 las huestes de Cuenca, Huete, Moya y Alarcón emprendieron una cabalgada contra Zayd Abu Zayd de Valencia, obligándole a rendir pleitesía a Fernando III. Las disputas que desgarraban el imperio almohade dieron impulso a los castellanos, y en 1238 el obispo de Cuenca don Gonzalo Ibáñez logró la rendición de Requena. Aquel mismo año Jaime I de Aragón entró en la ciudad de Valencia.
Las huestes de Alarcón conquistaron Albacete definitivamente en 1241 y en 1242 Chinchilla, operación en la que también participó la orden de Santiago. Las de Alcaraz tomaron en 1243 Tobarra, pretendiendo internarse en el valle del Segura. El arzobispado de Toledo y el obispado de Cuenca secundaron tales expansiones, que hubieran ampliado los límites del reino toledano. Dominadas las principales comunicaciones de la submeseta Sur, se planteó la irrupción en las tierras mediterráneas.
En 1243 el emir de Murcia Ibn Hud, presionado por la Orden de Santiago y por el emir de Granada, firmó con el entonces infante don Alfonso el tratado de Alcaraz. El emir murciano se convertía en vasallo del rey de Castilla, le entregaría la custodia de sus principales fortalezas a sus guerreros y le abonaría parte de sus rentas. A cambio, la autoridad del musulmán sería reconocida, y sus súbditos verían su religión respetada y podrían conservar sus bienes.
No todos fueron del parecer de Ibn Hud, y localidades como Lorca o Mula se alzaron contra el tratado. Don Alfonso marchó hacia el Sureste peninsular, y pronto se planteó el trazado del límite exacto con el área a conquistar por el rey de Aragón, según lo estipulado en el tratado de Cazorla de 1179. El obispo de Cuenca, según el Llibre dels feits, había enviado un caballero de sus confianza al asedio de Játiva, que entabló con los musulmanes conversaciones para que rindieran obediencia al rey de Castilla. El dominio castellano de Játiva mermaría la fuerza del aragonés de Valencia. Fue por ello ejecutado por orden de Jaime I, que pronto supo que Enguera y Mogente se habían entregado al infante don Alfonso.
Jaime I no consiguió hacer cambiar de parecer a los musulmanes enguerinos, pero la toma de Sax, Villena y Caudete, de teórica atribución castellana según lo acordado en Cazorla, obligó a don Alfonso a negociar. Exigió la conquista y posesión de Játiva como dote al monarca aragonés, lo que despertó sus iras. Según algunos historiadores, la pertenencia del área setabense al círculo hudí alentaría esta reclamación.
La mediación de la esposa de don Jaime, doña Violante de Hungría, ayudó a evitar el conflicto entre Castilla y Aragón. Por el tratado de Almizra de 1244, Castilla renunció a Játiva y obtuvo, precisando los límites acordados en Cazorla, las actuales tierras alicantinas al Sur de Jijona y el valle de Ayora, que más tarde pasarían por distintas circunstancias a Aragón.
El estatuto jurídico del valle del Júcar y de la llanura albacetense dentro de Castilla todavía era una incógnita por aquellos tiempos. El obispo de Cuenca hizo convenios con distintos poderes locales para percibir los diezmos de Jorquera y de puntos del valle del Júcar. La monarquía concedió las sierras de Segura y Huéscar a la orden de Santiago para refrenar las ambiciones de Alcaraz, secundada por el arzobispado de Toledo.
Al final, gran parte de aquel extenso sector pasó a formar parte del reino de Murcia, concretamente la actual comunidad autónoma murciana, el Sureste de la provincia de Albacete, parte de la actual de Alicante y algunos municipios de la de Jaén. En 1250 se erigió (o restableció) la sede episcopal de Cartagena. Localidades como Requena se adscribieron al obispado de Cuenca y al reino de Toledo. En 1257 Almansa fue dotada de concejo al modo de otras tierras de Castilla. El nuevo reino de Murcia fue encomendado en 1258 a un adelantado mayor, en lugar de un merino, responsabilidad que recayó en Juan García de Villamayor hasta 1272. Dentro de este dominio castellano, la Mancha de Montearagón conservó su personalidad distintiva y sería una importante base de operaciones de las fuerzas de Enrique II de Castilla cuando en 1369 Pedro IV intentara hacerse con el dominio de Requena.
Víctor Manuel Galán Tendero.