DE COLONIA A PAÍS, NUEVA ZELANDA. Por Carmen Pastor Sirvent.
En el archipiélago que hoy en día englobamos bajo el nombre de Nueva Zelanda se podían haber forjado distintos países, uno al Norte y al Sur el otro aprovechando sus dos islas principales. Los polinesios que comenzaron su poblamiento entre el año novecientos y el mil de la era cristiana, sucesores de los pueblos austronesios de la cultura lapita, se habían ido asentando por una buena parte de las islas de Oceanía gracias a su pericia naútica y no crearon grandes unidades estatales.
Cuando los británicos llegaron por vez primera en 1792 a la septentrional bahía de las Islas tampoco tenían en mente grandes designios políticos. Sólo pretendieron negociar con los aclimatados descendientes de los primeros polinesios, los maoríes, vendiéndoles las cotizadas armas de fuego, tan disputadas entre sus distintos grupos hasta el punto de encender en 1818 la guerra de los mosquetes.
Desde Australia, concebida como asentamiento penitenciario al principio, arribaron al Sur las expediciones de los balleneros, en auge en el Pacífico de la primera mitad del siglo XIX. En 1814 la colonia británica de Nueva Gales del Sur reclamó Nueva Zelanda como territorio a incorporar a su propio círculo en un claro ejemplo de actuación subcolonial.
La reclamación no prosperó, y los colonos llegados de las islas Británicas se afanaron en ampliar sus terrazgos de cultivo y explotaciones ganaderas, colisionando con la población maorí en un enfrentamiento muy similar al experimentado en Sudáfrica y en los Estados Unidos. En 1840 se intentó alcanzar un equilibrio por el tratado de Waitangi, suscrito por una nutrida representación de las jefaturas maoríes, capaces de asimilar algunos de los logros militares de los europeos. Sin embargo, los incidentes en el río Wairau lo malograron y de 1843 a 1848 se libró una primera guerra a gran escala entre los dos grupos que se disputaban el territorio.
Los maoríes se hicieron poderosos en Ohaewai Pa, el lugar fuerte, pero las enfermedades introducidas por los británicos y los cambios acaecidos en su modo de vida más tradicional los condujeron paso a paso a la capitulación. El Movimiento del Rey de 1858 y el del Fuego en el Helecho de 1860 culminaron en una serie de acciones guerrilleras en el marco de una segunda y última guerra.
Paralelamente los colonizadores europeos adquirieron mayor fuerza y presencia en las islas. En 1852 se firmó el Acta de Nueva Zelanda, que singularizaba el archipiélago dentro del extenso imperio británico. Su capital se trasladó de Auckland a Wellington en 1865. Impulsada por las exportaciones de productos ganaderos a otros puntos del mundo regido por Gran Bretaña, Nueva Zelanda se erigió en 1907 en dominio autónomo con la capacidad de autogobernarse, arrancando su trayectoria como país, todavía en la actualidad dentro de la Comunidad Británica de Naciones.