CURAS DE ARMAS TOMAR. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
La estrecha cooperación entre el trono y al altar se consideró una de las piedras angulares del sistema de gobierno del Antiguo Régimen durante la Restauración, ya derrotado Napoleón. Sin embargo, los enfrentamientos entre ambos poderes menudearon desde la Edad Media.
Sin alcanzar, ni de lejos, la intensidad de ninguna guerra de las investiduras, las relaciones entre las autoridades reales de la España del XVIII y los eclesiásticos no siempre fueron ni cordiales ni confiadas. Felipe V ya había chocado con la Roma papal durante la guerra de Sucesión, cuando se reconoció rey de las Españas a su rival Carlos de Austria. El concordato de 1737 no se vio libre de intensas polémicas, con las regalías de la corona en el centro de la disputa.
Se pretendía disciplinar a un clero, que no siempre se juzgaba atento a su ministerio y al decoro debido. Se advirtió el 20 de septiembre de 1746 contra los eclesiásticos que se personaban sin hábitos en los funerales y novenas por las almas de los difuntos.
Las cuestiones fiscales no eran menos espinosas. Se advirtió a los canónigos el 5 de enero de 1765 que las tierras que desde 1749 se habían hecho de regadío y las yermas puestas en cultivo debían pagar el tercio diezmo y primicias al rey.
Ese mismo año, el 28 de octubre, se advirtió que los eclesiásticos no deberían hablar mal del gobierno y se les recomendó la práctica piadosa de los ejercicios espirituales.
Los motines de Esquilache conmovieron la tranquilidad pública. De los mismos se terminó responsabilizando a los jesuitas, que pagaron el pato. No obstante, el resto del clero también fue objeto de severas miradas. El 6 de marzo de 1767 se denunció que los clérigos no iban vestidos debidamente y el 24 de julio de 1770 se prohibió a los eclesiásticos el empleo de sombreros gachos o chambergos, que en teoría habían encendido el motín en Madrid.
La formación de un ejército de recluta en todo el territorio español volvió a mostrar las diferencias, particularmente en Cataluña. El 18 de noviembre de 1770 se insistió sobre el cumplimiento de los deberes de reclutamiento. Los eclesiásticos debían cooperar, sin enturbiar el sorteo de los quintos. Actuarían como sus validadores, poniendo especial atención en las cédulas de los individuos que se sorteaban. El 2 de abril de 1773 se volvió a hacer hincapié en la necesaria cooperación eclesiástica en tal tarea. Incluso, el 27 de abril de 1774 se previno contra los alborotos desencadenados por gentes que se apoderaban de los campanarios, que deberían ser guardados, así como cerradas las iglesias para evitar su profanación al destinarse a la predicación, considerada el fundamento de la tranquilidad pública en interés del común, pilar de la felicidad de los pueblos.
Creencias y tradiciones no escaparon a la censura regalista, de sesgo rigorista y poco comprensiva al final con la exuberancia barroca. El 1 de octubre de 1772 se hizo saber la orden del embajador conde de Fuentes prohibiendo la concurrencia supersticiosa ante el rey de Francia desde Navarra, Aragón y Cataluña para sanar de lamparones o escrófulas. El rey de España no quería competidores providenciales. El 21 de marzo de 1777 se cargó contra la impertinencia de penitentes y sayones por Semana Santa al ser contrario a las buenas costumbres y máximas cristianas, según la Cédula del 19 de noviembre de 1771. Se reprocharon vivamente las representaciones en el obispado de Plasencia, las procesiones nocturnas, el trabajo en días festivos, los bailes en los cementerios y la exposición de las Sagradas Formas.
En vísperas del estallido de la Revolución en Francia, ya se cargó contra el contrabando, con los sacerdotes por medio. El 20 de abril de 1787 se previno contra el asilo eclesiástico a los contrabandistas, lesivo para la Real Hacienda. Se exhortó, pues, a la fidelidad canónica, a tratar al contrabandista como al hijo de Job y al cumplimiento de los dos fueros.
En cambio, el 6 de diciembre de 1787 el conde de Floridablanca fue advertido por los eclesiásticos de ciertas proposiciones sembradas en libros, capaces de originar delitos que conducían a la prisión y al desamparo familiar, lo que en el fondo era debido a la mala instrucción de no pocos confesores, motivo de la destrucción del orden de la República Cristiana. El famoso pánico de Floridablanca ya se insinuaba, así como una forzada colaboración entre el trono y el altar.
Fuentes.
ARXIU HISTÒRIC DE TARRAGONA.
Visitas pastorales.