CRASO NO FUE ALEJANDRO MAGNO. Por Gabriel Peris Fernández.
Alejandro el Grande fue único por muchas razones, pero otros que tuvieron mucho de mediocres se creyeron dotados con sus talentos. La emulación a veces es buena para promover ciertas acciones, aunque a veces lleva al ridículo más completo.
Un hombre de sesenta años y con sordera se propuso superar al gran general macedonio. No era un cualquiera, sino uno de los hombres más opulentos de la Roma republicana y un político veterano: Craso.
En la agitada República llegó a un entendimiento con dos hombres favorecidos por las armas, Julio César y Pompeyo, con los que conformó el llamado primer triunvirato. Craso no tenía que ser menos.
Cargado de soberbia y de recursos se dirigió a Siria, desde donde pensaba abatir al imperio de los hábiles jinetes partos. Plutarco le atribuye su voluntad de alcanzar el Mar Exterior tras someterlos y cruzar victoriosamente la India y otros remotos países.
Enfrente tuvo a un general más joven aficionado a maquillarse la cara como una mujer, Surenas el Parto. Era un tipo inteligente y calculador que sabía que la fuerza de sus ejércitos residía en sus flechas, lanzadas con singular maestría por sus cabalgadores.
Los 10.000 jinetes partos tuvieron a su disposición 1.000 camellos cargados con proyectiles de reposición. Podían disparar a placer y acreditar su maestría como arqueros montados.
Craso se encontraba a la sazón más preocupado por seguir los pasos del gran Alejandro y emulándolo cruzó el Tigris por Nicephorum. A continuación se encaminó en dirección Norte hacia Edesa.
El conquistador romano sólo encontró distancias, hostigamiento y agotamiento. En Carras (o Haran) sus fuerzas se vieron rodeadas por las de los partos. En junio del 53 antes de Jesucristo Roma encajó una de sus peores derrotas de su larga Historia.
De 40.000 legionarios, 20.000 cayeron abatidos por las flechas partas y 10.000 arrostraron el cautiverio. De Craso no se supo más y de su sueño de grandeza mucho menos. Craso error el de Craso.