CÓRDOBA, MUSULMANA Y CRISTIANA. Por Laura Gómez Orts.
La señorial Córdoba atesora una riquísima Historia. Romana desde el siglo II a. C. cuando el general Claudio Marcelo la fundó, se convirtió en la capital de la Hispania Ulterior. La prosperidad de los días cordobeses de la república romana fue sobresaltada por las guerras civiles, ya que Corduba se declaró partidaria de Pompeyo frente al vencedor de la batalla de Munda, Julio César.
Pasado este trance César Augusto le retornó sus honores ciudadanos como Colonia Patricia, acogedora de veteranos de sus ejércitos. Los romanos aportaron riqueza edilicia y de infraestructuras, testimoniando su auge comercial y cultural. Con dos foros como Tarragona (el provincial y el colonial o municipal), anfiteatros como el recientemente sacado a la luz, templos como el que se ubicaba en la Calle Claudio Marcelo y notables estatuas, Corduba alcanzó un gran esplendor, todavía mayor cuando los Omeyas la erigieron primero en la capital del emirato de Al-Andalus y del califato más tarde. En el siglo X la Córdoba de la espectacular mezquita era la principal urbe de la Europa del Oeste, con bibliotecas envidiadas y grandes sabios en diferentes terrenos del saber.
A la caída del Califato (1031) Sevilla le fue detrayendo su hegemonía andalusí. Las huestes de Fernando III el Santo llegaron ante sus puertas un mes de junio de 1236, siendo tomada por su arrojo en el asalto a los pocos días. Los cristianos repoblaron especialmente los antiguos arrabales islámicos, como el de la Ajerquía, proyectándose catorce iglesias, las fernandinas: siete en la Ajerquía y las otras siete en la madina o la villa de hoy.
Las gentes de Córdoba vivieron la dura prueba del siglo XIV, como la guerra entre el rey Pedro I el Cruel y su hermanastro Enrique II de Trastámara (1366-69). La Peste Negra se abatió sobre en 1349 y en 1364, y la mortalidad junto a la falta de víveres y dinero ocasionaron una gran crisis económico-social, de la que los veteranos cordobeses supieron salir con tenacidad.