CONNERY, EL HOMBRE QUE SÍ REINÓ. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Allá por 1953 el novelista Ian Fleming creó un personaje llamado a hacer fortuna: Bond, James Bond. En menos de una década, en 1962, saltaría a la gran pantalla, interpretado por Sean Connery.
Connery era una fuerte presencia cinematográfica, imborrable. Nos ha dejado en los últimos días de octubre de este bisiesto 2020, pero nunca nos abandonará mientras haya gusto por las películas.
El escocés representó como pocos el orgullo británico del 007, el expeditivo agente de una potencia que ya no era superpotencia en la Guerra Fría, cuyo declive interpretó en la vibrante La caza del octubre rojo, con un personaje del otro lado del Telón de Acero.
El contundente Connery se puso en la piel de un policía en Atmósfera cero, en una prosaica trama ambientada en un duro espacio sideral, o en Los intocables de Elliot Ness. El servidor de la ley y del séptimo arte tomó parte en fantasías de gusto histórico como Los inmortales y en recreaciones históricas tan evocadoras del estilo de la portentosa El nombre de la rosa.
El versátil Connery interpretó al severo profesor de literatura medieval y padre de Indiana Jones en su última cruzada, entretenimiento en estado puro, adrenalina compartida por el indómito agente de La roca, todo un 007 en guerra con un sistema injusto, con demasiados secretos inconfesables.
El gran Connery dio vida con gallardía a la aventura, la de El hombre que pudo reinar, la del truhan que con su arrojo se convierte en un dios viviente, antes de caer en picado. El desplome de sus personajes fue convertido por el portentoso Sean en lecciones de dignidad, desde aquel que pudo ser rey al Robín Hood crepuscular junto a su lady Marian.
Sin duda, personas como él nos hicieron ver las virtudes de los héroes del tiempo en el mágico cine. Representó como pocos al caballero mundano envuelto en un torbellino de acción.