CÓMO COMBATIERON LOS ESPAÑOLES A LOS APACHES.
La colonización española avanzó en el siglo XVII al Norte de México, a la búsqueda de nuevas minas, tierras, pastos y almas que convertir. Los pueblos amerindios opusieron resistencia más de una vez y unas ochenta y cinco naciones indígenas unieron sus fuerzas en 1685 en la Nueva Vizcaya. Las explotaciones mineras de Santiago de Mapimí se vieron amenazadas, así como las tareas de jesuitas y franciscanos en la extensa zona. Otros pueblos podían sumarse a la guerra y los españoles fundaron con gran esfuerzo los presidios o puntos fuertes del Pasaje, Gallo y Conchos, con la intención de contener a gentes tan indómitas como los apaches.
Durante la primera mitad del siglo XVIII, una serie de esforzados soldados servirían en tan expuestas posiciones contra rivales tan bravos. En 1748, los españoles lograron reconocer con cierto detalle las márgenes del río Grande, tarea ciertamente arriesgada. Los distintos pueblos de la Apachería combatieron y comerciaron con los españoles. En aquella frontera o tierra de riesgos graves donde a duras penas se respetaba la autoridad del rey de España, las incursiones y los tratos eran comunes por ambas partes. Los españoles no dejaron de contar con fuerzas amerindias, dadas las divisiones entre los mismos apaches, y don Bernardo de Gálvez (que tanta nombradía alcanzaría en la guerra de independencia de Estados Unidos) capitaneó en 1771 una campaña con sesenta soldados y trescientos auxiliares amerindios, que resultó victoriosa.
Sucesos como el apresamiento en Nueva Vizcaya de cabezas de ganado o la muerte de amerindios amigos fueron una constante. Las noticias llegaban al final a la ciudad de México, la capital del virreinato de Nueva España, donde se examinaban con preocupación. En 1772, el virrey Bucareli, asesorado por la Junta de Guerra y Hacienda, consideró los procedimientos del coronel de origen irlandés Hugo O´Connor, que como comandante inspector decía saber luchar contra los apaches.
O´Connor era un avezado veterano de la frontera. En una ocasión, había ordenado la salida de dos escuadras de cincuenta hombres. Mientras la primera se retiró sin más, la segunda dio en el cañón de San Antonio con ciento ochenta apaches. Tras una escaramuza, cayeron siete de ellos y el restó huyó abandonando doscientas treinta y seis caballos y un cautivo de apenas once años. Los españoles informaron eufóricos que solo habían tenido que lamentar la muerte de un soldado, dos heridos y la pérdida de tres caballos.
Semejante proceder, de todos modos, obligaba a buscar a los apaches a sus rancherías o agrupaciones, con la consiguiente fatiga de la tropa, cansancio de sus monturas y elevado riesgo de perecer en una emboscada. Si se tomaban sus avenidas o parajes de incursión con nuevos presidios, se evitarían ataques a los dominios españoles. Las mejor protegidas fronteras de Chihuahua verían su vecindario aumentado. Poco a poco se extinguiría el miedo al “atrevido orgullo e inhumana ferocidad” de los apaches.
Su plan de operaciones fue aprobado y se dictaron las oportunas providencias para los gobiernos de Chihuahua y de Coahuila. El conde de San Pedro del Álamo, gobernador de la primera, recibió mil quinientos caballos para la remonta del cuerpo volante de O´Connor, también provisto de nuevas armas desde la capital.
Los establecimientos españoles parecieron entonces más a salvo, pero en años sucesivos la situación volvió a complicarse. En 1777, nuevos incidentes volvieron a turbar la paz en Coahuila. El capitán amerindio Bocatuerta se unió a los apaches para vengar la muerte de su hijo, según decía. Partió con sesenta indios de fusil apaches lipanes contra los comanches. Sin embargo, un cautivo de Coahuila aseguró que iba a atacar en realidad a los españoles y que su hijo todavía vivía. Los sucesos de los campos de Sonora y Coahuila demostraron como los apaches no dejaron de tomar elementos militares y culturales de sus enemigos españoles, pero ahora también tenían que hacer frente a las acometidas de un nuevo rival.
Los comanches, en expansión desde décadas antes, se estaban imponiendo militarmente en las sierras del Sacramento y Blanca y los apaches se retiraron hacia el río Colorado. La llamada por los españoles junta general o alianza comanche había aniquilado en las últimas acciones unas trescientas familias apaches. En vista de la amenaza, las gentes de la Apachería de Poniente abandonaron las sierras de los Mimbres y Gila y se retiraron en busca de protección a la misión de Zuñi. Los comanches no se convirtieron en aliados de los españoles y les causaron nuevos problemas. Tampoco los apaches terminaron mostrándose más dúctiles. La violencia de aquellas tierras fue heredada más tarde por el México independiente y recibida después por los expansivos Estados Unidos, que también se plantearon como los españoles la mejor forma de combatir y aplacar a los bravos apaches.
Fuentes.
Archivo General de Indias, Audiencia de Guadalajara, 512, N. 94, y 516, N. 5.
Víctor Manuel Galán Tendero.