CIFRAS CON HISTORIA. ¿Impulsó la inmigración la explotación de nuevas tierras en Estados Unidos?

05.01.2015 00:12

 

               Los Estados Unidos se extendieron espectacularmente a lo largo del siglo XIX desde la fachada atlántica a la pacífica de Norteamérica. Los pueblos amerindios fueron desplazados por los colonizadores de origen europeo drásticamente, y la idea de frontera ganó popularidad, apareciendo como la más preciada seña de identidad histórica de la joven nación de la mano de autores como Turner. El europeo, según su planteamiento, se trasladaría a América impulsado por sus deseos de libertad y su hambre de tierras, convirtiéndose finalmente en americano al alcanzar el Oeste. Las ideas de Turner han sido muy revisadas, aunque ciertamente la llegada de nuevos pobladores alentó la explotación de las tierras recién adquiridas por la joven república.  Entre 1860 y 1914 se pusieron en los Estados Unidos más de 1.930 kilómetros cuadrados o 193.000 hectáreas en explotación directa, siguiendo este ritmo:

                Años                                                    Número de kilómetros cuadrados

                1860-70                                               250

                1871-80                                               546

                1881-90                                               226

                1891-00                                               473        

                1901-10                                               271

                1911-14                                               166        

                FUENTE: Historical Stadistics, Ser 2 K.

                Pasada la Guerra de Secesión el movimiento se intensificó, pese a que muchos magnates del Norte adquirieron con comodidad grandes plantaciones del derrotado Sur. Además, los efectos de la bajada de los precios agrícolas se dejaron notar desde 1873 en muchos países, disuadiendo a muchos a emprender una nueva empresa no exenta de riesgos. La clave del movimiento reside en la promesa de la Homestead Act o ley de asentamientos rurales del 20 de mayo de 1862, pensada para atraer a colonizadores europeos en unos tiempos de gravísimas dificultades para la Unión. Se prometía a cada labrador unas 65 hectáreas en propiedad tras cinco años de permanencia obligatoria. Evidentemente todo ello tuvo mucho de teórico, pues no se preveían mecanismos serios para evitar el endeudamiento de los futuros granjeros y la previsible desposesión campesino a manos de los grandes intereses financieros y rurales, pero era algo más de lo que tuvieron los desafortunados campesinos de México antes de 1910.

                La relación entre apertura de nuevas explotaciones e inmigración distó mucho de ser mecánica. En la década de 1880 aparecieron los buques frigoríficos, de tanto valor en el transporte de alimentos, y las gentes de la Europa mediterránea y oriental comenzaron a afluir en gran cantidad a los Estados Unidos, siguiendo los pasos de ingleses, irlandeses, escandinavos, flamencos y alemanes desde 1845. La victoria contra los amerindios parecía asegurada. Sin embargo, la explotación de nuevas tierras perdió más de la mitad de su ritmo. A los nuevos inmigrantes les atrajo más el universo ciudadano del Este, en el que ya se dieron cita importantes problemas de exclusión social, que dieron pie a los primeros decretos contra la inmigración en Estados Unidos.

                El movimiento volvió a cobrar bríos en la década final del siglo XIX, cuando muchos granjeros del Oeste se enfrentaron a enormes deudas, causadas por el aumento de los precios industriales por encima de los agrícolas. La mecanización de las grandes fincas también los había perjudicado, padeciendo además los efectos de los proteccionistas aranceles McKinley, que encarecieron el coste de la vida. El radicalismo ganó adeptos en la política, que se intentó frenar por diferentes vías. En 1889 se había emprendido la colonización de Oklahoma, inmortalizada en el cine, permitiendo una auténtica carrera de ocupación por sus tierras.

                En los catorce primeros años del siglo XX el movimiento de apertura perdió fuerza, pese a que se alcanzó un fuerte crecimiento demográfico del orden del 2´4% anual. Los 3.688 inmigrantes llegados en 1891-00 se convirtieron en la siguiente década en 8.795.

                Estados Unidos respondió a la depresión de los precios agrícolas apostando por la protección de su mercado interno, por la especialización de grandes áreas en el cultivo de algodón, maíz y trigo (llegando a representar estos dos últimos los 2/3 y los 3/5 de toda la producción mundial antes de 1914), y la consabida mecanización. La ya potente industria estadounidense evitó el drama argentino o brasileño de unos precios manufacturados muy por encima de los primarios.

                Vemos como no existió ninguna relación directa entre inmigración directa y apertura al cultivo de nuevos terrazgos, pero sí indirecta. La consolidación de una agricultura moderna con visos democráticos en el interior de la América del Norte fue de gran ayuda para la consolidación de una industria fuerte por razones de mercado y de provisión de materias primeras y  alimentos. No fue una casualidad que los Estados Unidos pasaran de representar un poco más del 23% de la producción industrial mundial en 1870 a casi el 36% en vísperas de la I Guerra Mundial, mientras Gran Bretaña caía por las mismas fechas del 32 al 14%, y Alemania oscilaba del 13 al 16%.

                Tampoco se haría justicia al movimiento de labranza y explotación de nuevos terrazgos en Estados Unidos si no se tuviera en cuenta su dimensión ética, capaz de ganar las simpatías de personas procedentes de países con fuertes problemas de desposesión rural, o amenazadas con el desarraigo como los judíos que soñaban con un nuevo hogar. En 1900 el 60% de los ciudadanos de los Estados Unidos habitaban en localidades rurales, donde vivieron una especie de sueño según Herbert Nicholas, el de la edad de la inocencia de vida sencilla, costumbres puritanas y una cierta homogeneidad de modestas fortunas. Aquel ideal de sociedad radical en sus orígenes terminó convirtiéndose en el valladar contra la América babilónica de las grandes ciudades, pese a ser presa de las concentraciones de los trusts y  de la falta de medios de financiación. Nuevas sendas históricas se abrían a una nación tan marcada por la inmigración y el acceso a la tierra como la estadounidense.

                Víctor Manuel Galán Tendero.