CIENCIA E HISTORIA. Por Víctor Torregrosa Ramírez.

24.10.2014 16:11

     ¿Puede ser mío el conocimiento histórico?

    De tan acostumbrados que estamos a dividir el conocimiento en ciencias naturales y ciencias sociales, históricas o humanas tendemos a suponer, implícitamente, que las segundas no son tales ciencias, y que de ello  tienen sólo el nombre: “ciencias” humanas. Puesto que ciencia sólo puede haber una, y no dos, uno de esos dos grupos de ellas debe de valer más que el otro, o sencillamente, no ser saber en absoluto.

    De la historia se dice que el objeto que estudia, el suceder de las distintas formas humanas de supervivencia (y quizás, de vivencia), no es asimilable al modelo de saber que aplican las disciplinas científicas, objetivas, naturales; la física y la química sobre todo, y la biología controvertiblemente, son ejemplos del uso del método científico; y que la historia no es una muestra paradigmática de la práctica de este método; riguroso, y tendente a la exactitud.

    En parte, mucho de lo que en esta dicotomía está en juego se debe a la forma de concebir el concepto de “causa”. Hume marcó un hito en la historia del pensamiento definiendo causa como la conjunción constante de eventos observados; cuando esta conjunción es suficientemente habitual podemos inferir una ley científica general. En esto se basa el conocimiento, el verdadero conocimiento; porque inclusive,  si éste viene descrito matemáticamente, al fin y al cabo, debe de someterse al juicio de la experimentación y la observación. Cualquier fenómeno que se nos presente, si puede ser incluido en la citada ley general estará explicado y su “causa” encontrada.

                                                        

    ¿Sigue la historia este patrón? ¿Se trata de hallar en ella leyes generales del comportamiento de los pueblos? ¿Tiene “causa” la misma significación en este ámbito de la realidad?

    Del otro lado del continente europeo -Hume era escocés- siempre ha habido voces que se han opuesto a esa concepción. Por ejemplo, Dilthey, un alemán, junto con muchos otros, consideraban que la finalidad de la historia es comprender, no explicar. Comprender es empatizar con otras formas de supervivencia (quizás de vivencia) a través del estudio particular de sus productos y manifestaciones, como si fuera el comprender un tipo de sentimiento común a todo el género humano concretado cada vez de distinto modo. Sentir esta emoción igual o semejante es comprender esa forma de vida humana concreta.

    Si explicar se relaciona estrechamente con causa y ley general, comprender parece más bien referirse a cosa personal, única, singular; y puede que múltiple, disperso y relativo y, por lo tanto, lejos del paradigma de conocimiento  objetivo. Vamos, eso que se suele decir de las ciencias históricas... : que en realidad son subjetivas y que su saber depende del historiador de turno, de sus inclinaciones, apetencias o ideología política, etc..

    Y es que hay modos naturales de ser en el ser humano; mecanismos susceptibles de ser explicados metódicamente, automatismos que pueden ser descritos siguiendo el ejemplo de la física o la química... procesos digestivos, reflejos musculares... y, ¿por qué no?, puede que también la vida psíquica del hombre sea como una máquina compleja de cuyas operaciones no somos conscientes. Es como si parte de nosotros fuera manejada por fuerzas superiores que “movieran los hilos” de la marioneta en que consistimos – ya Aristóteles recurría a esta analogía para expresar la sorpresa de “los que no habían visto la causa” de lo que sucede.

                                                    

    Sin embargo, en la historia, la palabra “causa” tiene el significado de “motivo”, “intención”, “finalidad” o, mejor, “razón”. Entre los motivos que inspiran a los pueblos, culturas o épocas históricas, y las acciones que producen hay una relación lógica, una relación que no podemos concebir de la misma manera que si del análisis de un mecanismo se tratara. Los motivos se justifican, se reflexionan y argumentan; ha de haber una inteligencia que una el motivo inicial con el resultado final y que, además, no ignore sus razones, las conozca conscientemente: el prototipo del hombre cabal que sabe lo que quiere, lo sabe exponer, y sobre todo, sabe llevarlo a cabo. Un sujeto libre y racional.

    Relatar o seguir una historia es una competencia específica en la que se mezcla ambos tipos de realidades: las causas y los motivos. En una historia ha de haber sorpresas, sucesos inesperados que nos saquen de lo habitual, de la ley general, de lo que suele ocurrir y que, a veces, suele oprimirnos. La situación particular sobrevenida es entonces para el sujeto, el motivo de su reflexión; la ocasión para fundir en un solo acto lo que ha ocurrido con el porqué, con su causa, haciendo de ésta a partir de ahora, su motivo. Lo que, en general, ya ha ocurrido – y que no volverá a ocurrir igual – nos servirá o no para planificar nuestra acción futura; y si no tiene que servirnos habrá que producir hipótesis hasta asentarlas como normas generales de comportamiento. El problema está en que en este proceso el sujeto ha de hacer suyas sus circunstancias (eso que decía Ortega) y en este hacerse cargo de su realidad el hombre se convierte no ya en una cosa o mecanismo, sino en un ser libre y consciente de su situación.

    Pues bien, ya que ha salido Ortega inesperadamente en este artículo, podríamos decir junto a él que la historia es una combinación de subjetividad y de objetividad, y que entonces, la dualidad de conocimientos de los que partíamos encubre un mal enfoque, una mala forma de ver la cuestión (partíamos de la dualidad de ciencias naturales y sociales).

    Si queremos concluir algo, y en realidad creo que podemos, es que la historia es tanto un conocimiento subjetivo como objetivo... pero entonces...¡¡también las ciencias naturales!! Sin embargo, creo que esto habrá que dejarlo pendiente, en suspenso. Cada uno puede continuar esta historia haciendo de esto su problema...

    (Artículo basado en el libro de Paul Ricoeur Del texto a la acción)