CERVANTES SE MURIÓ DE ASCO. Por Gabriel Peris Fernández.

18.03.2015 09:56

                

                Un 22 de abril de 1616 pasó a mejor vida un hombre de amarga vida y fructífera existencia, cuyos restos en la cripta del convento de las trinitarias descalzas de Madrid parece ser que se han localizado tras ser esparcidos a fines del siglo XVII por la reforma del edificio. Fue sepultado a cara descubierta con el hábito franciscano. No es otro que Miguel de Cervantes Saavedra.

                                                            

                El padre de don Quijote y su buen Sancho tuvo por progenitor a un cirujano de Alcalá de Henares, donde vio la luz en 1547. En sus sesenta y nueve años de vida padeció las miserias de una España que tuvo poco de Oro para el común de sus mortales.

                El soldado que luchó en Lepanto y con su hermano menor Rodrigo en Corfú y Túnez cayó cautivo de los otomanos en 1575, yendo a parar a Argel durante cinco años. Experimentó en primera persona la amargura de muchos de los soldados coetáneos. Los quinientos ducados aportados por el trinitario Juan Gil compraron su redención un 19 de septiembre de 1580. Miguel no vería nunca Constantinopla.

                          

                La vida familiar le deparó más de una sorpresa desagradable. Antes de casarse en 1584 con una muchacha de diecinueve años de una familia venida a menos, Catalina de Palacios y Salazar, tuvo una hija ilegítima. Cuando en 1604 abrió casa en Valladolid, entonces Corte, vivía con ella, su hija legítima, sus dos hermanas y su sobrina, las últimas con fama de licenciosas. Sus enredos amorosos se pusieron al descubierto con motivo del asesinato del caballero navarro don Gaspar de Ezpeleta a la puerta de su domicilio. Las Cervantas consiguieron en su tiempo más fama que algunas de las creaciones del pobre manco.

                Miguel peregrinó por Madrid, Sevilla, Valladolid, Barcelona y finalmente Madrid en busca de sustento y reconocimiento. No terminó en las Indias porque el presidente de su Consejo se lo impidió en 1590. Nunca ha sido fácil escribir en España, ni tan siquiera para el príncipe de sus literatos.

                En Andalucía ejerció de comisario de abastos de la Armada que de invencible no tuvo más que el nombre y de recaudador en 1594, ganándose la inquina de muchos que no querían pagar los tributos del exigente Felipe II, por el que Cervantes manifestó poca simpatía. Se tiene constancia que fue excomulgado en dos ocasiones y en otras dos en 1592 y 1597 terminó en la cárcel. Los presos de toda laya forman parte del universo cervantino, Corpus de una España saturada de sinvergüenzas y ayuna de verdaderos caballeros.

                La salvación de Miguel fue la escritura, coronándolo como el gran Cervantes. El contrato con el mercader de libros Blas de Robles hizo posible la publicación de La Galatea en 1584, pero al final tuvo que ir en pos de un mecenas como el conde de Lemos, esquivo entre 1610 y 1613.  La publicación de lo que hoy conocemos como la primera parte del Quijote le reportó una popularidad, que estuvo lejos de conseguir su teatro y sus poesías.

                En la república de las letras arrostró envidias y malas jugadas como la publicación en 1614 por Felipe Robert en Tarragona del Quijote de Alonso Fernández de Avellaneda, que algunos han identificado con el mismo Lope de Vega o gentes de su círculo. Cervantes supo convertir la indignación en creación, la segunda parte de una obra inmortal pese a morir su protagonista para que nadie osara resucitarlo.

                                                

                ¿Qué homenaje merece el hijo del cirujano? Algo que los españoles no somos capaces de proporcionar: gusto por la lectura y respeto por el trabajo intelectual de verdad. Mientras llega el día del juicio final algunos contemplaran con pesar un país cervantino de sinvergüenzas y listillos donde don Quijote recibe el diagnóstico de lector y loco. Don Miguel de Cervantes Saavedra fue un gran español porque nos descubrió la vida bajo las cenizas de un país de bachilleres, cervantas y vendedores de humo y de callos.