CÁDIZ, ENTRE LOS INGLESES Y LOS IMPUESTOS DEL REY. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Hércules me fundó y don Alfonso me reedificó. Así blasonó de su pasado la ciudad de Cádiz a fines del siglo XVI y comienzos del XVII, entre el saqueo inglés de 1596 y la derrota de los ingleses en 1625. Todavía quedaba casi un siglo para que se erigiera en cabeza del tráfico del comercio oficial de la Península con las Indias, pero su importancia estratégica era incuestionable a los ojos de cualquier observador.
La ciudad de Sevilla propuso en 1597 la fortificación de Cádiz al rey. De la cuenta de los presidios reales se deberían de pagarle mil soldados de guarnición, sin descuidar el fortalecimiento de la barra de Sanlúcar y la concesión a Gibraltar de 2.000 ducados al estilo de Málaga. Otros 2.000 deberían de destinarse a Cádiz de ayuda de costa para ejercitar mejor su milicia, pues completaba la seguridad de las flotas del tesoro indiano que pasaban por las Canarias.
A veces el mayor enemigo de Cádiz no fueron los ingleses u otros atacantes, sino los impuestos reales, como los millones inicialmente destinados a sufragar la Armada Invencible. Se pagarían imponiendo sobre el vecindario gaditano sisas como el noveno sobre las transacciones del vino y del aceite.
El ayuntamiento de Cádiz estimó en 1601 que el mantenimiento del pago de tal impuesto acrecentaría la presión fiscal del 12´5% (satisfaciendo el diezmo del almojarifazgo mayor, la alcabala y el derecho de entrada) al 45%, que incluso ascendería al 52% si se tenía presente la carga de los productos de las Indias.
Las sisas pesarían especialmente sobre la población más modesta y los pobres soldados de guarnición en la plaza, lo que obligaría a demasiados a huir.
Tras el saqueo de 1596 y los zarpazos de la peste, la situación de Cádiz era muy comprometida. Se tuvo que reedificar una buena parte de la ciudad, como las carnicerías, la alhóndiga y la casa del cabildo. La principal fuente de ingresos de los arbitrios o tasas municipales era el gravamen sobre la cosecha del vino de los lugares comarcanos, en una ciudad cercada por el mar y fundada en un escollo, con poco territorio de labranza y de crianza.
Para atender en 1600 a las necesidades de la infantería de la armada del capitán a guerra Fernando de Ágreda se gastaron 3.000 ducados procedentes del pósito o almacén de grano municipal, conseguidos a su vez a través de la socorrida sisa del vino.
El municipio tenía a la altura de 1601 un empeño de 13.000 ducados entre unas cosas y otras.
Los regidores gaditanos insistieron en sus cartas al rey Felipe III en hacer valer sus privilegios fiscales de pasados monarcas y en reclamar ayudas de 500 ducados para pagar las guardias y centinelas de las torres de vigilancia. Meros expedientes que no lograron mejorar la quebrantada salud de las finanzas del municipio gaditano, necesitado de un verdadero Hércules para salir del paso.