¿COLABORACIÓN DEL TRONO Y EL ALTAR BAJO LOS FRANCOS? Por Verónica López Subirats.

06.05.2015 17:21

                Pipino el Breve ha pasado a la Historia como un colaborador del Papado, que honró a Francia posteriormente con el título de hija predilecta de la Iglesia. La realidad es que sólo pensó en su propio interés, resultando ser más un precedente del regalismo que de otra cosa.

                                                

                El franco Pipino el Breve, que de mayordomo pasó a rey, nunca hizo suyas las pautas de reforma eclesiástica que le propuso el mismísimo San Bonifacio, puesto que se fundamentaban en la obediencia de todo sacerdote al Papa de Roma y en la completa restitución de las provincias eclesiásticas.

                Con gran habilidad el franco arguyó que al ser turbulenta la situación y ser él ni más ni menos que el ungido de Dios, tras su acceso a la realeza en el 751, le correspondía reformar la Iglesia, cosa que hizo atento a sus intereses particulares.

                Instauró obispados para no restablecer las provincias. Orilló la de los arzobispados por juzgarlos en exceso proclives al Sumo Pontífice.

                Como Pipino era el ungido de Dios no había necesidad de recurrir al Papa por cuestiones disciplinarias en materia eclesiástica. Él era la máxima autoridad del reino de los francos. Con su presencia se convocaron sínodos episcopales y en caso de inasistencia se celebraban en Soissons bajo su autoridad.

                No era la primera ocasión que los gobernantes francos se servían del catolicismo, ni la última. Carlomagno desarrollaría el vasallaje para impulsar la movilización militar cediendo bajo diferentes fórmulas tierras de la Iglesia. Su modelo no era otro que el del cesaropapismo del Bajo Imperio. Otra cosa es que al final los gobernantes de la Alta Edad Media lo llevaran a buen puerto.