BURGOS. Por Pedro Montoya García.
LOS MEJORES PASAJES DE NUESTRA LITERATURA.
BURGOS.
Tal como nos lo versaba Dante, para alcanzar el paraíso había que purificarse en el purgatorio tras haber descendido al infierno… Para los amantes del Medievo, para nuestra fortuna, el sendero se hace más cómodo, menos dantesco: al paraíso se entra por el portón de Santa María, en procesión con los cantares de gesta que propala el viento entre nogales, a la ribera del Arlanzón:
¡Ya, Campeador, en buena hora ceñisteis espada!
El Rey lo ha vedado, anoche de él entró su carta
Con gran recaudo y fuertemente sellada.
No os osaríamos abrir ni acoger por nada;
Si no, perderíamos los haberes y las casas,
Y, además, los ojos de las caras.
Cid, en el nuestro mal vos no ganáis nada;
Mas el Criador os valga con todas sus virtudes santas
Antes de traspasar el arco, debo apartarme ante un formidable caballo de guerra, ni el Bucéfalo de Alejandro ni… A sus lomos una leyenda que nos cuentan nació en Vivar, o por ahí; en el año 1045, o por ahí; que se convertiría en un héroe, noble, magnánimo, honrado… o por ahí… Tras él, una mesnada que marcha al exilio; el rey ha dado orden, bajo castigo de ceguera de no dar auxilio; una pequeña valiente le ha ofrecido agua, o tal vez, pan… De nuevo, el viento es quien habla en el paraíso:
Llegó a Santa María, luego descabalga;
Hincó los hinojos, de corazón rogaba.
La oración hecha, luego cabalgaba;
Salió por la puerta y el Arlanzón pasaba;
Cabo esa villa, en la glera posaba;
Hincaba la tienda y luego descabalgaba.
Mío Cid Ruy Díaz, el que en buena hora ciñó espada,
No preciso de muchos pasos para llamar a las puertas del templo del edén: la Catedral. Se me presenta demasiado grande, demasiado hermosa para ser capaz de transmitir con palabras la obra de cientos de canteros con sus escodas, escultores con sus cinceles, carpinteros desbastando con sus sierras, albañiles preparando argamasas, los maestros de obras… ¿Qué palabras podrían expresar tantísimo y tan maravilloso trabajo? ¡Quién supiera escribir! Ante mi incapacidad, la fortuna de encontrarme en el paraíso; junto a la tumba del Campeador, bajo el capitel, un hombre de pequeña estatura vestido de negro, quien se engrandecía por ser rey al mando de un imperio siempre iluminado, me irradia luz con palabras certeras:
“Más parecía obra de ángeles que de hombres”
Por si quedaba alguna duda, ya me imagino caminando por el cielo…
El castillo, las murallas, las iglesias… En las afueras de la villa, un monasterio cisterciense elevado como morada y panteón de reyes, tan imponente que parece más fortaleza que lugar de rezo. Se viste de románico, de mudéjar, de gótico, celestial unión que da esta tierra.
A una bella dama con acento inglés le debemos tan maravilloso presente. Esa misma dama reza frente al altar mayor, por su marido el rey Alfonso VIII y por las Españas, en la frontera del sur del reino, la más grande batalla nunca se han enfrentado cristianos contra mahometanos. Junto a la huerta, en el interior de la capilla de Santiago, sobre un atril la figura del Apóstol que tal marioneta sube y baja la espada para nombrar Caballero al rey Fernando III, el conquistador del Guadalquivir… El claustro románico, las claustrillas, al cual se le atribuye la creación al maestro Rodrigo, suposición nada más que para el nombre, lo de Maestro con mayúsculas. Sus capiteles soportan el misticismo del románico, las luces y sombras de los arcos reflejados en los suelos de las galerías, a los pies de la abadesa con poder para nombrar sacerdotes, obispos y dictar justicia en sus vastos dominios, nadie más que el Elegido por el Espíritu Santo gobernaba sobre ella…
Con la leyenda del conde Fernán González:
Estonces era Castilla toda una alcaldía,
Magüer que era pobre e de poca valía;
Nunca de buenos homes fué Castilla vacía,
De cuáles ellos fueron paresce hoy en día.
Varones castellanos este fué su cuidado,
De llegar su señor al más alto estado;
De una alcaldía pobre ficiéronla condado,
Formaronla después cabeza de reinado.
Dante caminó con Virgilio y Beatriz de compañeros, en nuestro paseo los cantares de gesta: los poemas épicos con su realismo y su leyenda, con su historicidad y su quimera. La épica con referentes a temas y protagonistas medievales, que continuaran en el Romancero, bordaran el teatro de la Edad de Oro (en especial Lope) e idealizaran el Romanticismo.
Rosa Montero escribía que “para entrar en el cielo, primero hay que morir”. No, no, al cielo se sube por la autovía del Norte A-1. Viajad hasta los nogales del Arlanzón, reposad y escuchad al viento, allí espera el arco de Santa María….
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