BUENOS MÉDICOS CONTRA LA PESTE. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Las enfermedades han puesto siempre a prueba a las sociedades, que han tenido que acopiar una gran cantidad de recursos médicos, económicos y morales. Durante el Antiguo Régimen, los municipios tuvieron un protagonismo muy destacado en la batalla contra la dolencia. Las monarquías absolutas no tuvieron más remedio que apoyarse en aquéllos para ser lo más efectivos posibles, incluso la de Felipe V tras la imposición de la Nueva Planta en los territorios de la Corona de Aragón.
En mayo de 1720 se declaró la peste en Marsella. Las alarmas saltaron en la Monarquía española. Los doctores en medicina Pablo Miguel Carbonell e Isidro Pastor expusieron a las autoridades de Tarragona en noviembre de aquel año lo conferenciado en las juntas de médicos de Reus y Valls sobre la epidemia.
Lamentaron que el miserable estado de los enfermos les obligaba a trabajar más. Además, durante meses no habían cobrado nada. Dadas las circunstancias, se había visitado a algunos enfermos hasta dos veces al día.
Por si fuera poco, el pasado verano había sido terrible por la mala cosecha de trigo. Los campesinos habían enfermado de calenturas, complicadas por antecedentes médicos. En un ambiente de miseria generalizada, se había sentido la falta de caldo de carnero. Según los mismos médicos, la misma miseria atentaba contra el buen celo cristiano.
Ante los estragos que pudiera causar la peste en aquellas circunstancias, aquéllos propusieron distintos remedios. Se debería consultar las obras de Hipócrates y Galeno, los pilares del saber médico clásico. La limpieza del aire se conseguiría encendiendo pólvora. También se deberían encender fuegos nocturnos en los puertos de Cataluña. Las caballerizas deberían de ser limpiadas. No se olvidó atender a la miseria y a la carencia de buena lumbre en las casas. Se denunció el abuso de las sangrías por unos médicos atentos al saber de su época y al borde de trabajo.
Fuentes.
ARXIU HISTÒRIC DE TARRAGONA.
Libros capitulares, Carta de 1720.