BRITANNIA EXITUS? ¿NOS QUEDAMOS O NO? Por James Really.

21.02.2016 13:02

                

                Tratar con Gran Bretaña, o más exactamente con Inglaterra sin menospreciar a Escocia y Gales, es hacerlo con todo un carácter. Su insularidad no solo ha sido geográfica, precisamente.

                

                Para los ingleses el Continente siempre ha sido un vecino molesto a tener en cuenta. La formación de todo imperio al otro lado del canal de la Mancha ha resultado ser motivo de preocupación. España, Francia, Alemania y Rusia han sido sus grandes rivales, a los que ha ido abatiendo con una combinación de originalidad organizativa, entereza y  coaliciones. Una vez expulsados del suelo francés tras la Guerra de los Cien Años, abogaron por el equilibrio de poderes.

                Más allá de Europa encontraron oportunidades económicas considerables y lugares de colonización y de dominio. Entre sus vástagos históricos se encuentran los Estados Unidos, que tantas cosas heredaron de Gran Bretaña. Hoy en día la especial relación que liga a ambas potencias nos parece natural, aunque su Historia se encuentra empedrada de serios conflictos.

                La Britania que un día cortó la cabeza de un rey, parlamentaria, pionera de la industrialización y proclive al dorado aislamiento fue considerada por el austríaco  Coudenhove-Kalergi ajena a su Pan-Europa en 1923. De Gaulle también objetó su entrada en la CEE de otros tiempos.

                La afirmación de la Europa comunitaria durante la década prodigiosa de los sesenta confirmó una tendencia ya observada en los aciagos días del Imperialismo: los países del Continente eran el principal mercado británico. La descolonización del imperio victoriano se realizó razonablemente bien en líneas generales, pero la economía británica no parecía poder trepar como antes, quedando recluida en el estancamiento. La EFTA no era rival de la CEE. Para colmo de males el penoso conflicto del Ulster arrojaba por la borda la autoestima de Gran Bretaña, que en aquella época de apocalipsis no parecían remediar ni James Bond ni los Beatles con su legión de seguidoras minifalderas.

                Al final Britania pasó por las horcas caudinas de la integración en 1973, pero pronto los conservadores de Margaret Thatcher alzaron las banderas contra la nueva Invencible, la de los burócratas de Bruselas que cobraban impuestos excesivos al pueblo británico, un argumento llamado a alcanzar un gran éxito bajo distintas formas en otros países.

                Con el final de la Guerra Fría planeó el peligro del resurgimiento del coloso alemán, atento a expansionarse en lo económico hacia la Europa del Este liberada del yugo soviético. Desde Francia se lanzó la idea de la moneda única para retener a Alemania en el proyecto comunitario, lo que volvió a encender el debate más allá del canal. El euro no destronaría a la libra, la vieja moneda que un día representó el patrón oro, de su reino de Britania. La permisividad de la UE para que la problemática Irlanda entrara en el euro tuvo más de política antibritánica que de cálculo económico racional.

                El Reino Unido del laborista Blair aceptó la conveniencia de la Unión Europea, pero durante la crisis iraquí se puso al lado de Estados Unidos con firmeza frente a Francia y Alemania, un nuevo ejemplo de los dilemas de Britania.

                En el fondo los enormes problemas de los refugiados, de la inmigración y de la integración social de las personas procedentes de países de fuera de Europa inciden sobre lo mismo. El ganador del referéndum de Escocia, el primer ministro David Cameron, lidia con esta compleja cuestión desde una arriesgada posición central. Desde la UE lo pueden contemplar como un chantajista y desde la Gran Bretaña como el responsable de una capitulación ante el nuevo poder continental.

                El 23 de junio de este 2016 los británicos podremos decidir sobre este dilema más allá de nuestro primer ministro y su gabinete. Si se votara afirmativamente a la permanencia en la UE quizá fuera una incidencia más en la compleja relación de Britania con el otro lado del canal. Ya vendrán otras más adelante, pues sus gentes no van a renunciar a su idiosincrasia aunque abjuraran de su monarquía y de la hora del té.

                Pero en caso de triunfo del no, día terrible para una Europa reducida en el fondo a un morigerado matrimonio franco-alemán con variopinta comparsa de parientes, los británicos no se desembarazarían de un Continente demasiado cercano, rico y arriesgado. Es más, algunos no abandonaremos nuestra residencia en España.