BARBASTRO, EN EL CAMINO DE LAS CRUZADAS.
A mediados del siglo XI todavía no estaba claro que algún día Al-Ándalus sería conquistado por los cristianos del Norte hispano, pero el equilibrio favorable a los musulmanes del anterior siglo se fue disipando de forma diáfana. La división del califato de Córdoba en emiratos favoreció a los cristianos, y Ramiro I de Aragón intentó reforzar sus fronteras con la toma de plazas como la de Graus, ante la que cayó derrotado un 8 de mayo de 1063.
Los guerreros aragoneses no se conformaron con el resultado y quisieron sumar fuerzas para acometer a los musulmanes. Se invocó la ayuda de Alejandro II, el inquieto pontífice que concedió indulgencia plenaria a todos los que siguieran a Sancho Ramírez de Aragón, el sucesor del vencido monarca. Al llamamiento respondieron tipos como Guillermo VIII de Aquitania y Armengol III de Urgel, empeñados en ganar riquezas y prestigio. El primero había conquistado Tolouse en 1060 y más tarde Saintes tras una enconada resistencia. El de Urgel había colaborado con el conde de Barcelona en sus empresas militares, pero se enfrentaba al desafío de sus vasallos.
En la primavera del 1064 las distintas fuerzas cristianas se dieron cita y se lanzaron contra la plaza fuerte de Barbastro, que según el historiador Ibn Hayyan se encontraba desasistida por Yusuf ibn Sulayman ibn Hud de Lérida, en difícil relación con su hermano Abu Yaafar de Zaragoza. Parecía una presa propicia, atractiva por las riquezas que atesoraba.
Los cristianos asediaron Barbastro. A los cuarenta días, los víveres se fueron agotando para los sitiados, y los cristianos atacaron su arrabal con una fuerza de unos 5.000 caballeros según las fuentes musulmanas. Lo tomaron, pero los islamitas consiguieron hacerse fuertes en el interior de la medina. Los atacantes fueron rechazados tras un infructuoso asalto, en el que cayeron unos quinientos guerreros.
Barbastro podía haber aguantado la embestida, pero una desafortunada circunstancia forzó su toma. Una gruesa piedra de su muralla cayó sobre el canal subterráneo que conducía hacia el interior de la ciudad el agua del río Vero. Sus gentes comenzaron a padecer sed. Aceptaron rendirse a cambio de que se les perdonaran sus vidas y pudieran llevarse sus bienes. Sin embargo, fueron víctimas de los atacantes.
Unos setecientos de entre ellos se acogieron a la alcazaba, el último punto donde plantar cara. Al final, tuvieron igualmente que capitular. El 19 de julio de 1064 salieron los notables de Barbastro, como el servidor del cadí Ibn al-Tawil, pero en el camino de Monzón fueron víctimas de las tropas cristianas, que algunos consideran que no habían sido informadas de las condiciones de la capitulación.
Los cristianos se hicieron con un cuantioso botín, pues según algunos autores se repartieron entre ellos las casas de Barbastro con sus habitantes y sus pertenencias. Sancho Ramírez consiguió 1.500 cautivas, de las que presumió, y unas 500 cargas de muebles, ornamentos, vestidos y tapices, que exhibió con complacencia. Se negó a vender a las mujeres a un mercader judío, al que le dijo que eran una muestra que la suerte había cambiado para los cristianos.
El monarca aragonés marchó de la plaza conquistada, pero dejó allí una guarnición de 1.500 caballeros y 2.000 peones al mando de Armengol III. Los musulmanes no se resignaron a su pérdida, y Al-Muzaffar de Lérida pidió la ayuda de su hermano de Zaragoza y de Al-Mutadid de Sevilla.
Los musulmanes desplegaron a sus arqueros contra la plaza, bajo cuya protección pudieron realizar minas sus zapadores. Los cristianos perseveraron en apuntalar la muralla, pero al final los musulmanes consiguieron abrir brecha tras incendiar unos puntales. Entonces, los primeros salieron por la otra puerta de Barbastro, dirigiéndose contra el campamento contrario. Al final fueron vencidos, y la localidad recuperada por los islamitas tras nueve meses de dominio cristiano. Abu Yaafar se hizo llamar desde entonces Al-Muqtadir, llegando a imponerse en Lérida y otras partes de Al-Ándalus.
La empresa de Barbastro ha sido considerada como una de las más madrugadoras muestras de las Cruzadas que se emprendieron a partir del 1095, ya que Alejandro II perdonó penitencias e hizo remisión de los pecados a los que tomaron parte en la misma. Algunos historiadores puntillosos han puesto en duda que se tratara de una Cruzada primigenia, apuntando que participaron menos combatientes que en la Primera, los beneficios solo se extendieron a los que ya habían acudido a luchar, y la indulgencia se libraba tras imponer penitencia. Años más tarde, se daría en Tarragona el maridaje entre peregrinación y lucha contra los musulmanes característica de las Cruzadas. Semejantes precisiones son muy pertinentes, aunque la campaña de Barbastro ya reúne una serie de elementos que identificamos con las Cruzadas: recurso a la autoridad papal, concesión de beneficios espirituales, afán de botín y engrandecimiento de los participantes, lucha implacable contra los musulmanes y conciencia del momento histórico. Barbastro, evidentemente, no era una localidad de la geografía sagrada de Tierra Santa, pero sí una atractiva muestra del codiciado Al-Ándalus, uno de los frentes de la lucha entre el Islam y la Cristiandad medievales.
Fuente.
UBIETO, A., Historia de Aragón. La formación territorial, Zaragoza, 1981, pp. 53-67.
Víctor Manuel Galán Tendero.