AZARES DE UNA MISIÓN PORTUGUESA EN JAPÓN. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

16.07.2024 10:00

               

                El Portugal de la Restauración, una vez separado de la Monarquía hispánica, aspiró a ser una gran potencia mundial, como lo había sido antes de 1580. Contó con la ayuda de la Compañía de Jesús, con importantes aspiraciones en China y pretensión de restablecer el catolicismo en Japón, perseguido por los shogunes. Sin embargo, el Estado portugués de la India, con capital en Goa, no disponía de muchas fuerzas. Tampoco los portugueses de Macao andaban al respecto sobrados.

                A pesar de los pesares, Portugal jugó sus bazas. La corte de Pedro II animó al jesuita Andrés Tomás, nacido en Namur, ha reemprender la evangelización de Japón. En 1680 llegó a Goa, pero decidió emprender el viaje a Japón desde Batavia, sede del poder neerlandés en las islas de las especias, ya que los mercaderes de las Provincias Unidas eran los únicos europeos con permiso para comerciar en Nagasaki.

                Descubierto por los neerlandeses, retornó a Goa. Partió hacia la portuguesa Macao, pero al llegar a Siam intentó un nuevo plan. Allí se valió de ciertas cartas para que el capitán mayor de Camboya le autorizase a pilotar una nave china que se dirigiera a Japón. Sin embargo, las fuerzas de los piratas interceptaron las comunicaciones de los puertos camboyanos: el padre Tomás tuvo que intentarlo por Macao.

                El virrey de la India portuguesa, don Francisco de Tavora, fue un partidario claro de retomar los contactos con el imperio del sol naciente, según lo ya manifestado en los días de Juan IV (1640-56). Mandó en 1683 a Macao una carta para que se hiciera llegar al emperador japonés. Insistía en retomar las relaciones comerciales e incluso reconocía los excesos de celo de algunos predicadores. El mismo padre Tomás se encargaría de llevar la misiva, disimulando nuevamente su condición como piloto en un barco chino. Sin embargo, los mercaderes chinos no se avinieron a ello por temor a las represalias en Japón y a la competencia de los portugueses.

                En vista de ello, se sugirió una embajada a la corte nipona, ya que algunos comerciantes chinos sostenían que los portugueses no eran odiados en Japón ni el cristianismo perseguido como hacía años. Sin embargo, las guerras de Goa impidieron al virrey secundar el plan con todas las energías necesarias.

                Los portugueses, con todo, no estaban dispuestos a perder ocasión, que al final se presentó en marzo de 1684. Entonces recaló en Macao una nave con doce japoneses, que llegaron allí por las tempestades. Con presteza, los jesuitas invitaron a los japoneses a su colegio, donde se les agasajó. La excusa para justificar el viaje a Japón estaba servida: restituir a los nipones a su país.

                Fletar una nave era caro en un Macao en dificultades, con lo que el padre provincial de los jesuitas se ofreció a correr con los gastos, lo que animó a algunos comerciantes a costear la tercera parte y otra tercera el hidalgo Pedro Vas de Siquiera, del hábito de Cristo, que había sido embajador en la corte de Siam.

                Cuando todo parecía encarrilado, faltó la propia nave. Se quiso conseguir una de pabellón neerlandés de un particular chino afincado en Batavia. Cuando éste fue acusado en Macao de esconder tres esclavos de ciudadanos para venderlos, la nave fue atacada y descartada. Sólo estaba a disposición el navío destinado a comerciar con Manila. Además, los mandarines que gobernaban la región de Cantón prohibieron que se tratara con Macao como represalia.

                La misión al Japón parecía imposible, con un Macao muy dependiente en aquellas circunstancias del socorro de Manila. Todo cambió cuando el mismo emperador de China requiriera la presencia en su corte del jesuita Andrés Tomás, afamado experto en ciencias. Los ministros y encargados del tribunal de ritos dieron sus parabienes, y los mandarines trocaron su hostilidad en amistad por la voluntad imperial. Los portugueses supieron que el virrey de cantón tenía un hijo en la corte, no deseando desafiar el mandato del emperador.

                A Macao acudió una embajada imperial, presidida por el jesuita Grimaldi, que fue agasajada. Los japoneses que habían llegado en la nave pudieron comprobar tanto el fasto como las buenas relaciones entre Portugal y el emperador de China, algo que quizá inclinara al del Japón a la transacción. El padre Tomás tomó la indumentaria tártara o manchú, y recibió un nombre chino como prueba de su integración en el sistema imperial. En todo ello también estuvo presente, con ropajes tártaros, el jesuita pamplonés Juan de Irigoyen, llegado desde Manila en 1678.

                Finalmente, la deseada expedición a Japón pudo realizarse. Nuestra Señora de Padua, del mismo Pedro Vas de Siquiera, pudo hacerse a la mar el 12 de junio de 1684, con una dotación de soldados y marineros al mando de Manuel de Aoviar, los referidos japoneses y una imagen de San Francisco Javier, el madrugador evangelizador de Japón.

                El cambio de fortuna que se había experimentado y la llegada al puerto de Nagasaki el 3 de julio, festividad de Santa Isabel, fueron interpretados por los portugueses como señales de triunfo. Sin embargo, los tratos con los japoneses resultaron ser tan corteses como cautelosamente esquivos.

                Antes de fondear su nave, los portugueses tuvieron que responder ante un intérprete del gobernador de Nagasaki sobre sus intenciones. Habían ido a retornar a unos japoneses a su patria, como muestra de buena voluntad y respeto. Guiados por embarcaciones con faroles, atracaron convenientemente por la noche. Por mucho que los portugueses insistieron en la antigua amistad con los nipones, no se les autorizó a bajar a tierra. Al igual que a los neerlandeses, se les tomó como prevención el timón, las velas las armas y la pólvora. Aquéllos lo sufrían por conseguir plata, y los portugueses por Dios, según decían. De todos modos, se les permitió retirar la artillería dentro del buque.

                Conscientes de la antipatía que suscitaba el cristianismo entre los dirigentes japoneses, que lo consideraban una amenaza a su poder y un medio de conquista extranjera, disimularon sus intenciones con el comercio. En sus medidas conversaciones, con representantes que subían a la nave portuguesa, los japoneses se interesaron por Macao y su distancia a Goa, Portugal y Japón. También mostraron vivo interés por su comercio con Siam, Tonquín, Cochinchina y China, por si en Macao alguien entendía la lengua japonesa y la presencia allí de desterrados japoneses, sin olvidarse de preguntar sobre el poder de  Portugal y sus mercancías.

                Satisfecha la curiosidad nipona, e informada la corte imperial, el gobernador les dio cortésmente las gracias por traer a sus compatriotas y licencia para retornar a Macao. No se les aplicaría, en vistas de las circunstancias, la ley que ordenaba ejecutar a los visitantes europeos no requeridos o autorizados previamente. Los portugueses podían retornar sólo cuando se les volviera a llamar. Hasta que los vientos no soplaron a favor, un 30 de agosto, tuvieron permiso de bajar a tierra, donde fueron tratados con gentileza y con los gastos pagados por el mismo gobernador. Para el viaje de vuelta, fueron abastecidos convenientemente con víveres como el arroz. La insistencia y el disimulo de los portugueses no consiguieron vencer el Dorado Aislamiento de los desconfiados japoneses.

                Fuentes.

                ARCHIVO HISTÓRICO DE LA NOBLEZA.

                Osuna, CT. 197, D. 74.