AUGE Y CAÍDA DE LOS GRANDES IMPERIOS ASIÁTICOS. Por María Berenguer Planas.
Los europeos hemos venido dando por buena la teoría de Ibn Jaldún del nacimiento, maduración y decrepitud de los grandes imperios afroasiáticos, que insistía en la importancia de los pueblos nómadas en todo el proceso, sin reparar en determinadas peculiaridades que conviene tener muy presentes. La comparación entre la India, China y el Japón de los siglos XVI al XVIII nos permite verificarlas.
Ciertamente la creación de la India del Gran Mongol y de la China de los manchúes responde a la exitosa expansión de grupos de origen nómada vinculados al círculo cultural tártaro, pero Estados como el Ming o el del Shogunato de los Tokugawa fueron creados por victoriosas fuerzas locales que supieron guerrear con acierto y tenacidad. En la India los marathas tuvieron muy cercano el triunfo, captándose las simpatías ocasionalmente de los mercaderes hindúes que financiaron sus expediciones. Ejemplo de iniciativa comercial efectuada por medios guerreros la tenemos entre los grupos de piratas del Sur del Japón en el siglo XVI.
Junto con afganos y persas, los europeos participaron con variable fortuna en estas competiciones imperiales, intentando ampliar sus posesiones a través del comercio. China y Japón rechazaron triunfalmente durante aquellos siglos sus pretensiones, y la India cayó en manos británicas tras no escasas peripecias muy a finales de la época considerada. Desde esta perspectiva, hemos de ver los establecimientos europeos en Asia, como las Filipinas españolas o las Indias neerlandesas, como unos elementos más de la política local sometidos a los vaivenes del tráfico comercial, reactivado tras la colonización de las Américas. La plata de origen mexicano sería una moneda de cambio extraordinaria.
Curiosamente la raíz de la decadencia imperial no se encuentra en un supuesto afeminamiento de los nietos de los viriles conquistadores, si seguimos a Ibn Jaldún, sino en la propia dinámica de su administración, en teoría centralizada hasta el exceso y muy laxa en la práctica. Aurangzeb se mostró muy intolerante con las creencias de sus súbditos, la dinastía Ming impuso la disciplina económica a través de su magno Canal Imperial, y los Tokugawa desarmaron a los campesinos, redujeron a la obediencia a los samuráis, registraron las propiedades del Japón, impusieron las Cinco Carreteras y limitaron notablemente los contactos con el exterior.
Los años de paz interior alentaron el crecimiento agrario y demográfico. Algunos autores han calculado la población china en unos 130.000.000 en 1580, cuando España rondaba los 8. Las oportunidades de lucro se multiplicaron y paralelamente las tentaciones de corrupción. Los delegados del imperio del Gran Mongol y de China tuvieron justificada fama de rapaces, pensando siempre en legar sus distinciones a sus descendientes de una manera u otra. Sus exacciones fiscales en no escasas aldeas, censuradas por los viajeros europeos más observadores, dieron pie a que en el siglo XIX Karl Marx se planteara un modo de producción asiático, de perfiles intemporales en algunas de sus interpretaciones.
El crecimiento de los impuestos y la disolución de la unidad imperial conllevaron insurrecciones populares, acompañadas de nuevos intentos de redistribución de la hegemonía imperial en la región. Casi podríamos decir que es un modelo generalista que también se puede aplicar a Europa. En Asia se dieron tres tipos fundamentales de solución a las crisis imperiales: la dominación a manos de los europeos en la India, la sustitución por otro poder de origen asiático en la China y la renovación por otras fuerzas locales en el Japón. La dialéctica histórica excluye la sencillez del ciclo, en especial si se pasa a unos siglos XIX y XX tan complejos y tan destructores de mitos.