ARGUMENTOS AFRANCESADOS PARA RENDIRSE EN 1811.
En la segunda mitad del mes de agosto de 1811, la causa española había encajado un duro golpe ante los napoleónicos tras la caída de Tarragona. El próximo objetivo francés era el territorio valenciano. Los agentes napoleónicos intentaron disuadir la resistencia por distintos medios, como el de la propaganda. En proclamas como la Carta que ofrecemos a continuación, interceptada por la inteligencia militar española, se insistía en la inutilidad de toda oposición ante un ejército que tenía todas las de ganar, la perfidia británica y los beneficios de la paz continental napoleónica. Los argumentos no eran nuevos, pues habían sido argüidos por los afrancesados desde el inicio de la guerra. A su modo, se habían empleado también en Italia. La acusación de pasividad británica ante la plaza de Tarragona (en la que habían combatido bastantes valencianos) era injusta, pero trataba de aprovechar la desconfianza española hacia su ahora aliada Gran Bretaña, su enemiga antes del Dos de Mayo de 1808.
CARTA DE UN VALENCIANO AMIGO DE SU PAÍS A SUS COMPATRIOTAS.
Un particular desengañado.
“Valencianos.
“Como vosotros, cuatro años hace que he sido engañado, como a vosotros me han deslumbrado aquellos ignorantes, aquellos pícaros que la ambición de Inglaterra he maquinado para prolongar esta guerra, que no se más que para ella misma. Ya estoy desengañado. Las circunstancias me llevaron a Tarragona, quiso Dios conservar mis días en medio de tantas escenas de carnicería. Mis ojos se han despabilado al centro de los horrores de la guerra. El tiempo y sobre todo la desgracia son el germen de las reflexiones, mi sobrado valor en imprimirlas lo debo al declarado amor para con mi país. ¡Ojalá puedan servirle! ¡Quisiera Dios que los hombres de bien queden penetrados de ellas, y que dejando aparte las pasioncillas empleen su influencia y luces en retraer a la sana razón tantas gentes desviadas que ignoran el por qué y para quién pelean!
Una Valencia indefensa.
“El reino de Valencia, el más hermoso país del universo, no puede de ningún modo dudar de ser invadido por el vencedor después de la toma de Tarragona, todos los medios se reúnen para esta empresa. El suceso es infalible. Si las murallas de Tarragona, su numerosa y escogida guarnición, su inmensa artillería, y su ejército exterior que amenazaba a los franceses por sus espaldas no han podido impedir la caída de aquel baluarte de la Cataluña, como un país sin plazas fuertes abierto por todas partes, ofreciendo a los franceses las delicias de la localidad y del clima, defendido por unos levantados en masa ni alarmados, sin experiencia, sin estilo de guerra y teniendo a sus cabezas malos generales, ¿podrá oponerse a la entrada de un ejército vencedor mandado por un jefe hábil socorrido por regimientos viejos que devoran de antemano una presa fácil que les está prometida?
Victorias ilusorias.
“La ignorancia, el ciego fanatismo acaso dirán, dos veces han venido los franceses, dos han desistido, ellos desistirán aun. Los tiempos han mudado y el sistema de guerra ya no es el mismo, cuando el emperador Napoleón envió débiles columnas en el reino de Valencia, quería persuadir a los pueblos, destruir el influjo de los ingleses, retraer a ideas más puras, más justas, más moderadas a hombres que solo empezaban a ser engañados, llevaba en fin la mira de conservar el jardín de la España con poco aparejo militar; no las hemos considerado así nosotros las disposiciones de las tropas francesas, nos hemos creído al contrario invencibles, pues decíamos los vencedores del Norte se han retirado dos veces, sin habernos sometido. ¡Qué error! ¡Qué daño hará esto a mi querido país! Ya veo nuestras bellas campiñas inundadas de soldados sedientos de sangre y de saqueo, revueltas y cubiertas de cadáveres: una artillería formidable trastornará de arriba abajo nuestros magníficos palacios y las débiles murallas, que la ignorancia ha creído inatacables. Veo en fin los verdaderos vencedores del Norte entrar irritados como conquistadores en numerosas columnas, precedidas del terror que arrastra con ellos los vastos medios de destrucción, y seguidos de todos los horrores de la guerra. ¡O conciudadanos míos! No perdáis el momento que os favorece aun para desviar la tempestad que está dispuesta a soltarse sobre vuestras cabezas: vuestras mujeres, vuestros niños, lo que os es más querido todo debe empeñaros a procurar los medios que detendrán las infelicidades que os aguardan.
El egoísmo de Inglaterra.
“No esperéis los socorros de la Inglaterra, esta potencia enemiga del continente y del grande hombre que la gobierna. No puede ni quiere dároslos. Los ingleses verán desde sus navíos, como lo han hecho en Tarragona, nuestros ciudadanos degollados, nuestras casas incendiadas, y sus almirantes se reirán con seguridad de los males que asolan nuestra patria. No consultando ellos sino con su interés se apoderarán, como ya ha sucedido por la astucia o por la fuerza, de algunos puntos marítimos para el abrigo de sus flotas, para la protección de su contrabando, y los guardarán como Gibraltar, a menos que las bayonetas francesas no los desalojen o no los echen en el elemento en que pronto dejarán de ser soberanos.
“Vamos a ver lo que ha hecho la Inglaterra para lo que ella llama la causa común. En tiempo de la insurrección abasteció armas y vestidos, pero también se los hizo pagar de contado, y a un precio extraordinario. Ella ha hecho pelear sus tropas en Portugal, pero era por Lisboa, que la miraba como una colonia suya. Ella ha echado tropas en Cádiz, pero sabía que la flota española era en este puerto, y que un día tanto el puerto como la flota habían de serles útiles, para no decir más. Ella ha maquinado todo lo posible para revolver el México y nuestras provincias de América, ha enviado agentes secretos para separarlas de la metrópoli, pero es porque el rico país que nos da el oro y géneros preciosos ha de estar según sus esperanzas bajo su dominio.
“Está pues probado que la Inglaterra, lejos de ayudarnos en la independencia política que queríamos tener, nos ha precipitado en un laberinto de males, ofreciéndonos un apoyo ideal o quimérico, que ni siquiera ella está para darnos. No esperamos de ella más que el desprecio que da a los vencidos, y que inserta ya en sus discursos públicos y gacetas. Volvamos a ideas más sanas, sin dejarnos ofuscar por el orgullo y por una obstinación mal entendida.
Los beneficios de la paz napoleónica.
“Hacemos la guerra cuatro años hace. Ésta ha arruinado todos los fondos, el propietario, el artesano y el labrador. No hay familia que no llore su hijo, nuestras brillantes campiñas están despobladas y yermas, nuestro comercio consiste solo en el contrabando al paso que con el continente habría canales que le harían florecer si solicitamos la paz. ¡La paz! ¡Como embelese mi corazón este nombre de paz! Cuan agradable es al hombre prudente y sensible. ¡O mis queridos conciudadanos! Vosotros podéis gozar de los encantos de esta paz, de la cual depende la felicidad de los pueblos. Vosotros podéis sin bajeza ofrecer de ella los preliminares al mariscal Suchet, quien está encargado de venceros y gobernaros, en lugar de correr tumultuosamente a las armas de que no sabéis serviros. Tomad ramas de olivo del que vuestras campiñas están cubiertas. Diputad a Zaragoza hombres sabios y esclarecidos. No dudo que serán bien recibidos y atendidos. Dios les acompañará en su misión, y dirigidos por el Espíritu Santo apartarán de nuestro país los desastres que le están amenazando.
“El Patriota.”
Fuentes.
Archivo Histórico Nacional, Secretaría de Estado y del Despacho de Estado, 3010 (1).
Víctor Manuel Galán Tendero.