ARAGÓN, DE CONDADO A CORONA HISPANA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
LOS MÍTICOS ORÍGENES DE LAS LIBERTADES ARAGONESAS, EL FUERO DE SOBRARBE.
“Según en nuestra historia general se contiene murió en el año de 839 (el rey Iñigo Arista) y fue enterrado en el monasterio de San Salvador de Leire, y dejó un hijo de la reina Teuda su mujer, que se llamó don Garci Iñíguez.
“Antes de esto se refiere en la historia del príncipe don Carlos que por concordar entre sí los navarros y aragoneses en muy grandes disensiones y diferencias que tenían, se ordenó el fuero que dijeron de Sobrarbe e hicieron sus establecimientos y leyes como hombres que habían ganado la tierra de los moros. En el principio de aquel fuero se dice haber sido ordenado cuando estaba sin rey siendo España ganada de los moros, y que entonces tuvieron recurso al Sumo Pontífice y a los lombardos y francos para escoger de sus leyes lo que mejor les pareciese.
“Establecieron, según por aquel fuero parece, que pues de común consentimiento de todos le elegían rey y le daban lo que ellos habían ganado de los moros, que ante todas cosasles jurase que los mantenía en derecho y siempre les mejoraría sus fueros y que partiría la tierra con los naturales de ella así con los ricos hombres como con los caballeros e infanzones, y que ningún rey pudiese tener corte ni juzgar sin consejo de sus súbditos y naturales, ni moviese guerra o paz con otro príncipe ni tregua alguna ni negocio que fuese importante, sin acuerdo de doce ricos hombres o de doce de los más ancianos y sabios de la tierra, y otros estatutos, según en aquel fuero se contiene.
(…)
“Escriben algunos autores que siendo elegido Iñigo Arista concedió a los aragoneses que si contra derecho o fuero los quisiese apremiar o quebrantase sus leyes y lo que estaba entre ellos establecido cuando lo eligieron por rey no teniendo más parte ni derecho en la tierra del que se había ganado en común con ayuda de ellos, en tal caso pudiesen elegir otro rey, o fiel o pagano, cual ellos por mejor tuviesen; y que en lo que tocaba a poder elegir rey infiel, siendo cosa tan deshonesta, no lo quisieron admitir.”
Jerónimo de ZURITA, Anales de Aragón. Edición de Ángel Canellas, edición electrónica de Javier Iso (coordinador), María Isabel Yagüe y Pilar Rivero. Libro I.
LAS RIQUEZAS DEL PRIMER REY DE ARAGÓN, RAMIRO I.
Ramiro I, hijo de Sancho el Mayor de Pamplona, ha sido considerado el primer rey de Aragón, entonces un enclave pirenaico. Sumó a sus dominios en el 1045 Sobrarbe y Ribagorza. Murió en el 1063 de resultas de un combate con los musulmanes de Zaragoza. Años antes, en el 1059, había hecho su primer testamento, pues la enfermedad le había alcanzado en Anzánigo. Ramiro expresó entonces sus devociones e hizo públicos sus bienes para transmitirlos a sus herederos.
Fue un gobernante responsable de sus deberes y un rico propietario al mismo tiempo. Consideró Aragón su tierra, asociada a un honor o autoridad pública, del que no se podía disponer libérrimamente. Tenía que respetarse la línea sucesoria de su familia y se preveía una especie de regencia en caso de minoridad de edad, la de la bailía, indicativa de la aparición de una embrionaria administración que pudiera ir más allá del círculo real estricto. Los barones o señores aragoneses deberían asistir al monarca, pero también podrían decidir sobre el titular del reino en caso que su hija Teresa no tuviera marido. Tal fue el punto de arranque del poder de los nobles, magnificado por el llamado fuero de Sobrarbe.
El batallador Ramiro hizo de la guerra una actividad lucrativa, al modo de los hombres del siglo XI. La desmembración del califato de Córdoba había rendido pingües oportunidades de lucro a muchos guerreros de la Hispania cristiana, saqueando o cobrando buenas soldadas como mercenarios de los musulmanes en liza. A la caída del poder califal, el rico valle del Ebro se encontraba en manos de Sulayman ibn Hud al-Mustain, antiguo comandante del ejército de Al-Mansur que se había hecho con el título de emir allí. Acechado por distintos enemigos, recurrió a los mercenarios cristianos.
Sancho, el hijo de Ramiro, emprendió tal camino en sus años de juventud o de lozanía para ganarse prestigio y riqueza, según reconoció el testamento del 1059. Era una válvula de escape a las tensiones entre padres e hijos, pero también un riesgo para la sucesión y estabilidad del joven reino. Finalmente, Sancho Ramírez se sentaría en el trono aragonés.
Ramiro, no obstante, pudo presumir de un buen patrimonio de bienes muebles, de los que podía disponer con completa libertad.
En un primer grupo incluyó vestiduras, coberturas de caballo, vasos, platos y fuentes, elaborados en oro, plata, cristal, marfil, jade o madera. La atracción por los objetos de procedencia andalusí era considerable, y tendría importantes consecuencias sobre la evolución artística aragonesa. Ramiro dividió en tres partes tal conjunto. Uno para el monasterio de San Juan de la Peña, otro para atender distintas necesidades de un reino en guerra (liberación de cautivos, tendido de puentes y construcción de castillos), y un tercero para otros monasterios, San Pedro de Roma y Santiago de Compostela. Ramiro quiso cuidar su imagen exterior a través de estas donaciones. De todos modos, estos bienes permanecerían durante un año en el mismo San Juan para poder ser redimidos por su hijo. El dinero se distribuiría de la manera indicada.
A Sancho, temiendo que se apropiara de lo anterior, se le reservaron las armas de caballería como las espadas, espuelas y sillas de plata, frenos y yelmos, sin olvidar los caballos y mulos. Toda una invitación a proseguir batallando y conseguir riquezas por uno mismo.
Del ganado (yeguas, vacas y ovejas) y de las cosechas, recolectadas o no, concediéndose la mitad al mismo Sancho y otra a la salvación del alma de Ramiro, el más preciado bien del primer rey de Aragón si atendemos al tenor del testamento.
A mitad de camino entre la obligación hacia la tierra y honor y la libre disposición se encontraba la concesión de determinados bienes territoriales asociados a un monasterio. A su hija Teresa entregó Santa María de Santa Cruz de la Serós, junto a villa de Arresa, y el monasterio de Santa Eulalia. Santa María de Fontfrida, que encontró desierta, a su reverenciado San Juan, que obtuvo igualmente los monasterios de San Martín de Cillas y San Esteban de Oraste, al no poder otorgarle villas. Aquí aparece el carácter público y privado, según los estrictos criterios de nuestra época, de un guerrero del siglo XI.
Fuente.
IBARRA, E., Documentos correspondientes al reinado de Ramiro I, Zaragoza, 1904, Documento XCV, pp. 155-158.
JACA, EL PASO A UNA SOCIEDAD MÁS ORDENADA.
El núcleo de Jaca tenía una larga vida histórica a comienzos del siglo XI, que se remontaba a los tiempos anteriores a la conquista romana. El primer monarca de Aragón, Ramiro I, estableció allí uno de sus más apreciados palacios, y su hijo y sucesor Sancho Ramírez le otorgó unos célebres fueros en el año 1077.
El carácter casi fundacional de los mismos vino enunciado por su deseo de fundar una ciudad en su villa de Jaca, verdadero tránsito a una entidad urbana dotada de poder propio. Sancho se hacía llamar rey de aragoneses y pamploneses (monarca de gentes todavía, y no de territorios), pero su llamamiento fue anunciado a todas las personas de los cuatro puntos cardinales.
El combativo Sancho Ramírez pretendió limitar el alcance de la violencia dentro de Jaca, en consonancia con un enclave de la Ruta Jacobea, algo ciertamente difícil para la época. Se dirigió a los caballeros, los burgueses y los campesinos para lograrlo, grupos esenciales de aquella comunidad junto con los clérigos, con normas propias.
Ninguno de los jacetanos podía golpear a nadie en presencia del rey ni en su palacio, pues sería considerado una falta a su autoridad como señor. El monarca podía requerir su ayuda militar, pero limitada a los casos de cerco y de batalla campal. Entonces acudirían en hueste con pan para tres días. Aquel que no acudiera, podía enviar un sustituto.
Las gentes de Jaca disponían de lanzas, espadas, mazas y cuchillos, cuya tenencia se les reconocía, pero no su libre empleo. Blandir tales armas airadamente ocasionaba el pago de unos mil sueldos, superiores a los quinientos por simple homicidio. La composición económica era habitual en la Europa cristiana de aquella época. Arrojar al suelo a alguien estuvo sancionado con doscientos cincuenta sueldos y un golpe con veinticinco.
Se permitió, no obstante, matar a un ladrón. Las violaciones se quisieron zanjar legalmente casándose con la víctima o buscándole un marido. El paso de una sociedad violenta a otra más pacífica fue difícil no solo en Jaca, sino en todo el continente.
Fuente.
MOLHO, M., “El Fuero de Jaca”, Fuentes para la Historia del Pirineo, I, Zaragoza, 1964, pp. 3-5.
LA ORGANIZADORA GANADERÍA JACETANA.
En la segunda mitad del siglo XII, Jaca era una urbe bien consolidada del Camino de Santiago, atrayente para gentes del otro lado de los Pirineos. Se dijo que desde Castilla y Navarra acudían todos aquellos que querían aprender acerca de la clave de su éxito, sus fueros o normas de organización municipal.
El éxito no preservaba a los jacetanos del paso del tiempo, mucho más dinámico en la Edad Media de lo que a veces se ha dicho, y el rey Alfonso II de Aragón fue más allá de una simple confirmación en noviembre de 1187 de sus fueros. Incorporó nuevas disposiciones que los ponían al día.
La ganadería era un importante negocio, con gran tradición en la zona, a proteger, al pender del mismo la provisión de alimentos, recursos militares, ganancias comerciales y rentas reales. La riqueza, según una conocida fórmula, atrae a los ladrones. Jaca en consecuencia se tuvo que dotar de una organización más eficaz al respecto.
Además del núcleo urbano estricto, Jaca comprendía un extenso territorio en el que florecieron una serie de entidades de población, llamadas villas en 1187. A día de hoy, el territorio jacetano cuenta con treinta y nueve núcleos dependientes. En este complejo territorio, los caballeros disponían de heredades, en las que se consideraban con derecho a hacer la suya. Antes de 1187 se crearía una Junta con el propósito de poner orden, y sus disposiciones serían finalmente aprobadas por Alfonso II.
Como la autoridad última correspondía al rey como señor de Jaca, su merino o administrador patrimonial disponía de importantes poderes judiciales. Solo él autorizaba el embargo de una cabeza de ganado en caso de extrema necesidad, y a él se dirigían los hombres buenos de las villas para denunciar los robos con discreción. También se nombraron responsables o guardianes.
Se citan a los resistentes bueyes, tan útiles para roturar los campos por aquel entonces, y a las ovejas y las cabras, que ya emprendían la trashumancia hacia España o las tierras bajas. Consciente del valor de la actividad para sus rentas, el monarca declaró libres sus hierbas y aguas, pero los ganados solo podían hacer una sola noche gratis en los vedados de los caballeros. El arrendamiento de los pastos ya era un buen negocio.
Las preciadas cabezas de ganado fueron protegidas con severidad. El robo de una oveja o una cabra se sancionaría con el pago de nueve. De entrada no se embargaría buey, oveja o cabra por deudas o sanción, excepto que no se dispusiera de más bienes, con la citada autorización del merino. No se podía sacrificar la pieza embargada antes de nueve días. Debía de retornarse al embargado la piel de la pieza, no la de otra, si no se quería ser considerado ladrón.
La ganadería era y es una ocupación consumidora de mucho tiempo, pero ante las urgencias militares debía de dejarse a un lado momentáneamente. Era obligado seguir el apellido o llamada a la defensa vecinal. Las villas y los particulares rezagados en relación al punto de emergencia serían denunciados y sancionados con penas de tres sueldos, correspondiendo la tercera parte a los junteros. El ejemplo de Jaca demuestra, una vez más, como la ganadería impulsó y organizó el espacio de ciudades con amplios términos.
Fuente.
SANGORRÍN, D., El Libro de la Cadena del concejo de Jaca, Zaragoza, 1920, pp. 151-157.
BARBASTRO, ¿LA PRIMERA CRUZADA?
A mediados del siglo XI todavía no estaba claro que algún día Al-Ándalus sería conquistado por los cristianos del Norte hispano, pero el equilibrio favorable a los musulmanes del anterior siglo se fue disipando de forma diáfana. La división del califato de Córdoba en emiratos favoreció a los cristianos, y Ramiro I de Aragón intentó reforzar sus fronteras con la toma de plazas como la de Graus, ante la que cayó derrotado un 8 de mayo de 1063.
Los guerreros aragoneses no se conformaron con el resultado y quisieron sumar fuerzas para acometer a los musulmanes. Se invocó la ayuda de Alejandro II, el inquieto pontífice que concedió indulgencia plenaria a todos los que siguieran a Sancho Ramírez de Aragón, el sucesor del vencido monarca. Al llamamiento respondieron tipos como Guillermo VIII de Aquitania y Armengol III de Urgel, empeñados en ganar riquezas y prestigio. El primero había conquistado Tolouse en 1060 y más tarde Saintes tras una enconada resistencia. El de Urgel había colaborado con el conde de Barcelona en sus empresas militares, pero se enfrentaba al desafío de sus vasallos.
En la primavera del 1064 las distintas fuerzas cristianas se dieron cita y se lanzaron contra la plaza fuerte de Barbastro, que según el historiador Ibn Hayyan se encontraba desasistida por Yusuf ibn Sulayman ibn Hud de Lérida, en difícil relación con su hermano Abu Yaafar de Zaragoza. Parecía una presa propicia, atractiva por las riquezas que atesoraba.
Los cristianos asediaron Barbastro. A los cuarenta días, los víveres se fueron agotando para los sitiados, y los cristianos atacaron su arrabal con una fuerza de unos 5.000 caballeros según las fuentes musulmanas. Lo tomaron, pero los islamitas consiguieron hacerse fuertes en el interior de la medina. Los atacantes fueron rechazados tras un infructuoso asalto, en el que cayeron unos quinientos guerreros.
Barbastro podía haber aguantado la embestida, pero una desafortunada circunstancia forzó su toma. Una gruesa piedra de su muralla cayó sobre el canal subterráneo que conducía hacia el interior de la ciudad el agua del río Vero. Sus gentes comenzaron a padecer sed. Aceptaron rendirse a cambio de que se les perdonaran sus vidas y pudieran llevarse sus bienes. Sin embargo, fueron víctimas de los atacantes.
Unos setecientos de entre ellos se acogieron a la alcazaba, el último punto donde plantar cara. Al final, tuvieron igualmente que capitular. El 19 de julio de 1064 salieron los notables de Barbastro, como el servidor del cadí Ibn al-Tawil, pero en el camino de Monzón fueron víctimas de las tropas cristianas, que algunos consideran que no habían sido informadas de las condiciones de la capitulación.
Los cristianos se hicieron con un cuantioso botín, pues según algunos autores se repartieron entre ellos las casas de Barbastro con sus habitantes y sus pertenencias. Sancho Ramírez consiguió 1.500 cautivas, de las que presumió, y unas 500 cargas de muebles, ornamentos, vestidos y tapices, que exhibió con complacencia. Se negó a vender a las mujeres a un mercader judío, al que le dijo que eran una muestra que la suerte había cambiado para los cristianos.
El monarca aragonés marchó de la plaza conquistada, pero dejó allí una guarnición de 1.500 caballeros y 2.000 peones al mando de Armengol III. Los musulmanes no se resignaron a su pérdida, y Al-Muzaffar de Lérida pidió la ayuda de su hermano de Zaragoza y de Al-Mutadid de Sevilla.
Los musulmanes desplegaron a sus arqueros contra la plaza, bajo cuya protección pudieron realizar minas sus zapadores. Los cristianos perseveraron en apuntalar la muralla, pero al final los musulmanes consiguieron abrir brecha tras incendiar unos puntales. Entonces, los primeros salieron por la otra puerta de Barbastro, dirigiéndose contra el campamento contrario. Al final fueron vencidos, y la localidad recuperada por los islamitas tras nueve meses de dominio cristiano. Abu Yaafar se hizo llamar desde entonces Al-Muqtadir, llegando a imponerse en Lérida y otras partes de Al-Ándalus.
La empresa de Barbastro ha sido considerada como una de las más madrugadoras muestras de las Cruzadas que se emprendieron a partir del 1095, ya que Alejandro II perdonó penitencias e hizo remisión de los pecados a los que tomaron parte en la misma. Algunos historiadores puntillosos han puesto en duda que se tratara de una Cruzada primigenia, apuntando que participaron menos combatientes que en la Primera, los beneficios solo se extendieron a los que ya habían acudido a luchar, y la indulgencia se libraba tras imponer penitencia. Años más tarde, se daría en Tarragona el maridaje entre peregrinación y lucha contra los musulmanes característica de las Cruzadas. Semejantes precisiones son muy pertinentes, aunque la campaña de Barbastro ya reúne una serie de elementos que identificamos con las Cruzadas: recurso a la autoridad papal, concesión de beneficios espirituales, afán de botín y engrandecimiento de los participantes, lucha implacable contra los musulmanes y conciencia del momento histórico. Barbastro, evidentemente, no era una localidad de la geografía sagrada de Tierra Santa, pero sí una atractiva muestra del codiciado Al-Ándalus, uno de los frentes de la lucha entre el Islam y la Cristiandad medievales.
Fuente.
UBIETO, A., Historia de Aragón. La formación territorial, Zaragoza, 1981, pp. 53-67.
PAMPLONA SE INCLINA HACIA EL REY DE ARAGÓN.
En el año 1076 murió en Peñalén el rey Sancho V de Pamplona, arrojado por un precipicio por sus hermanos Ramón y Ermesenda. Dejó dos hijos de corta edad, de nombre García, y a su otro hermano el infante Ramiro, señor de Calahorra. En teoría la sucesión estaba asegurada en su línea, pero sus dominios pasaron a sus primos Alfonso VI de León y Castilla y Sancho Ramírez de Aragón. El primero alcanzó desde los montes de Oca a Sangüesa, quedándose con Calahorra y Vizcaya hasta Durango, mientras que el aragonés se hizo con el control del núcleo del reino con el apoyo de los pamploneses. No era la primera vez que pamploneses y aragoneses rendían obediencia a un mismo monarca, pero ahora la preeminencia correspondía a uno de Aragón.
La actitud de la nobleza del reino de Sancho V fue decisiva para entender este resultado, pues prefirió pactar con Alfonso VI o Sancho Ramírez para acrecentar su poder y riquezas. La vieja monarquía isidoriana de Pamplona se desvanecía ante su acometida, en sintonía con otros procesos feudales acaecidos en el resto de la Europa Occidental. En aquélla el monarca era el mayor propietario del reino y desempeñaba la más alta autoridad judicial y militar. Como señor y gobernante de la patria por la voluntad de Dios, protegía a los débiles y ejercía con temperancia su autoridad. Los barones se encontraban sometidos a su poder, ya que les podía retirar sin mayores complicaciones sus beneficios. Custodiaban las fortalezas de forma rotatoria y podían ser desplazados del gobierno de los distritos que se les encomendaban. A tal estado de cosas daba legitimidad la Iglesia, sobresaliendo las abadías riojanas de cultura hispano-gótica.
García Sánchez III, hijo de Sancho el Mayor, no heredó todos los dominios de su ilustre padre, pero gobernó el núcleo pamplonés con pautas isidorianas. Ayudó en el 1036 a su hermano Fernando de Castilla ante la acometida de Bermudo de León, consiguiendo al año siguiente por su asistencia medio condado castellano. En el 1038 contrajo matrimonio con la hija del conde de Barcelona.
Con su hermano Ramiro de Aragón tuvo una relación compleja. Para evitar disputas, Sancho el Mayor había establecido que García y Ramiro dispondrían de algunos distritos tanto en Pamplona como en Aragón. Sin embargo, Ramiro fue apoyado por los barones que gobernaban los distritos aragoneses desde tiempos de su padre, y que se resistían a resignarlos. En el 1042 se hizo el de Aragón con el dominio de Sobrarbe a la muerte de su hermano Gonzalo. La tensión aumentó con García, y Ramiro se unió con los musulmanes de Zaragoza, Huesca y Tudela contra él. Fue derrotado en el 1043 en Tafalla. Al año siguiente se reconciliaron por la mediación de Fernando de León y Castilla.
A continuación, el pamplonés se dirigió contra los musulmanes. Tomó Calahorra en el 1045, se dice que con la ayuda de San Millán, e impuso tributo a los islamitas según costumbre de su tiempo. Tudela fue conquistada en el 1046. García se mostraba bien dispuesto a disfrutar de los tesoros andalusíes derivados de la división en taifas. Semejantes ambiciones le llevarían a enfrentarse con su hermano Fernando, a la sazón triunfante y también codicioso de Zaragoza. En el 1054 cayó en la batalla de Atapuerca, en cuyo campo fue proclamado rey su hijo de quince años, Sancho V, que pudo retirarse a sus dominios.
Bajo su reinado, los barones ganaron fuerza progresivamente. Entre el 1054 y 1058 Fernando recuperó lo perdido por Castilla por la voluntad de los barones del territorio precisamente, anunciando lo que acontecería a mayor escala en el 1076. El protagonismo de los barones también se aprecia en la donación de Sangüesa a Ramiro I de Aragón en el 1063-64.
En el 1067 su inquieto primo Sancho de Castilla atacó los dominios pamploneses. Cruzó el Ebro, pero Sancho V se coaligó con su otro primo Sancho Ramírez de Aragón. El castellano fue vencido en los campos de la futura Viana.
Semejante triunfo no evitó la erosión de la autoridad real. En el 1072 Sancho V aceptó que no actuaría contra los derechos de los barones, juzgarlos según la costumbre de la tierra y no retirarles sus honores de ser fieles. A cambio, se comprometían a no traicionarle, a ayudarle en la defensa de la tierra y a acudir a la hueste.
Con semejantes apoyos, el monarca pudo restablecer el pago de tributos por los musulmanes zaragozanos en 1073. Al-Muqtadir le prometió la entrega anual de 12.000 mancusos al año. Sancho V debería de apoyarlo contra su primo de Aragón.
Sin embargo, el monarca de Pamplona no actuó de la manera más juiciosa para sus intereses. No supo repartir bien lo arrancado a los musulmanes, ordenó matanzas de campesinos, introdujo malos usos en puntos como Nájera y extorsionó a monasterios como Irache, cuando favorecía la aparición de grandes dominios monásticos sometidos a su autoridad. Un cenobio más pequeño podía pasar a ser de otro mayor, regido por un auténtico abad-obispo al modo del catalán abad Oliva. En el 1074 el Pontificado intervino en los asuntos hispanos, reclamando protagonismo y la introducción del rito romano, lo que ocasionó más de una controversia.
En el 1076 fue asesinado, como dijimos al principio, Sancho V, y Pamplona se inclinó hacia los reyes de Aragón, que con sus campañas contra los musulmanes y en las Cortes de Huarte de 1090 supieron concitarse el apoyo de los cada vez más influyentes barones. El equilibrio del poder cambiaba dentro de la Hispania cristiana.
Fuentes y bibliografía.
LACARRA, J. M., Aragón en el pasado, Madrid, 1972.
LARREA, J. J., “El reinado de García de Nájera, entre el viejo y el nuevo orden: rey, barones e infanzones entre la monarquía isidoriana y la feudal”, XV SEMANA DE ESTUDIOS MEDIEVALES, Nájera, 2005, pp. 151-172.
LA SIMBÓLICA TOMA DE HUESCA.
La plaza de Huesca, apetecida por los monarcas de Aragón y sus comitivas de guerreros, se mantuvo firme en manos de los andalusíes durante gran parte del siglo XI, a despecho de sus problemas políticos en la retaguardia.
Sancho Ramírez, una vez entronizado en Pamplona, lanzó sus fuerzas contra Huesca y Monzón. En el 1081 tomó Bolea y Piedratajada, desde donde hostilizó a los musulmanes oscenses, que en el 1089 se avinieron a pagarle tributo.
Consciente del peligro, el emir de Zaragoza se alió en el 1091 con Alfonso VI, deseoso igualmente de establecer su hegemonía en el valle del Ebro. Sancho Ramírez llegó a disponer en el Castellar, cerca de Zaragoza, una fortaleza para conseguir su sumisión. El gobernante islámico de Huesca unió sus fuerzas al zaragozano en aquella situación.
En el 1093 Alfonso VI amenazó las tierras alavesas del rey aragonés, pero Sancho Ramírez no desistió de encaminarse hacia Huesca. De resultas de un reconocimiento a la plaza, cayó muerto de un saetazo. Sus hijos Pedro y Alfonso juraron mantener el asedio. El 1 de junio Pedro fue proclamado allí mismo monarca, y no alteró la posición de su real en Pueyo Sancho.
El arzobispo de Burdeos dispensó en 1094, un año antes del concilio de Clermont, gracias e indulgencias a los sitiadores como legado de Urbano II.
Alfonso VI envió refuerzos a los musulmanes de Zaragoza, a pesar de la presencia de los almorávides en la Península. El conde García de Nájera llegó a amenazar a Pedro de Aragón de la llegada de un gran ejército. En Alcoraz se libró en 1096 una enconada batalla, que ganaron los aragoneses. El mismo García de Nájera cayó prisionero.
En la Crónica de San Juan de la Peña, que data de 1342, se defendió la aparición de San Jorge a lomos del corcel de un caballero alemán, que el mismo día también estuvo en la toma de Antioquía. La batalla se prestigiaría con el tiempo, pues, según las ideas de las Cruzadas, de las que también trataría de sacar provecho linajes como los Urrea, que se complacerían en identificarse con tal caballero. Asimismo, de Alcoraz partiría el escudo de Aragón, con la cruz de San Jorge y las cuatro cabezas de reyes moros en sus cuadros.
Los defensores de Huesca accedieron a la rendición a cambio de su salida para refugiarse en Barbastro. No se dieron las violentas escenas de su caída en el 1064. La propia Barbastro cayó en manos aragonesas en el 1100.
Las campañas contra los musulmanes ayudaron a perfilar la categoría de los infanzones aragoneses, cuyos orígenes se remontarían a los hombres libres, exentos de tributarle al rey. Cultivadores de los valles de montaña y con similitudes con los hombres libres carolingios, su denominación procedería de Castilla, cuyo fuero de Castrogeriz sirvió de modelo a los caballeros de Tafalla y Nájera. En los años que siguieron a la conquista de Huesca, los aragoneses emprendieron combates que harían Historia.
Fuentes.
Crónica de San Juan de la Peña. Edición de Tomás Ximénez de Embún, Zaragoza, 1876.
PEDRO I DE ARAGÓN Y EL CID.
Pedro I de Aragón y Pamplona (1094-1104) llegó a controlar puntualmente Culla, Oropesa, Miravet, Montornés y una posición cercana al actual Castellón de la Plana. Concertó una alianza con el Cid Campeador, y junto a él libró a comienzos de 1097 la batalla de Bairén contra los almorávides. Así lo refirió la Historia Roderici de fines del siglo XII:
“Por aquel entonces murió Sancho, el rey de Aragón, de feliz recuerdo, que vivió cincuenta y dos años y después fue a descansar en la paz de Cristo siendo sepultado con grandes honores en el monasterio de San Juan de la Peña. Después de su muerte subió al trono su hijo Pedro. Reunidos los magnates de todo su reino dijeron al rey: “Unánimemente suplicamos a tu majestad, ilustre rey, que dignes a oír nuestro consejo: creemos que te resultará bueno y útil mantener la amistad y las buenas relaciones con Rodrigo el Campeador. Esto es lo que, todos de acuerdo, te aconsejamos.”
“Le pareció bien al rey la decisión de sus nobles y enseguida dirigió emisarios a Rodrigo para que se uniera a él. Los mensajeros enviados a Rodrigo dijeron: “Nuestro señor el rey de Aragón nos ha enviado a ti para que te alíes con él, establezcas con buen entendimiento una paz y amistad firmísima y seáis aliados para luchar con vuestros enemigos y nos auxiliéis a cambio contra nuestros adversarios.” Esto complació mucho a Rodrigo y les respondió que lo haría gustoso.
“El rey Pedro descendió sin detenerse hasta la costa, hasta el lugar que se llama Montornés. Rodrigo salió de la ciudad de Valencia y le salió al encuentro en Burriana. En aquel lugar se entrevistaron y confirmaron la paz entre ellos concertando con sinceridad y buena intención que se ayudarían sobre todos los hombres contra todos sus enemigos. Tras hacer esto, volvió enseguida el rey a su tierra y dispuso y estableció con una firme ley que su reino se mantuviera y volviera bajo una recta justicia. Rodrigo regresó a Valencia.
“Pasado poco tiempo, el rey Pedro se dirigió allí con su ejército para auxiliar a su aliado Rodrigo, quien le recibió con el máximo honor. Después de reunir su ejército, salieron ambos al mismo tiempo de Valencia y prosiguieron hasta la ciudad de Peña Cadiella para llevarle víveres y abastecerla suficientemente de vituallas.
“Al acercarse a Játiva, les salió al encuentro para entablar combate con ellos Muhammad, sobrino de Yusuf, rey de los almorávides y musulmanes de Al-Ándalus, con un considerable ejército de treinta mil soldados, bien equipados con toda clase de armas. El mismo día, los musulmanes y almorávides no presentaron batalla sino que estuvieron durante todo el día profiriendo sus alaridos y gritos guerreros desde los montes que allí había. El rey Pedro y Rodrigo enviaron a Peña Cadiella todos los alimentos que encontraron en aquella región, con el botín que habían tomado, y así abastecieron la fortaleza copiosamente.
“Saliendo hacia el mediodía bajaron juntos hacia la costa y asentaron sus campamentos junto a Bairén. Al día siguiente, Muhammad, con una grande e innumerable multitud de almorávides, musulmanes de Al-Ándalus y de todos los pueblos infieles, se preparó para iniciar la lucha contra el rey y Rodrigo. En aquel lugar había un gran monte de casi cuarenta estadios de longitud en el que estaba el campamento de los sarracenos. Por la otra parte, se extendía el mar con gran cantidad de navíos almorávides y de musulmanes de Al-Ándalus desde los que atacaban a los cristianos con flechas y arcos. Desde el monte los hostilizaban con otras armas. Ante esto, los cristianos se atemorizaron cundiendo el pánico entre ellos.
“Rodrigo al verlos temerosos y llenos de miedo enseguida montó sobre su caballo y, bien armado, comenzó a recorrer el ejército de los cristianos arengándoles de esta manera: “Escuchadme, compañeros míos muy queridos y amados, sed fuertes y valerosos en el combate, tened ánimo como hombres que sois, y de ningún modo tengáis miedo ni temáis su gran número porque hoy los entregará Jesucristo Señor Nuestro a nuestras manos y a nuestro poder.” Al mediodía, el rey y Rodrigo los atacaron con el grueso de las tropas cristianas luchando con todas sus fuerzas tenazmente. Al fin, gracias a la ayuda y obra de la clemencia divina, los vencieron e hicieron huir. Algunos murieron a espada, otros al pasar el río y la inmensa mayoría se ahogó en el mar tratando de escapar.
“Después de vencer y dar muerte a los sarracenos, los cristianos vencedores saquearon todos sus bienes. Allí mismo, después de conseguir la victoria, también recogieron abundante botín, esto es: oro y plata, y caballos y mulas, armas escogidas y muchas riquezas, y glorificaron con gran devoción a Dios por la victoria que les había otorgado.
“Después de este triunfo, memorable y siempre glorioso, el rey Pedro y Rodrigo emprendieron el regreso a Valencia con su ejército ensalzando a Dios. En esta ciudad permanecieron pocos días. Luego salieron juntos y se dirigieron a la fortaleza de Montornés, que pertenecía a la jurisdicción del rey y se había rebelado contra él; la sitiaron y después de asediarla y atacarla la sometieron. Después de hacer esto, el rey volvió enseguida alegre a su reino. Rodrigo regresó a su ciudad de Valencia.”
Historia Roderici. Traducción de Emma Falque, Boletín de la Institución Fernán González, nº 201, 1983, pp. 369-370.
ALFONSO EL BATALLADOR IRRUMPE EN LEÓN Y CASTILLA.
En el 1104 Alfonso, el hermano de Pedro I, subió al trono de Aragón y Pamplona, un conjunto territorial que había crecido en poder y en riqueza en las décadas anteriores. Se había afirmado como un importante poder en la Hispania cristiana, lanzado fuertes ofensivas contra los musulmanes y emprendido importantes acciones diplomáticas al Norte de los Pirineos.
Por aquellos años, los almorávides ya habían modificado a su favor el equilibrio político en Al-Ándalus y presionaban con fuerza a León y Castilla, cuyo rey Alfonso VI se encontró sumido en una apurada situación. Su hija doña Urraca había enviudado de Raimundo de Borgoña en 1107, magnate que había probado fortuna en la Península, y Alfonso decidió casarla con el monarca aragonés, entonces sin esposa.
El enlace se celebró en el 1109, pero no contribuyó a resolver los problemas que aquejaban a León-Castilla. Al contrario. El entendimiento entre ambos cónyuges fue como mínimo precario. Sus temperamentos resultaron ser muy opuestos, y Urraca rechazó al grosero celtíbero, tratado en términos casi diabólicos por la Historia compostelana.
El conflicto entre Alfonso y Urraca, abierto en 1110, fue algo más que una disputa entre teóricos titulares de una corona, ya que arrastró a diversas fuerzas sociales en una gran guerra interna, resultado de las tensiones que las transformaciones sociales habían ido alimentando en Castilla, León y Galicia en la segunda mitad del siglo XI. Los grandes señores habían acrecentado su poder bajo la autoridad de la monarquía, pero también los núcleos urbanos habían ganado peso gracias a la expansión en todos los aspectos del camino de Santiago y a la Repoblación.
La lucha entre Urraca y Alfonso permitió dirimir muchos litigios a mano armada. El aragonés contó con la ayuda de muchos concejos, y la reina Urraca con la de nobles como los de Galicia. En 1110 Alfonso ganó la batalla del Fresno de Cantespino, pero no consiguió imponerse a sus contrarios gallegos.
En Galicia logró la reina reunir un gran ejército en el 1111. El obispo de Compostela, opuesto a los burgueses de Lugo, la apoyaba por aquel entonces. En pleno invierno sus fuerzas emprendieron la marcha por caminos y montes difíciles. Cuando llegaron a Astorga, los soldados de infantería y los esclavos compusieron lo roto durante la ruta. Allí convocó Urraca a sus fieles castellanos, astures y otros por la Tierra de Campos. Aunque no con la celeridad deseada, acudieron a la llamada.
Mientras tanto, Alfonso de Aragón había formado con sigilo un gran ejército, en el que participaron las fuerzas de Nájera, Burgos, Palencia, Carrión, Zamora, León y Sahagún. Apareció por los montes tras el río Órbigo, y estableció su campamento cerca de la ciudad de Astorga. No atacó, escarmentado por lo sucedido en el combate de Viadangos según la Historia compostelana.
Solicitó Alfonso refuerzos a Aragón, de donde vino Martín Muñiz con trescientos guerreros con loriga para asaltar la ciudad o atacar sus alrededores. Los castellanos establecieron su campamento en la llanura, y cuando supieron de la cercanía de los aragoneses los atacaron en una carga de caballería. Martín Muñiz fue capturado y dispersadas sus fuerzas. Entonces Alfonso se retiró a Carrión, donde lo asedió Urraca.
La nulidad matrimonial llegó en 1112, por motivos de consanguineidad. Alfonso, además, repudió a Urraca. De la aparente reconciliación fueron garantes los principales dignatarios de Burgos, Nájera, Carrión, Palencia, León y otros puntos. En la citada Historia se responsabiliza a Alfonso de la ruptura de lo acordado, algo que se le recordó en Sahagún, cuyos burgueses andaban a la greña con el monasterio.
Alfonso marchó, pero más tarde atacó distintos puntos de Castilla, Tierra de Campos y la Extremadura de su tiempo. Disfrutaba del servicio de caballeros de más allá de los Pirineos y sus fuerzas ocupaban una serie de fortalezas.
Nuevamente Urraca logró reunir un ejército en Galicia, que llegaría hasta Burgos, cuyo castillo se le rendiría al no ser auxiliado debidamente por Alfonso. Terminó el aragonés por volver a sus dominios, aunque retuvo varias plazas en medio de la inestabilidad política de León y Castilla. En el pacto de Támara de 1127 llegó a un entendimiento con su hijastro Alfonso VII. Castilla retornaba a los límites de 1054, los de antes del año de la batalla de Atapuerca, y el rey de Aragón era reconocido soberano de plazas como Soria, cuando su política de expansión frente al Islam ya había deparado importantes frutos.
Fuente.
Historia compostelana. Edición de Emma Falque, Madrid, 1994.
LA CODICIADA TAIFA DE ZARAGOZA.
Las taifas o pequeños emiratos han cargado con bastante mala fama tradicionalmente, de unos gobiernos degenerados e incapaces, divididos y en guerra constante. De todos modos, algunas como la de Zaragoza no fueron precisamente poderes insignificantes.
Asentada en el rico valle del Ebro, logró expansionarse hacia el Este de la Península. Bajo Al-Muqtadir dominó Lérida, Tortosa y Denia. Su capital era una de las grandes ciudades de Al-Ándalus. Rivalizó con la taifa de Toledo, otro de los grandes poderes andalusíes, pero también con los expansivos castellanos, pamploneses, aragoneses, urgelitanos y barceloneses. El pago de parias o tributos se consideró por los cristianos un acto de vasallaje, pero los musulmanes prefirieron contemplarlo como un pago por unos servicios militares puntuales.
La presión sobre Zaragoza fue incrementándose con el paso del tiempo, y el triunfante Alfonso VI de León y Castilla también dirigió hacia allí su atención. El intelectual Al-Mutamín (1081-85) contó con la colaboración del inquieto Cid Campeador. Poco a poco la taifa se iba disgregando y bajo Al-Mustain II (1085-1110) se tuvo que hacer frente a una dificilísima situación. En el 1085 Alfonso VI había conquistado Toledo y se lanzó contra Zaragoza, pero la irrupción de los almorávides a la Península frenó sus ambiciones.
Los almorávides fueron vistos por muchos contribuyentes y hombres de religión como el remedio contra los excesos de los emires andalusíes, tachados de poco escrupulosos con la legalidad coránica. La Zaragoza de Al-Mustain II se mantuvo firme ante el poder almorávide, pero en el 1096 encajó a manos de los aragoneses una dura derrota en Alcoraz, que supuso la pérdida de Huesca.
Su sucesor Abd el-Malik asistió al final de la Zaragoza hudí. Los almorávides, con partidarios allí, lograron imponerse al desdichado emir, acusado de no ser lo suficientemente firme ante los cristianos. En el 1110 entraron en la ciudad, y Abd el-Malik se acogió a la fortaleza de Rueda, donde terminó rindiendo vasallaje al batallador Alfonso de Aragón, el beneficiario final de la ruina de la taifa zaragozana.
Fuente.
CERVERA, Mª. J., El reino de Saraqusta, Zaragoza, 1991.
LOS MUDÉJARES DEL VALLE MEDIO DEL EBRO.
En el 1118 las fuerzas de Alfonso I el Batallador entraron en una de las mayores ciudades de la Península, Zaragoza, llamada a convertirse en la capital del reino de Aragón. Tudela y Tarazona cayeron en el 1119.
Los aragoneses se encontraron con la realidad humana del valle medio del Ebro, fértil área donde la vida ciudadana y la cultura musulmana habían echado raíces. Ya no se trataba de arrancar un tributo a sus emires, sino de gobernar por sí mismos el territorio y sus gentes.
La crisis social padecida al final del periodo de las taifas no solo trató de ser aprovechada por los almorávides, que se presentaron como rigoristas defensores de la ley coránica, capaces de poner freno a los excesos fiscales, sino también por los monarcas cristianos. Alfonso VI, una vez ganada Toledo, tentó a los musulmanes zaragozanos con un trato tributario equitativo a cambio de su fidelidad.
Las discordias internas en León y Castilla, en las que tomó partido de forma destacada Alfonso I, ayudaron a que el poder aragonés pudiera hacerse con el control del valle medio del Ebro, aunque las ideas cercanas a la Cruzada de los conquistadores no condujeron a ninguna matanza como la de Barbastro en 1164. Era necesario conservar cultivadores y contribuyentes, así como un mínimo orden público de cara a los procesos productivos.
Las autoridades jurídicas musulmanas, encabezadas por sus respectivos cadíes, asegurarían el respeto a la ley coránica y servirían de garantía ante las seducciones almorávides, en teoría, pues los islamitas no podrían estar bajo la supervisión directa cristiana. A su modo, el rey de Aragón se comportaría como un verdadero sultán o autoridad política reconocida por el pensamiento islámico medieval de los siglos XI y XII.
Semejante disposiciones no pretendieron en el fondo conformar un Islam aragonés, sino facilitar el tránsito a unas comunidades urbanas cristianas con mayor realismo y flexibilidad que el manifestado en Barbastro. Los musulmanes permanecerían dentro de sus antiguas medinas, conservando mientras tanto su mezquita principal, por un año desde la capitulación, pasado el cual deberían de marchar a su exterior periférico. Todo el que lo deseara podía vender sus bienes, sin especificar mayores condiciones, o marchar a tierras musulmanas.
Si al final decidían permanecer, no deberían de pagar azofra o cargas de trabajo asociadas con la diabólica fiscalidad de las taifas. Más tarde, en otros territorios, se reconvirtió en un pago en dinero anual por hogar. Sus ganados gozarían de garantías de seguridad, y podrían contratar aparceros o exaricos, respondiendo fiscalmente por los mismos. Sintomáticamente, se les liberaba del apellido o convocatoria en campaña, pues en el fondo no estaba nada claro que fueran a luchar con denuedo contra sus correligionarios. El mudejarismo fue más un compromiso forzado que una muestra de la tolerancia de la Hispania de las Tres Culturas.
Fuentes.
MUÑOZ Y ROMERO, T., Colección de fueros municipales y cartas pueblas, Madrid, 1847, pp. 415-417.
LOS VEINTE DE ZARAGOZA QUE PODÍAN CANTAR LAS CUARENTA.
La repoblación no solo consistió en el establecimiento de personas en unos terrazgos, sino también en la creación de un espacio público con unas normas propias reconocidas. El 5 de febrero de 1129 Alfonso I accedió a confirmar los fueros solicitados por los habitantes cristianos de Zaragoza, conquistada a los musulmanes en 1118. Ya había transcurrido con mucho el periodo de gracia de un año concedido a los musulmanes para abandonar la medina y decidir quedarse como artesanos y campesinos mayoritariamente bajo el dominio aragonés.
La nueva comunidad cristiana distaba de ser igualitaria y homogénea, y se decidió la elección de veinte personalidades entre sus primeros habitantes, que jurarían primero tales fueros antes de hacérselos jurar al resto, de ahí que recibiera el nombre del privilegio de los veinte.
Tales fueros o leyes específicas de la nueva Zaragoza delimitaron con claridad un espacio físico, de Novillas abajo a Pina, y otro jurisdiccional.
En el primero, los vecinos podrían disfrutar de sus árboles (excepto los sauces y otros grandes), la madera de sus montes, sus hierbas, aguas, pesca con la salvedad de los esturiones, piedras y yeso. Toda una verdadera reserva de recursos naturales de gran valor económico, que no impediría el libre comercio por tierra o agua de los zaragozanos para comprar vino u otros víveres en las tierras reales. En virtud de ello, se les exoneró de lezdas o impuestos sobre el comercio.
Cuando a un vecino de Zaragoza le era tomada una prenda, habitual en un mundo de jurisdicciones encabalgadas como aquél, podía trasladar su juicio a la ciudad, a la que se tenía que trasladar el acusador. Es más, si alguno los agraviaba, podían prendarlo y llevarlo allí ante la justicia real, que no admitiría la intercesión de caballero o infanzón.
El famoso privilegio de los Veinte llegó a ser temible, acusado por otros de favorecer en demasía a los zaragozanos, pero fue indicativo de la afirmación del régimen municipal en el valle medio del Ebro del siglo XII.
Fuentes.
MUÑOZ Y ROMERO, T., Colección de fueros municipales y cartas pueblas, Madrid, 1847, pp. 451-453.
PAREJAS Y PARENTELAS EN EL ARAGÓN MEDIEVAL.
La historia de la familia ha interesado a la investigación desde hace unas cuantas décadas para iluminar aspectos esenciales de la sociedad. El Aragón medieval brinda una magnífica oportunidad al respecto.
En la comercial Jaca de fines del siglo XI predominaba la gente de procedencia heterogénea, agrupada a veces bajo el genérico los francos. Sus formas de vida ya eran distintas de las de los simples campesinos de los pequeños núcleos de población de la época. Su fuero de 1077 se dirigía a los particulares bajo el imperio de su concejo, sin ninguna alusión clara a linajes.
Si avanzamos en el tiempo, las variantes del fuero de Teruel (1247 a 1265) no mencionaron la parentela en los retos entre caballeros, excluyéndose expresamente a sus estipendiarios. La justicia que respondía a la voz de la sangre no se reconocía legalmente en este caso.
Michael Mitterauer ha valorado la fuerza de la familia conyugal desde el siglo IX bajo las autoridades señoriales, pues los clanes perderían fuerza ante los embates del cristianismo.
En un pleito de la Ribagorza de 1119 el abad de San Victorián y el prior de Obarra instituyeron la misma costumbre en ocho lugares distintos. Toda persona podría marcharse con sus bienes muebles si decidía casarse fuera del territorio, pero las heredades se mantendrían indivisas bajo la misma familia. Tal ordenación de la base social campesina no desterraría la fuerza de la parentela. De hecho, el cristianismo la alentó por medio de los legados piadosos en beneficio de las almas de los ascendientes.
Alfonso el Batallador reconoció en el fuero de Catalayud en 1131 la intervención de los parientes en casos de homicidio entre vecinos, rapto de una vecina y redención del cautiverio. La infanzonía se preocupó por los parientes más cercanos, presente entre los mudéjares de Tudela de 1119 y los repobladores mozárabes de 1126 en los dominios del Batallador. Las cartas de otorgamiento de infanzonía de 1125 extendieron su gracia y seguridad a los hijos, hijas, nietos y toda la descendencia. Sus exenciones de hueste se aplicaron al casero o yuguero de la villa donde poseyeran heredades propias. De ser desposeídos del honor por el rey, lo que alcanzaba a sus hijos, la tenencia pasaría a otros parientes, y no a forasteros.
El nuevo equilibrio entre pareja y parentela se aprecia en aspectos como el permiso de bodas, la reclamación de bienes familiares, la disposición de las arras y los parentescos artificiales.
Los infanzones de Huesca podían desheredar a sus hijos de casarse sin su consentimiento (1242). En las Cortes aragonesas de 1349, a los hermanos y parientes se les permitió la reclamación de los bienes de los familiares ausentes del reino durante más de diez años. Debían solicitarlos de los procuradores designados, dar fianzas, comprometerse a no enajenarlos, dar cuenta de su administración y a reintegrarlos en caso de retorno, pues los aspirantes a Juan sin Tierra no se la jugarían a Corazón de León.
Bajo la protección del padre o de los más cercanos parientes, las arras de la esposa disfrutaron de la consideración de irrenunciables según Vidal Mayor en 1247.
Los parentescos artificiales prosperaron en la Baja Edad Media. Las parteras recibieron la consideración afectuosa de madrinas administradoras de los partos. En caso de falta de descendencia, se podía prohijar por medio de la elección de un miembro perteneciente o no al linaje que cumpliera con lo acordado y los legados piadosos. Por ello Jaime I se comprometió a no injuriar a Sancho de Navarra y a combatir a Castilla para ser prohijado. A otro nivel, Martina Exavierre sufrió la incuria y los insultos de su nieto y esposa, y se acogió en 1391 a la protección del monasterio de Santa Cruz de la Serós.
El linaje condicionó a su modo la pareja. Los conyugues dispusieron sin problemas de las arras con el permiso familiar. El fuero de Teruel graduó la cuantía de las arras según la condición de la mujer:
Doncella de la villa |
20 áureos alfonsíes |
Viuda de la villa |
10 áureos alfonsíes |
Doncella aldeana |
10 áureos alfonsíes |
Viuda aldeana |
5 áureos alfonsíes |
Estas sumas se concretaron en determinadas prendas, diferenciándose el ajuar de las vestiduras. Su goce se condicionaba al cumplimiento de las nupcias, al contrato matrimonial. Si la mujer fallecía antes de las mismas, se recuperaba íntegramente la cantidad. De morir el marido, la mujer conservaría el ajuar sin las vestiduras.
Todo matrimonio clandestino, sin permisos y contratos esponsalicios según insistía el Derecho canónico desde el siglo XII, se penalizó con la muerte en teoría, y en las Cortes de Maella de 1423 se estableció al respecto un complejo proceso judicial.
La pareja y la parentela se ayudaron mutuamente. En el privilegio general de Aragón de 1283 se consignó que todo guerrero que sirviera fuera del reino bajo otro señor, gozaría de la protección del rey a su mujer e hijos. Los linajes se convirtieron en el verdadero cuerpo intermedio entre las parejas y el concejo en muchos casos. La sociedad aragonesa medieval sería ininteligible sin las dos.
Fuentes.
MUÑOZ Y ROMERO, T., Colección de fueros municipales y cartas pueblas, Madrid, 1847.
LOS MOZÁRABES GRANADINOS LLAMAN A ALFONSO EL BATALLADOR.
En el último tercio del siglo XI, Al-Ándalus era un hervidero. Sus gentes estaban quejosas de sus autoridades y de los ataques cristianos. Pagaban impuestos más allá de lo razonable, según distintas fuentes, y los alfaquíes lo censuraban amargamente. La conquista de Toledo en el 1085 por Alfonso VI ocasionó una enorme alarma, de la que salieron beneficiados los almorávides. Se presentaron como salvadores del Islam, con el apoyo de algunos andalusíes, pero varios emires andalusíes se posicionaron en su contra, recurriendo incluso a los mismos cristianos a veces.
En el 1090 el emir Abd Allah de Granada fue depuesto por los almorávides, que tuvieron el reconocimiento de los alfaquíes. En mayo de 1099 instaron a la destrucción del templo cristiano que se alzaba frente a la puerta Elvira de la ciudad. Los cristianos mozárabes cultivaban el terrazgo de varias aldeas de la región bajo la supervisión de sus propias autoridades, que llevaban el registro de sus personas y propiedades con fines fiscales, ya que la tercera parte de lo que producían se destinaba al pago de las fuerzas árabes de origen sirio asentadas allí desde hacía siglos. En el siglo XI, a despecho de las importantes variaciones en la organización militar andalusí, tal sistema se mantenía en líneas generales.
El ataque a su templo, si seguimos a Ibn al Jatib, fue visto por los potentados mozárabes un atentado contra su comunidad, y enviaron cartas al monarca cristiano de Hispania con mayor prestigio militar, el conquistador de Zaragoza Alfonso I, que por entonces contemplaba con agrado la posibilidad de extenderse hacia tierras del Mediterráneo y era muy sensible a la empresa cruzada de Tierra Santa. Le hicieron ver, si seguimos a las fuentes islámicas, que podían poner a su disposición hasta 12.000 guerreros de buena disposición y condición física, mozos jóvenes sin contar niños ni ancianos. Además, podía convertirse en el señor de la feraz vega granadina, desde la que podía extender sus conquistas a placer.
La empresa era tentadora, pero arriesgada al tener que adentrarse muchísimo en territorio andalusí. De todos modos era factible. Las acometidas de Alfonso I habían demostrado la vulnerabilidad de las defensas almorávides, demasiado pendientes de las grandes movilizaciones de tropas desde las plazas de armas norteafricanas. Historiadores como Guichard han destacado que a diferencia de la Europa feudal el Islam occidental no creó estructuras defensivas locales parejas, pues incluso la idea de yihad se asumió más en términos comunitarios que individuales al modo de los países del Oriente Próximo atacados por los cruzados.
No obstante, la empresa era arriesgada y el rey aragonés obligó a jurar a los que lo acompañaron que no desistirían de la misma. Salió de Zaragoza en septiembre de 1125, elevando sus fuerzas a 4.000 caballeros y otros hombres de armas el citado Ibn al Jatib.
Cabalgarían formando una columna, para evitar las sorpresas, que se adentró por rutas ya conocidas por los aragoneses desde los días de Pedro I, hermano de Alfonso y aliado del Cid. Pasaron cerca de Valencia, y se dirigieron a Alcira. El 31 de octubre de 1125 se encontraban en Denia. En lugar de descender por la costa, por vías puestas en valor en el siglo XX especialmente, volvieron hacia el interior, con importantes poblaciones provistas de recursos. Pasaron el llamado desfiladero de Játiva y alcanzaron la ciudad de Murcia. En el Alicante del siglo XVII la tradición se complacía en relatar cómo Alfonso I había intentado en vano conquistarla. Fue tal su furia al no lograrlo que golpeó con saña su lanza contra la tierra, haciendo brotar el agua de una fuente de ricas propiedades.
La hueste pasó por Vera, Almanzora, Purchena e intentó apoderarse de Baza, sin éxito. En diciembre de 1125 atacó desde distintos puntos la ciudad de Guadix, que también resistió a los aragoneses. Las tareas de asedio requerían de unos medios y un tiempo muy superiores a los de la expedición.
A 7 de enero de 1126 Alfonso y los suyos se encontraban en las proximidades de Granada. Las lluvias y el frío eran intensos. Alertados, los almorávides dirigieron un importante contingente de tropas contra los aragoneses, que no se entendieron debidamente con los capitostes mozárabes en lo militar. Según ellos, el rey de Aragón se había movido con excesiva lentitud. El 23 de enero Alfonso levantó su real y marchó de momento. En su busca iban los almorávides.
Parecía que la columna enfilaba el camino de retorno por la ruta de Aníbal. Llegó a Alcalá la Real y más tarde se dirigió Baena y Lucena. Allí cruzaron espadas almorávides y aragoneses. Los del Batallador cargaron contra aquéllos al modo de los caballeros cristianos de su época, en formación cerrada, y lograron una importante victoria contra los que los perseguían en las vísperas.
Alfonso I quiso aprovechar la ocasión. Se adentró por el abrupto terreno de las Alpujarras y se maravilló que nadie acometiera a sus fuerzas desde las alturas al pasar por angostos lugares. Se complació en alcanzar el mar en Vélez (la actual Vélez-Málaga), donde degustó su pescado con no poco gusto simbólico.
Enardecido volvió al ataque contra Granada y su vega. Esta vez tampoco consiguió su rendición. Emprendió entonces el camino de vuelta por Guadix, Murcia y Játiva. Los musulmanes no lo acometieron en la retirada, pero la enfermedad hizo finalmente presa en sus tropas. Algunos autores han sostenido que las acompañaban unos diez mil mozárabes decididos a no vivir bajo dominio musulmán.
La cifra es discutible, pero lo cierto es que Alfonso asentó desde fines de 1126 contingentes de mozárabes en el valle del Ebro. El Batallador se preció de haberlos sacado con el auxilio divino del dominio sarraceno. Consciente de los bienes que dejaban atrás para seguirlo, les otorgó la exención de lezda, hueste y cabalgada como hombres libres. Podían ser juzgados según sus procedimientos. La historiografía reciente ha destacado cómo los mozárabes de aquel tiempo ya habían asimilado muchos elementos de la cultura islámica. Posteriormente, los mozárabes recibieron en Mallén fuero en junio de 1132, y en 1156 ayudarían a Alfonso VII de León y Castilla en la repoblación de Zorita de los Canes.
Los mozárabes granadinos que no siguieron al Batallador padecieron la orden de deportación al Norte de África del otoño de 1126. Valiéndose de sus amistades locales, algunos potentados lograron trampearla. Sin embargo, los almohades ajustaron cuentas con la comunidad mozárabe definitivamente en 1162, haciéndola pasar a la Historia.
Fuentes.
LACARRA, J. M., Documentos para la reconquista y la repoblación del valle del Ebro, Zaragoza, 1981-85.
SÁNCHEZ ALBORNOZ, C., La España musulmana, Buenos Aires, 1960.
ALFONSO EL BATALLADOR MUERE DE RESULTAS DE LA BATALLA DE FRAGA.
“En 529 (21 de octubre de 1134) fue sitiada Fraga en el Este de Al-Ándalus per Ben Rudmir (Alfonso I). El emir Tasufin ibn Ali ibn Yusuf, que residía en Córdoba y gobernaba la Península en nombre de su padre, envió a Fraga una hueste de dos mil caballeros, mandados por Zubayr ibn Amr al Lamtuni y bien provistos de víveres. Yahya ibn Ganiya, el bien conocido que administraba Valencia y Murcia, en el Este de Al-Ándalus en nombre del emir de los creyentes, Ali ibn Yusuf, armó quinientos caballeros. Y por su parte, Abd Allah ibn Yyad, que gobernaba Lérida, equipó doscientos. Cada uno de tales grupos llevó consigo sus víveres y después de reunirse, llegaron pronto a la vista de Fraga. Zubayr iba en la retaguardia tras el convoy de víveres y delante marchaba Ibn Ganiya, a quien seguía Ibn Yyad, cuya bravura, como la de sus hombres, era bien notoria.
“Ibn Rudmir, que se hallaba al frente de doce mil caballeros, no sintió sino desprecio al ver llegar a la hueste musulmana y dijo a los suyos: “¡Id a recibir el regalo que nos traen esos infieles!” No obedeciendo sino a su orgullo, se limitó a enviar contra ellos un fuerte destacamento que, cuando estuvo distanciado del ejército, fue atacado por Yyad y vio rotas sus líneas y fuertemente revueltas sus fuerzas. Empezó enseguida la batalla. Ibn Rudmir avanzó en persona con todas sus tropas, confiado plenamente en su número y en su bravura. Mas entonces Ibn Ganiya cargó a su vez mientras resistía Ibn Yyad y una lucha encarnizada costó la vida a muchos cristianos. En tal momento hicieron una salida en masa los habitantes de Fraga: hombres y mujeres, viejos y niños, y se arrojaron sobre el campamento cristiano. Los hombres mataron a cuantos hallaron en él y las mujeres se ocuparon de saquearle, y consiguieron llevar a la ciudad los víveres, aprovisionamientos y armas de que se apoderaron. Entre tanto Zubayr se lanzó a su vez a la batalla con sus tropas. Ibn Rudmir hubo de huir después de haber perdido la mayor parte de sus soldados y se acogió a Zaragoza, y veinte días después murió de pena y de vergüenza de su derrota.
“Ningún príncipe cristiano había tenido más valor que él, ni más ardor en combatir a los musulmanes, ni más fuerza de resistencia. Dormía con su coraza y sin colchones, y como un día le preguntaron por qué no se acostaba con las hijas de los jefes islamitas que había hecho prisioneras, respondió: “Un verdadero soldado no debe vivir sino con los hombres y no con las mujeres.” Con su muerte Alá permitió respirar a los fieles, no dejándoles expuestos a sus golpes.”
Del Kamil fi-l-Tarij de Ibn al Athir. Citado por Claudio Sánchez Albornoz en La España musulmana, Buenos Aires, 1960, pp. 236-237.
LOS TEMPLARIOS, DE POSIBLES REYES DE ARAGÓN A GRANDES SEÑORES.
Empeñada en la guerra con los musulmanes de Al-Ándalus y en estrechas relaciones con la Europa de más allá de los Pirineos, la monarquía aragonesa fue muy sensible al espíritu de cruzada, especialmente Alfonso I el Batallador. Las fuentes musulmanas lo presentan, después de la disolución de su matrimonio con Urraca de León y Castilla, como un guerrero que observaba la castidad al modo de los caballeros de las emergentes órdenes militares. Sin duda, fue un claro ejemplo de monarca cruzado.
En su testamento de septiembre de 1134, ratificado en Sariñena, lo volvió a acreditar con creces. Ha sido juzgado por varios historiadores de extraño e irrealizable, pues don Alfonso dejó por herederos y sucesores de sus reinos al Sepulcro del Señor de Jerusalén, al Hospital de los Pobres y al Templo del Señor al carecer de hijos. Los tres institutos los regirían, aunque no se aclarara el cómo. Deberían preservar las leyes y costumbres de sus variopintas gentes, y restituir lo indebidamente tomado a la Iglesia y a particulares. A los mismos se entregarían los bienes debidos a Alfonso para que dispusieran a su discreción. El Batallador remataba sus últimas voluntades entregando su caballo y armas al Temple, con cuyos caballeros se identificó. Su intención era poner Aragón al servicio de una empresa a la que había consagrado su vida.
Como es sabido, su testamento no se respetó, pues los nobles navarros y aragoneses optaron por otras soluciones. El hermano de Alfonso, Ramiro II, concertó el matrimonio de su hija Petronila con el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV, que como príncipe de Aragón tuvo que alcanzar un acuerdo con la Santa Sede y las órdenes militares. Con el Temple alcanzó la concordia de Gerona en 1143, por la que a cambio de su renuncia a las cláusulas del testamento les cedía castillos como el de Monzón, los diezmos debidos al conde y la quinta parte de los territorios a conquistar a los musulmanes, un verdadero acicate para sus campañas.
Al igual que en otros puntos de la Europa cristiana, los templarios ganaron fuerza y reconocimiento público. En julio de 1177, el obispo de Zaragoza don Pedro en compañía de los canónigos de San Salvador les cedió el establecimiento de una iglesia en el lugar de La Zaida, presentado como necesitado de sanación tras ser asolado por los sarracenos dentro de la mentalidad cruzada presente en la Reconquista hispánica. El maestre Arnaldo de Torre Roja representó en tal ocasión a los caballeros de la milicia del Templo, que gozarían de las décimas y las primicias. Por derecho de visita episcopal deberían entregar al año un cahíz de trigo, otro de centeno y una metreta de vino por Todos los Santos. Del diezmo de los fieles, el obispo dispondría de la cuarta parte.
Los templarios actuaron en varios puntos como repobladores. No pocos matrimonios, en ciudades como Huesca, se les entregaron personalmente junto con sus bienes en calidad de donados, recibiendo una limosna por Todos los Santos para su avituallamiento y vestido anual. Los templarios no llegaron a ser reyes de Aragón, pero se comportaron como verdaderos señores aragoneses.
Fuentes.
BOFARULL, P., Colección de Documentos Inéditos del Archivo de la Corona de Aragón, Tomo IV, Barcelona, 1849, pp. 9-12.
LEDESMA, M. L., Cartas de población del reino de Aragón en los siglos medievales, Zaragoza, 1991, documento 110.
EL SANTO SEPULCRO DE MONREAL, UNA FUGAZ ORDEN MILITAR HISPANA.
Alfonso el Batallador expresó en más de un ocasión a lo largo de su vida su querencia por la Cruzada. En Belchite fundó en 1122 una cofradía de guerreros agraciados con las indulgencias cruzadas, y en 1124 estableció la orden del Santo Sepulcro en Monreal, la mansión del rey celestial, al modo de las nacientes órdenes militares de Tierra Santa.
Según sus propósitos, la flamante sede debería de proteger los dominios de los reyes aragoneses de las incursiones desde el yermo o territorio abierto de Daroca a Valencia. Sin embargo, el propósito no era simplemente defensivo, pues la orden debía imponer su fuerza en caminos y pasos para lograr la conquista de Valencia y Murcia, hitos en el camino a Tierra Santa.
Propósitos tan ambiciosos merecieron medios acordes, y el Batallador agració a la orden con las siguientes partidas:
-Determinadas rentas en Zaragoza y Jaca.
-La mitad de los tributos arrancados a los musulmanes de Cuenca, Molina, Segorbe y Buñol, entre otros.
-La mitad de las rentas desde el puerto de Cariñena a Monreal.
-La mitad de los quintos logrados en las campañas contra los musulmanes emprendidas desde el Ebro.
-La quinta parte de rentas y propiedades reales.
-La mejor heredad de cada castillo o localidad ganada a los musulmanes.
La orden del Santo Sepulcro de Monreal gozó de las exenciones de la Hermandad de Jerusalén, y predicaron a su favor el arzobispo de Aux y otros prelados, reforzando la conexión con las Cruzadas.
No cumplió la orden las misiones encomendadas finalmente. Las circunstancias políticas de las tierras aragonesas entre la muerte del Batallador y la asunción del poder por Ramón Berenguer IV lo impidieron. A partir de la concordia de 1143 se integró en la orden del Temple, dentro del tronco cruzado.
Fuentes.
Crespo, P., “La Militia Christi de Monreal y el origen de las órdenes militares en España”, XILOCA, nº 35, 2007, pp. 203-230.
NAVARRA SE SEPARA DE ARAGÓN.
El testamento de Alfonso el Batallador a favor de las órdenes militares no se cumplió por la aristocracia. Fue vivo el descontento de la aragonesa al disponerse de unas tierras que habían contribuido a conquistar. Además, se temía que Alfonso VII de León y Castilla aprovechara la ocasión para hacer valer sus derechos al trono, desde donde se desquitaría de las pasadas entradas aragonesas.
Muchos defendieron que el magnate don Pedro de Atarés fuera proclamado rey, algo que pudo haber sucedido en las Cortes de Borja. Sin embargo, algunos se opusieron, y el hermano del Batallador, el monje Ramiro, fue propuesto como monarca.
El noble Pedro Tizón supo indisponer a los nobles navarros con don Pedro, aprovechando que se había negado a recibirles cuando se encontraba en unos baños o, al menos, darles una excusa con cortesía. Se consideraron desdeñados los navarros, que tampoco encontraron apto a Ramiro para defenderlos de Alfonso de León, que cercaba Vitoria e iba hacia Aragón.
Entonces el obispo de Pamplona Sancho de Larosa y otros magantes como don Ladrón alzaron rey a García, nieto del Cid e hijo de infante, según lo acordado en Monzón. Sería conocido en la Historia como García el Restaurador de Navarra.
Los aragoneses no lo aceptaron y siguieron a Ramiro, proclamado monarca en Huesca. Ante el avance de Alfonso VII hacia la codiciada Zaragoza, se acogió a San Juan de la Peña y terminó rindiéndole vasallaje. En 1135 aquél se coronó en León emperador de Hispania. A cambio de Zaragoza, García entró en su vasallaje.
La relevancia lograda en los días del Batallador parecía cosa del pasado. Para evitar males mayores, García y Ramiro intentaron llegar a un acuerdo por mediación de los magnates. Mientras el segundo sería considerado padre y gobernador del pueblo, el primero sería el hijo encarga do de los caballeros, si bien cada uno gobernaría su propio reino.
Ramiro acudió a Pamplona, donde se procedió a la división de reinos según los límites de Sancho el Mayor. Sin embargo, estuvo allí a punto de ser apresado y tuvo que afrontar una penosa guerra, en la que su liberalidad con los nobles le pasó factura.
El aragonés tuvo que bregar con la desobediencia de sus nobles (recordada en el episodio de la campana de Huesca). Ofreció a Alfonso VII lo conquistado por su hermano, que después recibiría como vasallo, y ofreció a su hija en matrimonio al conde de Barcelona Ramón Berenguer IV. De todos modos, ya no consiguió dominar Navarra, que a partir de García el Restaurador recuperó su condición de reino independiente.
Fuentes.
Jerónimo de ZURITA, Anales de Aragón. Edición de Ángel Canellas, edición electrónica de Javier Iso (coordinador), María Isabel Yagüe y Pilar Rivero.
LA CAMPANA DE HUESCA.
Apurada situación del rey Ramiro de Aragón.
“Et encontinente los aragoneses levantaron rey a Don Remiro et diéronle por muller la filla del conde de Piteus. Et por razón que sines consello de los aragoneses los navarros habían levantado rey, empeçaron de haver malquerencia unos contra otros. Et aquesti Don Remiro fue muyt bien et muyt francho a los fidalgos, de manera que muytos de los lugares del Regno dio a nobles et cavalleros, et por esto no lo preciaron res. Et fazían guerras entre sí mismos en el Regno et matavan et robavan las gentes del Regno. Et por el rey que non querían cessar aquesto et fue puesto en gran perplexidat cómo daría remedio a tanta perdición del su Regno et non osava aquesto revelar a ninguno.
Ramiro pide consejo al monje Forzado.
“Et por dar remedio al su Regno enbió un mensagero al su monasterio de Sant Ponz de Tomeras, con letras al su maestro, clamado Forçado que era seido, porque ys costumbre et regla de monges negros que a todo novicio que era en la Orden dan un monge de los ancianos por maestro. Et según la persona de aquesti Don Remiro que merecía dieronli el maestro muyt bueno et grant savio; en las quales letras, recontava el estancamiento del su Regno et mala vida que passava con los mayores del su Regno rogándole que le consellasse lo que faría.
El consejo del monje.
“El maestro con grant placer que havía recebidas las letras pensó que sería irregular si le conselleva que fiziés justicia, clamó el mensagero al huerto en el qual havía muytas coles et sacó un ganivet que tenía, et teniendo la letra en la mano et leyendo, talló todas las coles mayores que yeran en el huerto, et fincoron las solo chicas; et díxole al mensagero: “Vete al mi señor el rey et dile lo que has visto, que no te do otra respuesta.”
El rey interpreta el consejo.
“El qual mensagero con desplazer que respuesta non le avía dada, vínose al rey et recontóle que respuesta ninguna non le havía querido fazer, de la qual cosa el rey fue muit despagado, pero quando contó la manera que havía visto, pensó en sí mesmo qu´el huerto podía ser el su Regno, las coles yeran las gentes del su Regno. Et dixo: “por fer buenas colles, carne y a menester”. Et luego de continent envió letras por el Regno a nobles, cavalleros et lugares que fuesen a Corts a Huesca, metiendo fama que una campana quería fazer en Huesca que de todo su Regno se oyesse, que maestros havía de Francia que la farían; et aquesto oyeron los nobles et cavalleros, dixeron: “Vayamos a veer aquella locura que nuestro rey quiere fazer”, como aquellos que lo preciavan poco.
Don Ramiro ordena aplicarlo.
“Et quando fueron en Huesca fizo el rey perellar ciertos et secretos hombres en su cambra armados, que fiziessen lo qu´él les mandaría. Et quando venían los richos hombres mandávales clamar uno a uno a consello, et como entravan assí los mandava descabeçar en su cambra. Pero clamava aquellos que le yeran culpables, de guisa que de XII richos hombres et otros cavalleros escabeçó ante que comiés, et avría todos los otros cavalleros assí mesmo descabeçado, si non por qual manera que fue lo que lo sintieron, que yeran de fuera et fuyeron.
Los nobles ejecutados.
“De los quales muertos ende havía los V que yeran del linage de Luna, Lope Ferrench, Rui Ximénez, Pero Martínez, Ferrando et Gómez de Luna; Ferriz de Liçana, Pedro Vergua, Gil D´Atrosillo, Pero Cornel, García de Bidaure, García de Penya et Remón de Fozes; Petro de Luesia, Miguel Azlor et Sancho Fontana, cavalleros. Et aquellos muertos, no podieron los otros haver que yeran foídos, sosegó su Regno en paz.”
Fragmentos de la Crónica de San Juan de la Peña en Épica medieval española. Edición de Carlos Alvar y Manuel Alvar, Madrid, Cátedra, 1991, pp. 310-315.
RAMÓN BERENGUER IV SE CONVIERTE EN PRÍNCIPE DE ARAGÓN.
De esta manera explicó el cronista del siglo XIII Bernat Desclot tal acontecimiento.
“Como el conde de Barcelona exilió a mosén Guillermo Ramón de Moncada.
“Dice el conde que cuando el buen conde de Barcelona conquistó toda la fuerte tierra de Cataluña con gran esfuerzo y gran proeza, y había expulsado y matado a todos los sarracenos hasta Lérida y hasta las montañas de Prades y Siurana, que es tierra muy fuerte, asedió Lérida, que es una rica ciudad que entonces era de sarracenos. Y sucedió que, antes que el buen conde de Barcelona fuera al asedio de Lérida, había en la corte del buen conde Barcelona un senescal de muy alto linaje, de la tierra de Cataluña, que se llamaba don Guillermo Ramón de Moncada, senescal. Y fue por ventura que, por una razón que yo no quiero ahora contar, que el conde de Barcelona lo expulsó de su tierra y lo exilió, y este senescal, don Guillermo Ramón de Moncada, se fue a Aragón, y se presentó ante el rey (Alfonso I) y lo saludó muy altamente:
“-Señor –dijo él-, Dios salve a vos y a vuestra corte. He venido a vos pues sois refugio de exiliados, y os ruego, señor, que tengáis merced de mí, que me queráis sostener en vuestra tierra, que honrado hombre soy y de alto linaje. Y mi señor el conde de Barcelona, por falsos testimonios que me han acusado me ha exiliado y me ha tomado todo lo que tenía. Porque yo os ruego, señor, que accedáis a que os sirva como buen vasallo debe servir noble señor.
“Cuando el rey entendió que se trataba de don Ramón Guillermo de Moncada, senescal, se alzó del sitial en que se sentaba, y lo tomó por la mano y lo sentó cerca de él.
“-Señor –dijo el rey-, seáis bienvenido, así como buen caballero y de honrado linaje que sois. Por mi fe, muchas veces había deseado que os pudiera ver y tener en mi corte por la gran nobleza de linaje y de caballería que en vos es. Y sabed que nada que menester os haga os faltará en mi corte.”
“Como el buen conde de Barcelona tomó una hija del rey de Aragón por mujer, a quien correspondía el reino.
“Los ricos hombres de Aragón tuvieron consejo en Zaragoza de qué manera podían casar aquella infanta que era su señora, y a quién podían tener por señor, de donde fueran honrados y su tierra valiera más. Este consejo fue el de don Guillermo Ramón, senescal, y se levantó en pie y dijo:
“-Señores, si vosotros quisierais, yo os mostraré que podéis tener el mejor señor y el más honrado que tengan las gentes del mundo; y podréis conocer que lo que os digo no lo hago por el amor que le proceso, ni por bien ni provecho que yo tenga de él, pues he recibido del mismo daño y deshonor, y por ello conozco que es de gran honor y provecho para vuestra tierra. Os aconsejo que si él lo quisiera, que se la concedierais; pues tal es el conde de Barcelona, el mejor caballero, y el más excelente y del más alto linaje del mundo.
“Estas palabras gozaron del acuerdo de todos los barones, y tuvieron por bueno lo dicho por don Guillermo Ramón, senescal, y le pidieron que él fuera el mensajero y negociador de tal cuestión, y que debía ir al conde de Barcelona, que estaba en Lérida, que había conquistado hacía poco. Y sobre ello don Guillermo Ramón se dispuso muy honradamente, cabalgó y se dirigió a Lérida, y subió al castillo donde se encontraba el conde; y cuando estuvo a la puerta, los porteros fueron al conde y le dijeron:
“-Señor, don Guillermo Ramón, senescal, se encuentra en la puerta con muchos caballeros de Aragón y desea hablar con vos.
“Cuando el conde entendió que don Guillermo Ramón había venido, se maravilló bastante y ordenó que se le dejara entrar. Y los porteros y otros caballeros lo recibieron y se mantuvieron expectantes ante el conde. Y el conde lo recibió muy receloso y le preguntó por qué hecho había retornado ante él.
“-Señor –dijo don Guillermo Ramón- yo era venido ante vos como el que cela lo que os corresponde por vuestro provecho y honor, y en otro trance no acudiría sino implorando merced. Señor, los ricos hombres de Aragón me han enviado a vos porque os consideran el más honrado conde, el más excelente del mundo y quien con más celo ha conquistado; y os presentan el reino de Aragón y que toméis la doncella por mujer, de quien es el reino; y todos ellos os ruegan que seáis su señor y su rey.
“-Ciertamente –dijo el conde- aquí se ofrece gran presente, que no se ha de rechazar. Y yo –dijo el conde- recibo la doncella y el reino de tal manera: que mientras viva no quiero ser llamado rey; que yo soy ahora uno de los mejores condes del mundo, y si fuera llamado rey, no sería en absoluto de los mayores.
“-Señor –dijo don Guillermo Ramón- todo sea como vos queráis y pensemos en formalizar el acto.
“Sobre ello las cartas se hicieron y los juramentos por ambas partes. Y el conde cabalgó con gran caballería, y entró en Aragón y tomó la mujer por esposa; y le entregó todo el reino. Y esta mujer tuvo un hijo que se llamó don Alfonso, que después del conde fue rey de Aragón y conde de Barcelona, y otro hijo que fue don Sancho, conde del Rosellón y padre de don Nuño.”
Bernat DESCLOT, Crònica o Llibre del rei en Pere d´Aragó e dels seus antecessors passats, C. I y III, pp. 44 y 48-49, Barcelona, 1981.
Versión al castellano de Víctor Manuel Galán Tendero.