ALFONS CERVERA, LA EVOCACIÓN DE UN TIEMPO DE TERROR.
La Guerra Civil fue un trauma de proporciones terribles que afectó considerablemente a varias generaciones de españoles. Los ajustes de cuentas, las vejaciones, las privaciones y la muerte de personas queridas amargaron durante mucho la vida de demasiadas familias. En nuestro suelo se libró una lucha social, política, religiosa e internacional que nos hirió en lo más profundo.
Bajo el franquismo se prolongó el estado de guerra con el revanchismo de los vencedores. Tras la derrota de los fascismos en la II Guerra Mundial algunos grupos republicanos albergaron la esperanza de derribar al régimen con acciones armadas que los condujeran del París liberado al Madrid martirizado.
Acabada una guerra se comenzó casi de manera inmediata otra, la Fría, y derribar a Franco no resultó una opción aceptable para Gran Bretaña y Estados Unidos con la vista puesta en la Unión Soviética de Stalin.
Las unidades de los maquis, como las de la Agrupación Guerrillera de Levante, se empeñaron en una lucha sin salida, combatiendo en áreas rurales con fuerzas de la Guardia Civil por unos ideales que parecían irrealizables.
Tal estado de cosas se acusó con particular virulencia en los lugares más pequeños de nuestra geografía, donde la gente se conoce excesivamente de toda la vida. Allí el doloroso recuerdo se amalgamó con el deseo de sobrevivir. El silencio contuvo padecimiento.
La aproximación a este universo del miedo ha sido tortuoso, pues muchos han preferido no hablar más del tema y seguir como mejor se pudiera su vida. La reconciliación comunitaria se trenzó a base de muchos olvidos individuales.
A esta memoria reprimida de hechos acaecidos le ha dedicado el escritor Alfons Cervera la serie de novelas Las voces fugitivas, compuesto por El color del crepúsculo (1995), Maquis (1997), La noche inmóvil (1999), La sombra del cielo (2002) y Aquel invierno (2005).
Situadas en Los Yesares, en la Serranía valenciana, transmiten una sensación angustiosa, opresiva, a partir de las observaciones no tan ingenuas de algunos de sus protagonistas, como la niña que parece Ana Frank escapada de su refugio, pero no de su prisión.
Cervera se nos muestra como un agudo observador, de mirada felina, capaz de observar en la oscuridad y de descubrir formas que van desde los contornos de la mujer a los pliegues del horror más detestable.
La escritura trasciende el simple juego de la creación para convertirse en una necesidad de afirmación personal, exorcizando en la medida de lo posible nuestros demonios más íntimos alimentados por el Gran Miedo, una presencia omnipresente a lo largo de Las voces fugitivas. Además de Hobbes muchos han sido los compañeros del miedo, pero quizá uno de sus más agudos novelistas ha sido Alfons Cervera.
El escritor tiene la capacidad de evocar nuestra postguerra, con su enrarecido clima que hace más inteligible el consenso, por decirle de alguna manera, de dictaduras como la franquista. El propio dictador quizá sólo fuera un cuadro ajado en el aula de una escuela rural, pero las palizas y la retórica de sus seguidores le dieron toda su credibilidad a las gentes de Los Yesares. Era la viva imagen del miedo pese a la lejanía de su persona: una muy interesante definición del franquismo desde la realidad cotidiana. La literatura nos abre algunos de los secretos más íntimos que no siempre se registran en los documentos oficiales. Y si es con las palabras de Las voces fugitivas, mejor que mejor.
Víctor Manuel Galán Tendero.