AGUARDANDO A LA ARMADA DEL REY SOL. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

14.02.2021 12:00

               

                En 1690, las autoridades municipales de Tarragona estaban preocupadas por la entrada de vino forastero y por la epidemia de viruela que aquejaba al ganado, problemas que apuntaban directamente contra sus precarios y comprometidos ingresos. Los impuestos sobre el vino, junto a las ganancias de la carnicería, eran de gran valor para una ciudad que tenía la condición de presidio, el dudoso honor de ser una plaza militar fuerte, con todas sus consecuencias, con su gobernador, don Pedro Figuerola, y su sargento mayor inspeccionando aspectos muy sensibles de su vida local. Sin ir más lejos, los propios militares no dejaban de molestar al maestro de primeras letras Juan Martínez Borda (casi recluido en su mísero estudio), y hacían contrabando con el vino de fuera del término. Es lógico que, además de mandar memoriales al rey y al Consejo de Aragón, se encomendaran a la protección de Santa Tecla, su patrona.

                Al menos, Tarragona se encontraba emplazada en la ruta del cabotaje de las barcas, que tanto bien hicieron por la economía catalana de aquel tiempo. Los carreteros del mar animaban los negocios ciudadanos, en sectores tan estratégicos como el de la alimentación. Con unos precios del trigo en alza, el tendero Josep Font vendió el 7 de mayo de 1691 una partida de cincuenta cuarteras al marinero Antoni Roig, a razón de tres libras cada una. La Generalitat,  saturada de compromisos económicos por la guerra contra Francia, exigió en términos severos sus contribuciones, como le sucedió al menorquín Pere Saurina, patrono de una fragata cargada con queso, que llegó al puerto tarraconense en abril de 1692.

                Por aquellos años, la España de Carlos II libraba una penosa guerra contra la Francia de Luis XIV, en alianza con otros Estados europeos. Los ejércitos franceses plantaron cara con éxito a los aliados, comportándose a veces de manera brutal, e irrumpieron en territorio catalán amenazadoramente.

                Además de sus fuerzas terrestres, movieron su potencia naval en las aguas mediterráneas. El 4 de julio de 1691, el gobernador de Tarragona notificó por medio del sargento mayor a las autoridades municipales el preocupante aviso del gobernador de Barcelona: trece naves francesas y otras embarcaciones se situaban ante la playa de Rosas.

                Del 11 al 12 de julio la propia Barcelona sería bombardeada por aquella fuerza naval, llegando las lúgubres nuevas a Tarragona el mismo día 12. El municipio ofreció al gobernador toda su asistencia, bien consciente de la carencia de artillería en activo, desmontada mayormente o falta de las necesarias piezas.

                Sin embargo, Tarragona no fue la siguiente víctima, sino Alicante, que del 22 al 29 de aquel fatídico julio padeció un terrible bombardeo. De momento, la guerra proseguía y la angustia de la incertidumbre por el mañana.

                Fuentes.                             

                ARXIU HISTÒRIC DE TARRAGONA.

                Acuerdos municipales, 1690-95, 201.