ACTUALIDAD DE GALDÓS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Un cuatro de enero de ahora hace cien años falleció en Madrid uno de los grandes de la literatura española, don Benito Pérez Galdós. Muchas personas acudieron a su sepelio y en la época se recriminó la frialdad de la que hizo gala más de un político. Fue don Benito un escritor popular, que despertó la admiración de muchos.
Los centenarios se han convertido en un lugar común de la cultura contemporánea. Dan pie en numerosas ocasiones a meritorios trabajos y eruditas disquisiciones, siempre de agradecer, pero no siempre seguidas por el gran público. Quizá para muchos Galdós solo es parte de un temario académico, en el mejor de los casos, una lectura obligatoria para aprobar la asignatura de algún plan de estudios. Su obra sería una nutrida serie de páginas otoñales, amarillas, que poco nos dicen en 2020.
Galdós fue un tipo vital que supo atrapar la vida española de nuestro complejo siglo XIX como pocos en sus obras. De aquel siglo no acabamos de tener una idea buena, pues todavía no nos desprendemos de su imagen de fracasado. El mismo Galdós nos dejó más de una impresión amarga de aquella España. Notable exponente del realismo literario, su obra puede resultar más útil a amantes de la Historia que de otros placeres.
Sin embargo, nadie puede pasar por alto que fue un narrador con garra, con gusto por contar historias de la mejor manera. Tuvo una de las credenciales de las mejores películas antes de la invención del cine. No tiene nada de extraño que algunas de sus obras hayan sido adaptadas con éxito a la gran y a la pequeña pantalla por insignes directores como Luis Buñuel o Mario Camus.
Su narrativa contiene riquísimos parlamentos de sinfín de gentes, que desgranan en sus soliloquios sus afanes, temores y esperanzas, con sus giros más queridos. Galdós, el periodista, es el entrevistador del pueblo, de todas sus gentes, cuyo idioma elevó a categoría artística demostrando que el arte no está reñido con lo popular.
En sus historias se yerguen con desparpajo e incluso con fresco descaro sus estupendas figuras de mujer, carnales y seductoras, atormentadas y moralistas, siempre fascinantes. El universo femenino, ahora justamente reivindicado, tiene en el Galdós que nunca contrajo matrimonio sin dejar de enamorarse uno de sus más afamados admiradores.
Mujeres y hombres de toda condición forman el entrañable pueblo español, el que pese a todos los tropiezos políticos, como no fusilar a Fernando VII (según uno de sus tipos con opinión), se muestra siempre bravo y empeñado en conseguir lo mejor. En su gesta coral de sus magnos Episodios nacionales, sus protagonistas luchan denodadamente por salir adelante, arrostrando turbulencias y guerras terribles. En Galdós, la persona del pueblo se convierte en la personificación de España, del país que pese a todo, a su desgracia y a su mordaz y zumbona crítica, no ha perdido la esperanza de un futuro mejor. Galdós no fue glosador de glorias acartonadas, sino retratista de unas gentes que deseaban vivir lo mejor posible, las españolas. En tiempos de debates esencialistas, de leyendas negras y sonrosadas, el mejor antídoto es leer al bueno de don Benito.