A SANGRE Y FUEGO: LA CRISTIANIZACIÓN DE SAJONIA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
El poder de Carlos el Grande, Carlomagno, se encontraba en dificultades en el 778, el año de la batalla de Roncesvalles. Los sajones aprovecharon la circunstancia para lanzarse al ataque, unidos bajo la jefatura militar de Viduquindo, y en su avance alcanzaron las riberas del Rin, llegando a tomar Fulda.
Carlomagno no se arredró, y pasó al contraataque. En el 782 parecía haber logrado el éxito. En la asamblea de Lippspringe organizó el territorio sajón subyugado, confiando a algunos aristócratas sajones el gobierno de varios condados. Sin duda se aprovechó de las divisiones entre los sajones para favorecer su causa.
El nuevo orden carolingio no solo residía en el establecimiento de una nueva administración condal, sino también en la imposición del cristianismo en una tierra todavía pagana. Religión y política volvían a caminar juntas.
Sin embargo, las fuerzas contrarias a Carlomagno no dieron la partida por perdida, y pronto reemprendieron una nueva ofensiva. Acogido entre los daneses, Viduquindo volvió a acaudillar un ejército sajón. Las iglesias fueron destruidas, y las tropas carolingias aniquiladas en el macizo de Süntelgebirge, donde cayeron varios dignatarios francos.
Aquella derrota conmocionó a los círculos carolingios, siendo comparada por algunos historiadores con la de Roncesvalles, y enfureció al mismo Carlomagno. Alcanzó en su avance la confluencia del Weser con el Aller, y ordenó la decapitación de unos 4.500 sajones.
En su capitular de Sajonia del 785, Carlomagno dispuso la muerte para todo aquel que atacara o robara una iglesia, no respetara la Cuaresma comiendo carne, matara un sacerdote, incinerara a sus difuntos, evadiera el bautizo o no le fuera fiel. La erradicación de las costumbres religiosas sajonas corría pareja a la imposición de la autoridad carolingia.
Viduquindo tuvo que aceptar el bautizo, y el papa Adriano felicitó encarecidamente a Carlomagno. Todo resultó ilusorio, pues los sajones volvieron a tomar las armas en el 793, hartos de pagar el diezmo a unos sacerdotes que no se comportaban como los apóstoles, según denunció un indignado Alcuino de York.
Las viejas creencias, junto a la guerra, retornaron a la castigada Sajonia entre el 794 y el 799. En el 797, el mismo Carlomagno debe de pasar el invierno en Herstel, punto de arranque de una de sus afamadas residencias. Distribuyó las tierras conquistadas entre sus fieles, contempló la deportación de sus gentes, y ordenó poner por escrito las costumbres jurídicas sajonas. Poco a poco, se fue imponiendo el orden carolingio en Sajonia.
Para saber más.
Pierre Riché, Les Carolingiens. Una famille qui fit l´Europe, París, 1997.