A 200 AÑOS DE LA EMANCIPACIÓN. El hombre que quiso ser emperador de México, Iturbide.
Agustín Cosme Damián de Iturbide y Aramburu, nacido el 27 de septiembre de 1783, comenzó su andadura como militar novohispano del reformado ejército indiano.
Era hijo de una criolla noble y de un terrateniente español, formando parte del grupo que dominaba la Nueva España. Sus estudios en el seminario los dejó muy pronto para enrolarse en el ejército a la edad de catorce años. Con veintidós años se casó con Ana María Huarte y tuvo seis hijos. Su vida era la de un hacendado criollo.
En 1810 se negó a participar en la insurrección contra la autoridad española y los españoles, y se destacó en la defensa de la ciudad de Valladolid contra las fuerzas revolucionarias, ascendiendo a capitán. El capitán Iturbide combatió a las guerrillas en el ejército realista contra los partidarios de la independencia de México.
Apresó a Albino Licéaga, y más tarde al cabecilla de la insurgencia Ignacio López Rayón. Ganó el ascenso a coronel, y posteriormente el de comandante general de la provincia de Guanajuato para combatir a Vicente Guerrero, jefe de los rebeldes en la Sierra Madre del Sur. Se distinguió en su persecución.
Tras la ejecución en 1815 del sucesor de López Rayón, el cura José María Morelos, la sublevación independista parecía definitivamente sofocada. El viejo mundo de Iturbide podía retomar su pulso, pero en 1816 el virrey lo destituyó de sus responsabilidades ante las acusaciones de abuso de autoridad y malversación. Se le absolvió definitivamente de todo ello. Sin embargo, la experiencia inclinó a nuestro hombre por otros derroteros políticos.
En 1820 los liberales triunfaban en la metrópoli y el propio Fernando VII no tuvo más remedio que aceptar la Constitución de Cádiz de 1812. Entre los criollos y los realistas novohispanos la novedad fue muy mal aceptada. De ideología claramente conservadora, Iturbide y otros pactaron con las fuerzas insurgentes en pie.
Este sucedáneo de Libertador proclamó el Plan de Iguala en 1821, que decía garantizar militarmente la independencia, la religión social y la igualdad entre las castas. Se entregaría la nueva corona americana al propio Fernando VII, que no aceptó. Aquel año firmó los tratados de Córdoba con el general Juan O’Donoju.
La nueva nación mexicana carecía del anhelado monarca, a diferencia del Brasil imperial, e Iturbide presidió la regencia del primer gobierno provisional. Un año después fue proclamado emperador y más tarde fue coronado como Agustín I. Sus sueños bonapartistas eran más que evidentes.
Iturbide había reconocido como comandante militar de la importante ciudad comercial de Veracruz al ambicioso Santa Anna, que tanto daría que hablar. En diciembre de 1822 éste proclamó el Plan de Veracruz, en el que se pretendía dar cumplimiento a lo prometido en Iguala. Dos meses después se firmó otro Plan, el de Casa, donde se unieron fuerzas republicanas y borbónicas para derrocar a Iturbide, quien no tardó en abdicar y exiliarse a Europa.
El Congreso Mexicano lo declaró traidor y fuera de la ley, y en caso de presentarse en territorio mexicano se tomarían drásticas medidas contra él y todo el que le prestara ayuda. Iturbide regresó a México en julio de 1824 para advertir al gobierno, según él, de una conspiración de los españoles para reconquistar México. Al desembarcar fue arrestado, y más tarde ejecutado por un pelotón de fusilamiento el 17 de julio de 1824. La derrota de la expedición reconquistadora española de Veracruz revalidó definitivamente la independencia en septiembre de 1827 de México, cuyos caminos se orientaron hacia el republicanismo.
Iturbide representó la pretensión de un gobernante fuerte, de un caudillo, a la caída de los virreyes. Su ejecución anunció la del emperador Maximiliano. Su trayectoria lo aleja del idealista Bolívar y del responsable San Martín. De todos modos, él consumó la independencia mexicana, y no el luchador cura Hidalgo. Nunca se convertiría el viejo militar criollo en un mito de la Iberoamérica contemporánea.
Carla Martínez Pérez.