¿UNA EDAD MEDIA CHINA? Por Remedios Sala Galcerán.
Antes que el principado Ts´in consiguiera dominar la mayor parte del espacio cultural chino a fines del siglo III antes de Jesucristo, los llamados Reinos Combatientes se habían entregado desde hacía más de dos siglos a intensas guerras, que modificaron la sociedad rural antigua.
La necesidad de mayores ejércitos condujo a la conscripción de mayores grupos de población, incluyendo a chicos de quince años en muchos casos, para librar intensas campañas de destrucción del enemigo. Los antiguos carros aristocráticos se abandonaron por la montura individual, que permitió el lucimiento de los campeones militares, y no pocas ciudades acrecentaron su sistema defensivo.
Muchos historiadores han comparado esta época con la del feudalismo de la Europa medieval, aunque las similitudes son superficiales más bien. En ningún momento el fraccionamiento cuestionó la autoridad superior del Estado, representado por un monarca siempre considerado señor de las tierras y de sus personas. Progresivamente consiguió imponerse su sucesión directa, evitando a la larga no escasos problemas.
Su palacio conservó su alta relevancia ceremonial y su Corte se estructuró administrativamente en ministerios encargados del complejo culto imperial, del aprovisionamiento palaciego y de la impartición de la justicia, dotados de sus correspondientes funcionarios.
Los servidores militares del monarca tuvieron el deber de comportarse con cortesía y sabiduría dando su consejo lealmente, comprometiéndose debidamente con los dioses y los antepasados a su cumplimiento. También lo representaban a nivel territorial, copando muchas de las jerarquías administrativas regionales y locales. En realidad hicieron su voluntad en demasiadas ocasiones, atomizando en la práctica el ejercicio del poder.
Poco a poco se fue imponiendo la aristocracia de servicio y de función sobre la estrictamente militar en varios de los reinos a la par que se verificaron importantes cambios en la vida de las familias extensas o clanes, regidos por patriarcas que a los sesenta años resignaban su autoridad en favor de su primogénito. Las viudas disfrutaron de una importante consideración y se permitió la eliminación de los hijos nacidos en un tiempo considerado nefasto, en el mismo mes natalicio que el padre y de los trillizos.
En tiempos de tan horrorosas costumbres fueron ganando terreno ideas que defendían la honradez del comportamiento público como las de Confucio, se extendieron los cultivos merced a la labranza individual más allá de la comunal y los comerciantes se mostraron tan emprendedores como osados.
El patrimonio de los grandes gobernantes se benefició de todo ello, velando las intendencias por su buena marcha. Mientras el intendente de los campos se encargó de su organización y de la celebración de los ritos religiosos vinculados a la tierra, el del bosque tomó a su cargo la venganza, la caza de las alimañas y la erradicación de los bárbaros. Hacia el 221 antes de Jesucristo los días del hegemón que había eclipsado al monarca en nombre de una coalición de intereses aristocráticos pertenecía al pasado.
La época de los Reinos Combatientes se asemejó, en suma, muy poco a la Edad Media, ya de por sí tópica, de la que se nos ha acostumbrado a hablar con harta ligereza.