¿UN VERDADERO REY ARTURO? Por Víctor Manuel Galán Tendero.
El gran y terrible rey Eduardo I, en palabras de Marc Morris, que forjó Britania entre finales del siglo XIII y comienzos del XIV no goza de buena fama a nivel popular en España, pese a ser el amante y fiel esposo de Leonor de Castilla, hija de Fernando III y hermanastra de Alfonso X. La película Braveheart lo presenta como un villano implacable y sediento de poder que no retrocede ante nada. El fuerte carácter de Eduardo fue cierto, pero también fue un monarca justiciero que no se detuvo ante las dificultades y que admiró al rey Arturo, el modelo del rey caballero para muchos nobles de su tiempo, igualmente fascinados con su figura legendaria.
En 1278 visitó un lugar casi rodeado por pantanos como si de una isla se tratara, la abadía de Glastonbury, cuyos monjes decían que había fundado José de Arimatea, el hombre que recogió la sangre de Cristo en el Santo Grial. Eduardo no buscaba la paz espiritual del retiro monástico, sino visitar la tumba del rey Arturo y de la reina Ginebra, cuyo hallazgo-invención promovió el astuto Enrique II décadas antes. Glastonbury se asociaba con la mítica isla de Ávalon o de las Manzanas, donde se forjó la extraordinaria espada Excalibur y donde Arturo se restableció de sus heridas tras su gran batalla con Mordred.
Revestirse del prestigio de Arturo no era un mero pasatiempo de anticuario de Eduardo, empeñado en la conquista de Gales. Según algunos autores muchos galeses esperaban que Arturo retornara del otro mundo como un mesías salvador, una idea que a Eduardo le convenía aprovechar en su beneficio. En 1276 atacó al débil rey galés Llywelyn, muy cuestionado por sus nobles, y en 1277 se sometió como príncipe de Gales, un título que posteriormente pasaría al heredero al trono inglés Eduardo II. Entre 1282 y 1283 Eduardo I afirmó su autoridad con la represión de un movimiento de rebelión, pero también con otras medidas.
Tomó la corona de Arturo en Galés, que comenzó a ser colonizado por ingleses y gentes de sus dominios a modo de repoblación que completara la conquista. Ordenó construir importantes castillos, bajo la supervisión técnica del saboyano Jacobo de San Jorge como operacionum magister en Wallia. El rey había participado en la cruzada de auxilio a San Juan de Acre y se había familiarizado con la arquitectura militar del imperio bizantino. Los concéntricos castillos galeses dispondrían de aspilleras. El claro modelo imperial no impediría que se vinculara su estilo con el del rey Arturo, también celebrado en festines a lo Tabla Redonda y en justas caballerescas.
El gusto por las piezas históricas de Eduardo fue muy práctico. Tras la batalla de Dunbar (1296) arrebató a los escoceses la Piedra del Destino, donde se coronaban sus reyes, para disponerla debajo del hueco de su trono de la abadía de Westminster. A este rey Arturo las leyendas y las tradiciones le sirvieron para escribir la historia a su gusto.