¿UN CHOQUE INEVITABLE?
Enero de 2022 nos trae una escena internacional inquietante. Las conversaciones entre Estados Unidos y la Unión Europea, de un lado, y Rusia, del otro, no han dado resultados. La tensión se mantiene, y sobre Ucrania se ciernen nubarrones negros. Algunos auguran un choque en Europa Oriental, de consecuencias temibles, mientras los diplomáticos endurecen el tono de sus declaraciones.
La importancia estratégica de Ucrania en el tablero europeo es notable, sin contar con otros factores militares y económicos. La Guerra Fría terminó con el desmoronamiento del imperio soviético, del que se desgajó la propia Ucrania. Desde hace años, Rusia trata de revisar en su favor tal resultado, con Ucrania en el punto de mira. Lo que se dirime no es solo un territorio, sino quién rige el mundo, quién establece sus reglas.
Se enfrentan, en el fondo, dos formas de entender las relaciones internacionales y la comunidad de Estados, una de signo idealista y otra descarnadamente realista.
La primera realza la importancia de las ideas, como las de democracia o libre comercio, cuyo cumplimiento se pone como meta de un mundo ordenado y justo. A día de hoy, Estados Unidos defiende este enfoque, tanto por su tradición política (nacida de un movimiento revolucionario imbuido de la Ilustración) como por sus bazas económicas, políticas, militares y tecnológicas. Salvando diferencias, la actual administración de Biden es heredera de la de F. D. Roosevelt, con hondas raíces en la política de su país. No es la primera vez en la Historia que una gran potencia adopta y se respalda en ideales universalistas, como el de la Cristiandad en época medieval. Este enfoque puede pecar de falta de pragmatismo.
La segunda hace hincapié en la realidad del poder, que debe de ejercerlo quien más fuerza tiene. Para evitar un conflicto perjudicial para todos, es preferible llegar a algún acuerdo de reparto de tierras o de áreas de influencia, que satisfaga a los grandes y someta a su férula a los débiles, convertidos en moneda de cambio de esta clase de paz. Por su situación internacional y por su tradición política, Rusia lo abraza. Tras la reivindicación del antiguo espacio soviético parece agazaparse la reclamación de un nuevo Tilsit. Se trata de la tradicional diplomacia europea, denostada por Wilson tras la Gran Guerra, que a día de hoy aparece como egoísta e injusta, carente de respeto por los derechos de los pueblos.
Tras la salida de Gran Bretaña, gran rival de Rusia y estrecha aliada de Estados Unidos, la Unión Europea ha perdido fuerza internacional. Va a remolque del poder estadounidense y amolda los intereses de sus Estados al enfoque idealista.
Tras el pragmatismo frente a Rusia de la administración Trump, cercano al del mundo de los negocios, Biden ha endurecido sus posiciones frente a un orgulloso Putin. ¿La guerra es inevitable?
Tal posibilidad sería desastrosa para muchos, incluidos los propios contendientes, y las conversaciones son una muestra que no se quiere llegar al final de la cuenta atrás. ¿Cómo acomodar ambos enfoques diplomáticos? Es difícil. Quizá, después de un tiempo de dura tensión internacional, con zarpazos propagandísticos y económicos por medio que hagan anunciar lo peor, se llegue a alguna clase de acuerdo. Su duración dependerá no solo de la voluntad de las partes, sino de la calidad de los mecanismos de arbitraje y control, ya que en el fondo subyace el problema de la aparición de un nuevo orden internacional, en el que Estados Unidos carece de la fuerza de hace treinta años, toda una época en la Historia.
Víctor Manuel Galán Tendero.
Imagen de SETA.