¿PUDO ESPAÑA CONQUISTAR JAPÓN? Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Españoles y holandeses mantuvieron una verdadera guerra mundial, que la tregua de los Doce Años no interrumpió más allá de Europa. En el Pacífico y Asia Oriental, la ofensiva holandesa fue decidida, lo que inquietó muy seriamente a los españoles en Filipinas, máxime cuando las autoridades japonesas negociaban con los holandeses.
El Japón de los shogunes había visto con viva desconfianza la acción evangelizadora y económica de españoles y portugueses, por lo que comenzó a poner en práctica un aislamiento que duraría hasta el siglo XIX. No obstante, los españoles no descartaron que emprendieran alguna acción militar contra unas Filipinas, concretamente Manila, con serias carencias defensivas. Los holandeses podían alentarla.
En mayo de 1610, el marqués de Salinas abordó la cuestión con claridad ante el Consejo de Indias. Ejercía entonces por segunda vez como virrey de Nueva España, responsable de la defensa de Filipinas. Apostó por una diplomacia activa para contener a los holandeses en el Pacífico, y recomendó que se tratara con el emperador de Japón para evitar las ventajas holandesas.
La administración novohispana tenía unas ideas aproximadas sobre Japón. Parecía ignorarse el auténtico poder del shogun, pero no sus fundamentos feudales. Unos sesenta y seis reinos reconocían por señor al emperador, cuyas rentas se desconocían. Sin embargo, como no había emprendido ninguna guerra recientemente, se suponía que contaba con gran cantidad de oro y plata en su palacio. Se aplicaba la experiencia europea a Asia.
De hecho, se asimilaba el temple del aire de Japón al de España. También se valoraba particularmente su producción de arroz, trigo y cebada, además de la práctica de la minería.
¿Podía conquistarse Japón y formar parte del imperio español? Tal posibilidad fue descartada por el realista marqués de Salinas. Sus informadores le habían transmitido que muchas de las ciudades japonesas tenían 200.000 habitantes, incluso de 800.000 alguna de las mismas. Las cifras reales pueden ser discutidas, pero son elocuentes de la consideración de la potencia demográfica japonesa.
Ciertamente, la Nueva España también contaba con una enorme población cuando Cortés desembarcó por primera vez, pero los japoneses distaban de ser los naturales de aquélla. Ingeniosos en el arte de la guerra, empleaban espadas tan notables como las katanas. Con destreza hacían uso de los arcabuces.
En vista de ello, se debía ganar su voluntad por la predicación, algo poco sencillo. A la hostilidad japonesa se sumaban los enfrentamientos entre las órdenes religiosas, cada una celosa de su influencia y poder. Por aquellas grietas Japón se fue aislando cada vez más del imperio donde no se ponía el sol.
Fuentes.
ARCHIVO GENERAL DE INDIAS.
Filipinas, 193, N. 3.