¿POR QUÉ SE COMBATE EN PALMIRA? Por Antonio Parra García.
El Creciente Fértil alumbró la civilización urbana que condujo a los griegos y a los romanos. Nuestras creencias religiosas se remontan a los sumerios. El Oriente Próximo forma parte de nosotros mismos de una manera o de otra.
Paradójicamente algo tan querido por tantos ha provocado un sinfín de guerras que no parecen acabarse nunca. Han comparado hasta la saciedad el conflicto entre palestinos e israelíes con las cruzadas no sólo los fanáticos más entusiastas, que sueñan con borrar del mapa países y arrojar al agua a sus habitantes.
Ahora el Estado Islámico embriagado de sus sueños califales pretende adueñarse de algo común. Lo que no coincide con su estrecha visión debe ser eliminado sin respetar nada. Degüella periodistas, quema prisioneros de guerra en jaulas y destruye piezas de arte en nombre de su verdad. Ahora Palmira está a punto de sufrir su furia, que se teme peor que el asolador terremoto de 1089.
Uno de los símbolos de la fusión cultural en la Historia peligra por el fanatismo. En Palmira no se combate por una posición estratégica, sino por un principio más elevado: el del derecho a la cultura, que es indisociable de nuestra posibilidad de conocer la Historia y de escoger el camino que nos parezca más correcto sin sufrir coacciones.
En Palmira se combate por la Humanidad.
Por encima de los cálculos geoestratégicos y de los inevitables cabildeos políticos debería de imponerse algo más, el deseo de vivir en un mundo más justo y respetuoso con la Cultura. Los monumentos de Palmira son algo más que piedra. Son la concreción de nuestra alma histórica.