¿POR QUÉ HAN TRIUNFADO LOS TALIBANES?
La sorpresa parece haberse apoderado de algunos responsables públicos occidentales ante el triunfo de los talibanes. Su ritmo puede haber sorprendido, pero no su resultado, máxime cuando desde hacía tiempo muchos periodistas informaban de las razones de la renacida fuerza talibán. A día hoy, encontramos unas cuantas.
Los talibanes han aguantado los ataques de sus adversarios, con drones sofisticados incluidos, sabiendo emplear la naturaleza abrupta afgana a su favor.
Han aprendido de otros movimientos islamistas el uso de las redes sociales para ganar batallas publicitarias puntuales.
También han acogido a combatientes de otras guerras integristas, que han aportado su experiencia y se han comprometido con ellos, casándose con mujeres afganas y aprendiendo los idiomas locales.
Se han comportado con la población local de forma diferente a las tropas de la OTAN, estadounidenses en particular, en muchos casos, al no entrar en domicilios particulares contundentemente, sin apropiarse de objetos familiares. Sus tropas han dormido en las mezquitas de los lugares que iban ganando.
Han impuesto el orden en su retaguardia, el de su emirato, aplicando con tanta sencillez como energía la ley islámica, la sharia. Han desarticulado los débiles resortes del Estado afgano patrocinado por la OTAN, acabando con sus maestros e imponiendo sus orientadores.
No olvidemos que se han beneficiado del machismo todavía vigente en buena parte de las comunidades afganas, que no ve con buenos ojos la emancipación femenina.
Su modelo de Estado es, en apariencia, simple, y se aviene bien con la sencillez de la vida rural, evocando a su modo los tiempos del Califato Ortodoxo: consejos de deliberación locales, consejos de justicia de entendidos en la ley islámica que aplican con rapidez sus sentencias y cobro del diezmo islámico. Se aleja de las complejidades farragosas de la burocracia contemporánea.
La falta de ayudas gubernamentales a la agricultura y a los regadíos ha castigado a muchos campesinos, asediados por la sequía. Se ha perdido la batalla del agua, y se ha emprendido la lucrativa del cultivo y comercialización de los opiáceos a mayor escala. Al inclinarse las aldeas hacia los talibanes, les han aportado tal fuente de beneficios junto al aborrecimiento por el gobierno de Kabul.
El nuevo Estado, controlado por una minoría clientelar, no ha sabido concitarse las voluntades oportunas de facciones militarmente significativas, que ante la marcha de los acontecimientos han negociado finalmente con los talibanes.
El propio ejército gubernamental se ha visto carcomido por estas disputas y malentendidos. Su lealtad pendía del tenue cable del dinero, extremadamente débil frente a la obediencia religiosa de los talibanes a su causa. Sus modernas armas no han obrado el milagro esperado por algunos.
El creciente dominio de las áreas rurales por los talibanes ha conducido a mucha gente a unas ciudades castigadas por los problemas sociales más sangrantes, donde se ha acrecentado el descontento.
En un país de arraigada ética guerrera, en la que combatir se considera inevitable, los talibanes se han visto aureolados ante muchos por sus éxitos, ganando a luchadores jóvenes y decididos.
Potencias como Irán han secundado con mayor o menor discreción la resistencia talibán, al tratarse de humillar al poder estadounidense, muy denostado en gran parte del mundo islámico.
La intervención de Estados Unidos y de sus aliados de la OTAN ha sido contemplada como una ocupación extranjera más, contraria al final al espíritu de las gentes de Afganistán, y el gobierno que ha promovido visto como un simple títere.
El deseo de retirarse de Afganistán, manifestado varias veces, ha envalentonado más a los talibanes y ha convencido a algunos a ponerse de acuerdo con ellos a tiempo. Las imágenes de la retirada del aeropuerto de Kabul y los reproches de Biden a sus aliados afganos de la víspera deterioran más si cabe el crédito de Estados Unidos ante los afganos y posibles partidarios de otros países musulmanes.
Recordando al clásico, crónica de una muerte anunciada.
Víctor Manuel Galán Tendero.