¿LOS NUEVOS ESTADOS UNIDOS? Por Víctor Manuel Galán Tendero.

23.01.2025 12:13

               

                La nueva presidencia de Trump no deja indiferente a nadie, pues el poder de Estados Unidos es incuestionable a día de hoy. Como si fueran venablos, ha lanzado al mundo una serie de ideas contundentes, verdaderas proclamas.

                Se reclama la grandeza de Estados Unidos, de América, en el mundo. Su poder y extensión deben de acrecentarse en el Hemisferio Occidental, hacia Groenlandia, Canadá, Panamá o el golfo de México. Se avisa a Rusia y a China del nuevo espíritu estadounidense. La Unión Europea es presentada como un rival económico y una carga militar. Alcanzar Marte es una meta. No se piensa ser indulgente con una inmigración criminalizada. La fracturación hidráulica dispensará más barriles de petróleo. Los valores conservadores son ensalzados. Se emplea un estilo directo y rudo en la comunicación.

                Tales aseveraciones no son nuevas en la Historia de Estados Unidos, que ya no son tan jóvenes como a veces se dice. América se reservó para los americanos (no para los hispanoamericanos, precisamente). El Destino Manifiesto reclamó un imperio americano de océano a océano, capaz de alcanzar el Extremo Oriente. El aislacionismo siempre desconfió de Europa, se tratara de personas, Estados o ideas. La explotación del Lejano Oeste resultó intensa, y su imaginario llegó a la Nueva Frontera, que también pretendió la conquista del espacio.

                Se diría que a más de una persona lo han encandilado con cuestiones muy familiares y aceptadas en más de un lugar de Estados Unidos. Claro que una cosa es predicar y otra dar trigo. El mundo de 2025 no es el de 1914, el de 1898 o el de 1823. No se puede anexionar Groenlandia como Texas. Prescindir de la Unión Europea es impensable.  Llegar a Marte es complicado, y más todavía privarse de los aportes de trabajadores necesarios.

                Más allá de ganar electoralmente, quizá se siga la estrategia de ser agresivo para conseguir mayores ventajas en la mesa de negociaciones. Con independencia de Trump y de su círculo, ha habido una insatisfacción estadounidense en política internacional, no siempre bien captada ni entendida, la de una isla-continente que se considera autosuficiente y única. Grandes triunfadores de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos no consiguió en 1945-47 sus plenos deseos de un nuevo orden internacional. Tampoco en 1991. Ha manifestado varias veces en lo que llevamos de siglo XXI su incomodidad con la ONU o la OTAN. A su modo, Trump expresa el deseo de una nueva forma imperial estadounidense, menos atenta a los compromisos.

                Las declaraciones sonoras no despejan importantísimas incógnitas, sobre cómo podría finalizar la guerra en Ucrania, sobre el trato a Cuba y Venezuela, la pacificación del Oriente Próximo o la competición por la desvencijada África subsahariana. Quizá Estados Unidos y Rusia alcanzaran un acuerdo sobre Ucrania, sirviendo Hungría de mediadora. Alemania se resignaría a semejante trato, que también subordinaría más a la Unión Europea. La intensificación de la carrera tecnológica pretendería frenar a China, que perdería así fuerza en Iberoamérica y África. La alianza con los regímenes conservadores del mundo musulmán, desde Marruecos al golfo pérsico, cercaría a Irán, que no han deseado entrar en guerra directa con Israel, justo cuando los Estados Unidos ya han abandonado el temible Afganistán. En muchos puntos, la administración de Trump no sería tan distinta de la de su antecesor internacionalmente. Los intereses y las circunstancias son las que mandan. De todo ello quizá resultara un nuevo reparto del mundo bajo primacía estadounidense, en el que la Unión Europea no figurara como gran potencia, algo sobre lo que deberíamos de reflexionar muy seriamente.