¿EXISTIÓ UNA EDAD MEDIA?
Se ha poblado el paisaje medieval con bárbaros, fanáticos, brujas, caballeros, dragones y damas. Los renacentistas que acuñaron su concepto la denigraron como un tiempo de ignorancia brutal y los románticos la exaltaron como la época de las grandes pasiones individuales.
Los historiadores del siglo XX se apartaron en gran medida de tanta parcialidad y estudiaron la Edad Media a través de sus documentos para dilucidar cómo era su sociedad y su cultura. A principios del siglo XXI, cuando la globalización es incuestionable, este trabajo crítico ha dado sus frutos y la Edad Media no se sostiene. Ni fue una época oscura ni es susceptible de universalización. La mantenemos por inercia y por no disponer desgraciadamente de una propuesta más aceptada de división de los tiempos históricos.
En HISTORIARUM hemos planteado cuáles fueron las principales aportaciones de esta época a algunos de nuestros autores colaboradores y qué división histórica sería más acorde con la complejidad de los tiempos que mediaron entre los siglos V y XV.
María Berenguer Planas.
La Edad Media no existe como tal. Roma no fue el único imperio del Viejo Mundo que entró en un colapso y posteriormente se reformuló. Así sucedió también con Persia y China. Ciertamente la desaparición en el Occidente europeo del poder romano conllevó una división política continental que todavía perdura, pero el universalismo romano pervivió en el Pontificado y en el Sacro Imperio. En el mundo islámico la ruptura del califato omeya también trajo esta abigarrada mezcla de división y pervivencia de sentimientos ecuménicos.
En este tiempo se interiorizó en Europa una parte importante de la cultura del Oriente, del que se tuvo una idea exagerada de su poder. Los imperios organizados en teoría alrededor de una corte mayestática emplazada en un impresionante complejo ceremonial fueron considerados por muchos organizaciones casi perfectas, emanadas de las propias divinidades, desde la América del maíz al Asia del arroz. Lo cierto es que de los cambiantes equilibrios políticos de los guerreros caballerescos de Europa Occidental y Japón surgirían importantes elementos de transformación histórica. Quizá la principal lección de la Edad Media es que nunca es bueno dormirse en los laureles, por florecientes que puedan parecer.
Sería conveniente dividir los siglos V y XV en una primera época tardo-imperial y post-imperial (siglos V-VI), en una segunda de predominio musulmán (siglos VI-XI) y una tercera de fortalecimiento occidental en los restantes siglos.
Víctor Manuel Galán Tendero.
La desaparición del poder romano en la Europa Occidental no sólo fue seguida de un tiempo de desórdenes, sino también de simplificación de las estructuras de gobierno cotidianas. El poder local fue ejercido por los poderosos de turno, que supieron renovar y rescatar su ascendiente. Lo que no está tan claro es que las comunidades de campesinos, de estatuto jurídico variable, pagaran menos cargas. El emperador podía ser suplantado por alguien más cercano e imperativo.
La experiencia del reino visigodo, del imperio carolingio o de los reinos anglosajones demuestra que los reyes y su círculo palatino intentaron elevarse a alturas imperiales, pero la fuerza de los intereses locales demostró ser demasiado fuerte y las disputas internas fueron el prolegómeno de los fracasos ante los enemigos exteriores, que llegaron al triunfo de la conquista.
Esta alternancia de grandilocuencia y división desgarradora, propia de un partido político, también la encontramos en otras civilizaciones, lo que ha llevado a algunos autores a proponer la universalización del feudalismo. Las ciudades, dotadas de personalidad dentro del orden político, ayudaron al avance de la economía europea, a la transformación social y a la articulación de un nuevo espacio público, deslindándose no sin problemas de los potentados tradicionales.
La ciudad como sujeto histórico y el ciudadano como ideal humano es el principal logro y legado de este tiempo, simbolizado en sus edificios religiosos y civiles. Es lo que nos acerca a todos los europeos en el fondo por encima de nacionalidades. Los fundamentos de las contemporáneas ciudadanías se pusieron entre los siglos XI y XVII, cuando una nueva manera de estar en el mundo se gestó y reclamó su lugar bajo el sol. Ni los otomanos ni Colón traspasaron ninguna frontera.
Verónica López Subirats.
En las urbes de Sumeria los sacerdotes terminaron por resignar su poder público a los guerreros, grandes creadores de imperios y de solidaridades entre individuos. La Edad Media fue la dilucidación de esta rivalidad en suelo europeo
Mientras en Japón, China y el mundo islámico la autoridad aunó generalmente lo civil con lo religioso, en la Europa Occidental los obispos de Roma fueron capaces de lograr una hazaña histórica. Lograron sobrevivir en una ciudad convertida en sombra de sí misma, alzaron la Donación de Constantino con astucia, sobrevivieron a las asechanzas de los bizantinos y de los partidarios del emperador germano.
Su poder encontró muchos enemigos, desde reyes a hombres de conciencia, y Europa se construiría sobre la contradicción de algo aceptado y rechazado a la par. Desde este punto de vista sería interesante dividir nuestra Historia en una fase de formación de la Iglesia romana, por derivarse del imperio romano (siglos IV-X), de afirmación autoritaria (siglos XI-XIV) y de abierto cuestionamiento (siglos XIV-XVIII).
James Really.
En Gran Bretaña los arqueólogos han exhumado importantes vestigios de la civilización romana, que a través de sus productos y ciertas ideas también llegó a otros puntos de la Europa del Norte. La consolidación y aniquilación del poder de los romanos en la extensa región nord-atlántica europea se inscribió en un proceso de transformación social, el de la forja de las sociedades estatales, en la que los vikingos desempeñaron un notable papel creativo.
Anglos, sajones, jutos, daneses, noruegos y normandos crearon nuevos asentamientos, impulsaron la labranza y el comercio, animaron la circulación monetaria y establecieron importantes poderes públicos. Sus conquistas crearon un nuevo mundo y abrieron el Atlántico Norte a la navegación de una manera más completa, alumbrando las que con el tiempo se convertirían en Islandia, Irlanda, Gran Bretaña, Normandía, Dinamarca, Noruega y Suecia, que se cuentan entre los países más progresivos y prósperos del mundo.
Curiosamente los historiadores todavía siguen a veces el parecer de los monjes horrorizados, con razón, de sus incursiones, mientras que la expansión de los griegos en el Mediterráneo o las conquistas de los romanos se ensalzan en clave colonialista como un triunfo de la civilización. Entonces no se habla de la edad media y de abatimiento de los celtas o de otras gentes, al igual que los victorianos ignoraban los atropellos de los pueblos de Asia, África y Oceanía sojuzgados.
Quizá la Edad Media esté bien para atraer a los turistas a algún castillo con banquete y torneo nocturno de verano, pero no para los historiadores. Ricardo Corazón de León fue tan brutal con los griegos de Mesina como Oliver Cromwell con los irlandeses. Leonor de Aquitania fue una mujer más inteligente y activa que muchas reinas del siglo XVIII. Dejémonos de tópicos y proclamemos los siglos V al XI como los de la primera aparición del Atlántico frente a la preponderancia del Mediterráneo.
Mijail Vernadsky.
En contra de muchas adversidades, Constantinopla logró sobrevivir y el imperio romano tuvo más larga vida en Oriente que en Occidente. La política de Justiniano y la expansión del Islam disiparon las ilusiones continuistas.
Se ha dicho que el imperio bizantino se hizo griego, aunque en el fondo era el resultado final del helenismo o difusión de la cultura helena en el mundo asiático oriental. Bajo Bizancio la influencia helénica se reorientó hacia el Este de Europa, hacia los llamados pueblos eslavos. Bajo esta óptica la Edad Media consolidó una vieja visión romana, la de la oposición entre Oriente y Occidente, entre Cleopatra (con permiso de Marco Antonio) y Octaviano.
Se ha exagerado mucho de tal dualismo, que ha llegado hasta la Guerra Fría y después. Desde este punto de vista los siglos V al XV consolidan la separación de dos hermanos con un pasado común, que con frecuencia olvidan las complejidades de aquella Asia que ya tentara a Alejandro Magno. La historia es iluminación y no el pretexto para encastillarse ante ciertos problemas que se antojan eternos.