¿A DÓNDE VA VENEZUELA? Por Antonio Parra García.
El futuro de Iberoamérica acostumbra a parecerle incierto a todo observador desde hace muchas décadas. La combinación de problemas estructurales de muy difícil resolución y de voluble vida política, tan llena de altibajos, explicaría tal incertidumbre. La apurada situación de la presidencia brasileña, el cambio en la de Argentina y las elecciones venezolanas son los últimos latidos del corazón de un subcontinente de grandes injusticias y de no menos grandes intelectuales.
Iberoamérica parece dibujar una cadencia cíclica de acontecimientos de manera monótona a lo largo y ancho de su variado territorio. La injusticia engendra la protesta y el cambio de gobierno, que se muestra dispuesto a acabar con agravios seculares para terminar cayendo en los mismos defectos (o muy similares) que se censuraron en la víspera. Ricos países quedan bajo la espuela de oligarquías patrioteras, que no dudan en compincharse con intereses foráneos. A veces el patrioterismo más exaltado es la triste excusa para tapar bochornosas vergüenzas, cargando contra los malvados yanquis y los no menos perversos españoles. Se diría que un Vicente Blasco Ibáñez en forma es el guionista de cabecera de tan triste historia.
Esta versión de la realidad iberoamericana no considera del todo los cambios experimentados por Iberoamérica tras la Emancipación, como la incorporación plena al mercado mundial o el profundo impacto causado por las ideologías transformadoras del siglo XX. La Historia también nos enseña la cara del cambio, por insatisfactoria que resulte, a todos aquellos que desean disponer de una guía para interpretar los acontecimientos presentes.
En Venezuela han triunfado los partidos de la oposición al chavismo de Nicolás Maduro, todavía presidente de una república que parece a punto de saltar por los aires. Algunos comentaristas han hablado de cohabitación, pero no estamos en la Francia de finales del siglo XX con fuerzas que en el fondo aceptaban el mismo régimen. Otros en cambio apuntan a salidas más drásticas, más blasquistas.
Venezuela atesora una compleja historia política. Entre 1952 y 1958 ejerció el poder en el país Marcos Pérez Jiménez, un militar cuyo poder fue confirmado por una asamblea nacional constituyente. Sintomáticamente en la vida venezolana encontramos un curioso magma de autoritarismo e institucionalismo, difícil de desenredar.
Bajo su presidencia se promulgó una nueva constitución, la de 1953, y se hizo gala del Nuevo Ideal Nacional, un ideario de acusado nacionalismo partidario de erigir grandes infraestructuras y de promover la industria, apoyándose en las exportaciones petrolíferas. Se diría que Pérez Jiménez fue un precedente claro del chavismo, si bien este último no fue partidario de los Estados Unidos o de promover la inmigración europea.
Quizá las similitudes entre la Venezuela de 1958 y la de 2015 sean más de estructura pública que de concreción de idearios políticos. En el plebiscito de 1957 Pérez Jiménez cantó victoria sin el aserto de la oposición y al año siguiente una junta militar lo depuso aprovechando los disturbios callejeros.
Hoy en día la combinación de descontento popular y desafección militar también aquejan a las instituciones venezolanas. En nombre de la constitución se intenta acabar con el autoritarismo de Maduro, cuya vida política próxima puede ser tan azarosa como la del general Pérez Jiménez, aunque no veamos a aquél pasando sus últimos días en Alcobendas por muchos simpatizantes que tenga su causa en España.