¡LA ESCLAVITUD EN CUBA NO SE DISCUTE! Por Víctor Manuel Galán Tendero.

14.07.2021 10:43

               

                Mientras la Constitución de 1812 pretendió ser aplicada en toda su integridad a los españoles de ambos hemisferios, la de 1837 ya diferenció a los de Ultramar, que contarían con unas leyes particulares.

                Nunca se llegaron a dar. La situación social de Cuba, Puerto Rico y Filipinas era muy distinta de la peninsular, y cuestiones como la abolición de la esclavitud despertaron un intenso recelo entre muchos españoles de Cuba.

                Bajo la regencia de Espartero se llegó a plantear tal cuestión. En la prensa llegó a anunciarse que en las Cortes se debatiría, lo que encendió las alarmas de los grandes hacendados y hombres de negocios de Cuba.

                El 30 de marzo de 1841, el Tribunal de Comercio de La Habana (donde tenían asiento los intereses de aquéllos) dirigió una exposición al regente para evitar tal debate parlamentario. Se expusieron distintos argumentos para inclinar la balanza de su lado.

                Se recordó que un discurso en las Cortes de 1811 sobre la abolición de la trata desencadenó, según su versión, una conspiración dirigida por libertos que se proponía el degüello de todos los blancos de la isla. Tal movimiento fue ahogado, pero podía volver a darse otro muy similar. Se agitaba el fantasma de la insurrección de Haití para disuadir a los parlamentarios. No dejaba de insistirse en el acrecido número de la población negra, de cincuenta y cinco negros por cuarenta y cinco blancos en Cuba, frente a los dieciséis negros y ochenta y cuatro blancos en el Sur de los Estados Unidos. Se calculó la población negra en medio millón, frente a 400.000 blancos. La isla, además, tenía un hábitat más disperso que el Sur estadounidense, resultando propicio para establecer puntos de resistencia.          

                A los argumentos de seguridad se sumaron los de carácter racista, citándose el testimonio de Ramón de la Sagra, que en 1836 publicó Cinco meses en los Estados Unidos de la América del Norte, obra en la que defendió no precipitar a un esclavo a los males de una sociedad para la que no estaba educado. Como el Tribunal de Comercio de La Habana defendía que unir a dos razas que llevaban el sello de la separación impreso en la cara solamente se conseguiría por medio de los vicios, condenaba toda idea de emancipación real, creando un verdadero círculo vicioso.

                Tal racismo no se conceptuaba incompatible con la ilustración, y se ponía como ejemplo a los mismos Estados Unidos, que mantenía la esclavitud a despecho de su Constitución liberal.

                De abolirse en Cuba, los estadounidenses se sentirían tentados a actuar como en Texas, pero no era el único enemigo de España interesado en la cuestión. A través del abolicionismo, tachado de secta, los británicos deseaban arruinar la producción cubana de azúcar, cuantificada en dieciséis millones de arrobas. Se denunció al mismo cónsul de Gran Bretaña de crear problemas. La pérfida Albión, así citada, se proponía paralizar las operaciones comerciales, alterar el estado de los cambios financieros, desalentar a los capitalistas, favorecer el abandono de empresas y frenar la llegada de inmigrantes. Al acabar con un competidor, su posición sería más fuerte. En suma, se blasonó de patriotismo y de defensa de la integridad nacional.

                El Tribunal de Comercio de La Habana tuvo una importante aliada en la Junta de Comercio de Barcelona, que el 16 de junio de 1841 elaboró otra exposición, presentada el 22 del mismo mes.

                Volvió a insistir en que los británicos, concretamente su Compañía de las Indias Orientales, iban detrás de acabar con la prosperidad cubana y de extinguir el comercio esclavista con África, en el que tomaron parte varios hombres de negocios catalanes. Se criticó al tratado de abolición de la trata de 1817, debido a un gobierno absolutista, y se recomendó enmendar sus faltas, como las de la comisión mixta hispano-británica. La independencia nacional exigía la gobernación sin condiciones de las Antillas españolas. Según la Junta, los españoles siempre habían sido más humanos que los anglo-americanos en el trato a los esclavos y no necesitaban consejo de nadie. Se iba alumbrando una versión histórica favorable de la colonización española en América al calor de estos intereses.

                También se señaló que el momento no era el más propicio para debatir la abolición, después de una agotadora guerra civil, la carlista, cuando en las Antillas subsistían las vetustas instituciones de los Austrias, mientras en la metrópoli debían consolidarse las nuevas del liberalismo. El ejemplo de Gran Bretaña y Francia acreditaba que era una medida muy costosa.

                Alrededor de la esclavitud en Cuba se trenzó un importante grupo de intereses, de presión, con el que se las tuvieron que ver los distintos gobernantes españoles del siglo XIX. El descontento por el proceder filo-británico de Espartero se haría patente en la Barcelona de 1842, pero desde Cuba no dejó de recordarse que la esclavitud era una institución no creada por las gentes del país. La abolición de la esclavitud, como en otros países, se convirtió por sus implicaciones de todo tipo en una espinosa cuestión de la vida nacional.

                Fuentes.

                ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL.

                Ultramar, 3547, Expediente 9.