REFORZAR LA ARMADA ESPAÑOLA CON BUQUES NEERLANDESES. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

02.05.2024 18:10

               

                Luis XIV rompió hostilidades con las Provincias Unidas de los Países Bajos en abril de 1672. Los neerlandeses estuvieron a punto de ser conquistados, pero al final consiguieron rechazar a sus enemigos. Pactaron con los adversarios de ayer, los españoles, también amenazados por Luis XIV, desde los Países Bajos al Mediterráneo.

                Desde la paz de Münster de 1648, españoles y neerlandeses habían acercado posiciones al hilo del comercio. El poder español se encontraba por entonces en dificultades, particularmente en el mar, y no dudó en asoldar la flota neerlandesa que protegió Mesina desde 1675. Sin embargo, tanto su coste como su independencia de maniobra aconsejaron otras opciones.

                A través de Valentín Pérez de Dunslague, los españoles concertaron con los neerlandeses la construcción de dos fragatas de quinientas toneladas, con madera de roble del norte y costeadas con fondos de la plata de Indias. Fue el precedente para una operación de mayor envergadura, que se trató con el comisario de los Estados Generales, Gilbert Melz, casi avecindado en España.

                Se planteó en septiembre de 1676 que los Estados Generales vendieran a España de diez a once navíos de ochocientas toneladas, provistos de su velamen, velas dobles, árboles y jarcias. Se quiso que valieran las condiciones de pago del contrato de las dos fragatas, a razón de cincuenta ducados de plata por tonelada. Se estimaba un pago de 450.000 reales de a ocho por todos los navíos, pautado en un plazo inicial, otro al terminar la construcción y el final de la entrega. Como se temía que el almirantazgo neerlandés pusiera reparos a la operación, los buques se entregarían sin artillar. Tanto las piezas de bronce como las de hierro con sus cureñas deberían ser compradas aparte, por lo que resultaría más asequible al erario real español adquirirlas en Liérganes.

                Una vez conducida tal flota a Cádiz y reconocida por los técnicos del Consejo de Guerra convenientemente, estaría en condiciones de reforzar la Armada del Océano en Italia, socorrer Mesina y enfrentarse con mayores garantías de éxito a unos buques franceses que podían maniobrar de costado sin arriesgar mucho. Por aquel entonces, los diseños navales atlánticos se hacían convertido en amos de las aguas mediterráneas.

                La operación era un auténtico paliativo para el comprometido poder naval español, que así esperaba reforzar la seguridad de todo su imperio, una preocupación que planearía hasta inicios del siglo XIX. Sin embargo, pronto comenzaron los inconvenientes. Gilbert Melz no gozaba de la suficiente potestad legal para una operación de tal envergadura, necesitando para obligarse el dinero del diplomático Manuel de Lira, que a su vez lo tuvo que requerir del mismo rey. Los neerlandeses, por otra, debían darle fianzas y garantías, y parecían más dispuestos a ofrecer los navíos de segunda clase que encajaron la derrota ante Palermo. El que fuera el buque almirante de Inglaterra, de mil doscientas toneladas y construido al estilo de Vizcaya, también entró en la oferta. Además, no se contaría con tal flota hasta mayo de 1677, cuando el socorro de Mesina imponía tenerla a disposición en el mes de marzo. El resguardo naval de la Monarquía de Carlos II no fue una tarea sencilla.

                Fuentes.

                ARCHIVO HISTÓRICO DE LA NOBLEZA.

                Salas, C. 1, D.1-5.